Menéndez y Pelayo: odio y amor por Casiodoro de Reina (II)

Este autor, completamente enemistado con las posturas de los heterodoxos, se solaza en describir los itinerarios vitales y geográficos de quienes no cejaron en su intento por influir, a distancia, en el derrotero espiritual de España.

31 DE ENERO DE 2019 · 21:00

Busto de Casiodoro de Reina.,
Busto de Casiodoro de Reina.

Para Cherie White y José Luis Velazco, en la distancia nashvilliana

Dos cosas persiguió [Casiodoro de Reina] toda su vida. En primer lugar, quiso traducir la Biblia al castellano, creyendo firmemente que poner la palabra de Dios en manos de los españoles transformaría a los creyentes y al país. En un mundo en el que religión y política estaban íntimamente unidas, para Casiodoro poner la Biblia en romance en las manos de todos los españoles era, al mismo tiempo, dar la oportunidad a cada creyente de leer el mensaje de Dios para su vida y liberar las almas de la tiranía de una Iglesia corrupta. No debía acabar aquí, sin embargo, el resultado de su acción porque desde sus coordenadas bíblico-teológicas, el poner la Biblia en la mano de los creyentes era una acto profético que debía/podía llevar a la restauración de la Iglesia cristiana desde sus miembros y retomar a la Monarquía Hispánica su aspiración a liderar una Europa cristiana. Acto profético y acto político al mismo tiempo.

Doris Moreno,Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI, p. 13.

El estilo novelesco utilizado por Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles alcanza ribetes de relato policiaco debido, sobre todo, a que la materia de las narraciones consiste precisamente en eso: seguir las aventuras de los personajes que, literalmente, arriesgaron su vida a cada paso que dieron. Así, este autor, completamente enemistado con las posturas de ellos/as, se solaza en describir los itinerarios vitales y geográficos de quienes, sin poder vivir en la tierra que los vio nacer, no cejaron en su intento por influir, a distancia, en el derrotero espiritual de España. Otros historiadores, católicos o protestantes, sin esa vertiente literaria como consigna, siguen a los heterodoxos españoles con una mirada menos estética, aunque con cambiante simpatía por su causa espiritual, conectada con los ímpetus de cambio que se desencadenaron con Martín Lutero en Alemania a partir de 1517. Simpatizando con él o a veces más bien lejos de sus propuestas teológicas, impulsaron a través de traducciones, comentarios bíblicos y un sinnúmero de publicaciones, la transformación de una sociedad hermética que se resistió heroicamente a asimilar sus doctrinas. Fue el caso de hombres y mujeres como Juan de Valdés, Francisco de Enzinas, Miguel Servet, Julia Gonzaga y una larga lista de nombres que son puntualmente exhibidos por Menéndez.

Y es que este verbo (exhibir) apunta muy bien hacia la intención del también autor de Historia de las ideas estéticas en España de mostrar hasta qué extremos podía llegar la heterodoxia religiosa dentro y fuera de su país. Los juicios contra la herejía llevados a cabo por la Inquisición en los focos “luteranos” de Sevilla y Valladolid tuvieron como propósito erradicar de toda España cualquier forma de presencia que pudiera tener lugar. La saña con que la corona persiguió especialmente a los traductores de la Biblia da a entender muy bien la comprensión que aquella tuvo acerca de los peligros del contacto con la literatura marcada por el clamor reformista que recorría toda Europa. El atrevimiento (preñado de esperanzas) de Enzinas al entregar su versión del Nuevo Testamento en Bélgica a Carlos V en noviembre de 1543 fue seguido por la cárcel y el ostracismo permanente, aun cuando este traductor logró evadirse de la prisión. Al narrar todos esos detalles, Menéndez celebra, implícita y explícitamente, la poca fortuna que Enzinas tuvo para que su trabajo fuera aceptado, no obstante lo cual, señala algunos de los méritos del mismo mediante ejemplos concretos:

El intérprete sabía mucho griego, aunque algo le ciega su adhesión al texto de Erasmo. […] Tuvo el buen gusto de no alterar en nada el estilo evangélico; dejando toda explicación para el margen, evita las perífrasis y es bastante literal, aunque hubiera hecho bien en notar con distinto carácter de letra los vocablos que suple.

El lenguaje de la traducción es hermoso, como de aquel buen siglo; pero no está libre de galicismos, que se le habían pegado al traductor de la conversación con la gente del Brabante.

La dedicatoria es muy noble y discreta. (Historia de los heterodoxos españoles. Tomo II. Madrid, Librería Católica de San José, 1880, p. 228).

De ese modo se expresa continuamente al señalar las cualidades y defectos del trabajo de este y otros traductores. Por ello, al abordar la vida y obra de Casiodoro de Reina, no ceja en su empeño de salpicar la narración con observaciones sobre su escasa ortodoxia. Primeramente, despacha el asunto de su origen como sigue: “Su verdadera patria y origen constan en las comunicaciones de nuestros embajadores en Inglaterra á Felipe II” (p. 466), para luego seguir el periplo de su vida y de su esfuerzo por completar la traducción de la Biblia. Ya huido del convento de San Isidoro del Campo en 1559 (aunque en realidad eso sucedió a fines de 1557), lo ubica cuatro años después en Londres, donde vivió con sus padres, “convertido en espía de la reina Isabel, asalariado por ella con 60 libras, y predicando en una capilla á los pocos españoles allí refugiados [Nota a pie: “A Casiodoro, morisco granadino que ha sido fraile y predicaba á los pocos herejes que en Londres residen, quitó la Reina la iglesia que le habia dado y las sesenta libras de pensión, el qual había poco que se había casado”; escribe Diego Pérez, secretario del embajador Cuadra, en una relación fecha en 5 de Octubre de 1563. (Archivo de Simancas)] quienes se reunían tres veces por semana en una casa que les facilitó el Obispo de Londres” (pp. 466-467). Como se ve, los esbirros del rey lo seguían por todas personas para tratar de atraparlo o, en el peor de los casos, orillar a la reina a expulsarlo o entregarlo a España.

 

La Biblia del Oso.

Lo que no cuenta este autor al perder de vista a Casiodoro durante cuatro años, es que el primer lugar al que se dirigió en su escape fue Ginebra, adonde enfrentó el traumático recuerdo del asesinato de Servet, lo que le impidió, entre otras cosas, permanecer allí. José C. Nieto sondeó profundamente en su conciencia religiosa a la luz de ese lamentable suceso:

Se indica en los documentos que a Reina se le saltaban las lágrimas a los ojos por el sitio de la colina de Champel en donde había sido quemado Servet el 27 de octubre de 1553. Hacía escasamente cuatro años cuando llegó Reina a Ginebra y las cenizas de Servet estarían aún calientes. Si la religión tiene raíces sentimentales y no sólo cerebrales, va se ve con esto que Reina disentía desde lo más profundo de sus entrañas no tanto de la religión calvinista como fe, sino de la práctica de la misma en cuanto a su implementación y la rígida ortodoxia de su-expresión doctrinal sin dejar mucha holgura para la reflexión religiosa y personal misma. En esas lágrimas de Reina se perfila una actitud hacia la religión y la vida misma que no se pueden nítidamente empaquetar en fórmulas. Estamos ante un hombre que no cesa de renacerse y rehacerse ante las nuevas circunstancias de su vida religiosa. Si en España experienció su conversión, en Ginebra experiencia la catarsis del espíritu ante el monumento silente y sin imágenes de la colina de Champel. Los espíritus y almas afines sufren así por empatía, y Reina era un espíritu afín a Servet, no tanto en ideas religiosas como en la independencia de toda forma de autoridad religiosa externa (J.C. Nieto, El Renacimiento y la otra España. Visión cultural socioespiritual.Ginebra, Librairie Droz, 1997, pp. 468-469).

Vaya que puede hilarse delgado acerca de esa estancia fracasada de Casiodoro en la ciudad de Calvino. Mediante cuatro relatos breves, Doris Moreno lo ha hecho recientemente en su libro citado. Así lo explica ella misma en un arrebato que mezcla creativamente la historiografía, la reflexión y la ficción bien informada:

Ante una vida apasionante como la de Casiodoro de Reina, hay interrogantes que a falta de documentos no tienen ninguna respuesta. ¿Cuándo tomó conciencia Casiodoro de que estaba apartándose de la ortodoxia romana y deslizándose hacia terrenos peligrosos en la España de mediados del siglo XVI? ¿Cuándo se convenció de que la huida se imponía si quería salvar la vida? Después de haber arriesgado todo por llegar a Ginebra, ¿cómo se sintió ante la tremenda decepción de la ciudad de Calvino*? La amistad profunda y duradera con Antonio del Corro, ¿jugó algún papel en sus decisiones sobre los trabajos que quería emprender? Y, finalmente, un hombre tan aparentemente flexible en cuestiones dogmáticas como fue nuestro hispalense ¿pudo establecer diálogos y puntos de encuentro con figuras que estaban al otro lado de su propia frontera confesional? Para paliar el silencio a estas preguntas, el lector podrá leer cuatro relatos breves […]. El primero y el segundo son dos diálogos interiores de Casiodoro de Reina, en San Isidoro del Campo y en Ginebra; los dos siguientes son dos encuentros, posibles en el espacio y el tiempo, pero que no han dejado rastro documental (D. Moreno, Casiodoro de Reina: libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI. Sevilla, Fundación Pública Andaluza-Centro de Estudios Andaluces,2017, pp. 18-19).

Como bien recuerda Menéndez, de Londres, ya casado, partió hacia Francia en 1564 (en realidad fue en 1561) para asistir “al famoso coloquio de Poissy con los hugonotes franceses”, convocado por la reina regente Catalina de Médicis en “un intento desesperado por alcanzar un consenso entre los calvinistas franceses o hugonotes y los católicos que evitase la inminente guerra civil. Poissy fue un momento crucial para toda Europa, expectante ante lo que ocurría en Francia y los Países Bajos y una posible guerra entre Francia y España” (D. Moreno, op. cit., pp. 114-115). Los representantes protestantes fueron encabezados por Teodoro de Beza y Pedro Mártir Vermigli. Para ese viaje, afirma Menéndez, Casiodoro recibió el apoyo del conde de Bedford y Fragmarten, embajador inglés en París. Llama poderosamente la atención su presencia en dicho coloquio, pues como sucedió tantas veces, los caminos de muchos reformistas religiosos europeos coincidieron en algún momento. Con Calvino fuera del escenario (aunque cuya sombra estaba detrás de ese encuentro), se hizo posible que Casiodoro participase de esa importante reunión. Allí conoció a Beza y “a uno de los grandes personajes de la Francia y la Europa de la época, el francés Hubert Languet”, en palabras de Moreno. Discípulo directo de Melanchton, Languet “fue un diplomático y viajero que se distinguió por la búsqueda de puentes entre los protestantes para lograr una unidad de mínimos que les permitiese un frente unido ante los esfuerzos de conquista católica” (D. Moreno,op. cit., pp. 115-116). En Poissy, representó al elector de Sajonia y “defendió una posición centrista, partidaria de consensos entre luteranos y calvinistas, siguiendo la vía suave defendida por Melanchton y sus seguidores”. (Para más detalles sobre este coloquio, véanse: “Le Colloque de Poissy "(1561) y en "Coloquio de Poissy”).

 

Pintura Coloquio de Poissy 1561, de Robert Fleury.

La presencia de Casiodoro en ese coloquio fallido (quizá como acompañante de Nicolas des Gallars, señor de Saules, quien “había acudido a petición expresa del almirante Coligny” (“mano derecha de Calvino, su secretario y uno de sus máximos hombres de confianza”, D. Moreno, op. cit., p. 136) no dejaba de ser extraña, pues, como bien conjetura Moreno: “Parece un poco raro que un ministro calvinista que tenía dudas sobre la ortodoxia de Casiodoro se lo llevara como asesor. Quizá también había sido una petición expresa de Coligny, informado de las buenas prendas de Casiodoro por Antonio del Corro, que aquellos meses viajaba por Francia. Sólo investigaciones más profundas permitirían desentrañar cual era el auténtico papel que se esperaba de Casiodoro” (p. 115). Siendo discreta su participación, allí mismo recibió ataques por causa de su Confesión de fe española. Por motivos de salud, y ante el riesgo de ser capturado por los agentes inquisitoriales, De Reina abandonó Poissy y volvió a Inglaterra.

Calumniado, Casiodoro se trasladó a los Países Bajos para iniciar una odisea digna de un amplio relato, pues de ahí pasaría a Amberes y Estrasburgo, en 1567, “preparando ya su edición de la Biblia (con los fondos que para ella había dejado Juan Pérez), y en relaciones literarias con el predicador Conrado Hubert y con el rector del Gimnasio Juan Sturm” (p. 467). Más tarde, lo muestra muy bien en Basilea, “centro de la tipografía protestante”, donde después de otras peripecias pudo, por fin, publicar su traducción completa de la Biblia en septiembre de 1569, para lograr lo cual enfrentaría diversos obstáculos.

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