Sigmund Freud: la fuerza del ideal

Freud aprendió más de los grandes maestros de la literatura universal que de los grandes psicólogos. Entre estos maestros no pudo faltar Cervantes.

24 DE ENERO DE 2019 · 22:00

Sigmund Freud fotografiado hacia 1921 por Mas Halberstadt. / Wikimedia Commons,
Sigmund Freud fotografiado hacia 1921 por Mas Halberstadt. / Wikimedia Commons

En 1984 tuvo lugar en Madrid el XXXIII Congreso de la Asociación Psicoanalítica Internacional, al que asistieron 1.500 especialistas pertenecientes a 38 sociedades de diferentes países. La figura de Sigmund Freud estuvo presente durante todo el Congreso. Al parecer, Freud goza de una vigencia mucho más difundida de lo que propagan sus detractores, los eternos voceadores del cambio por el cambio. Se dijo en el Congreso que, aunque existen distintas tendencias entre los seguidores de Freud, el gran revolucionador de la psicología clínica y la psiquiatría tiene actualmente 5.500 discípulos que siguen sus principios básicos: la existencia del inconsciente psíquico, la existencia de una sexualidad infantil, la transparencia y el complejo de Edipo. Prueba de esta permanencia freudiana es la presencia e influencia en 38 países de la Asociación Psicoanalítica fundada por el mismo Freud en 1910. 

Uno de los paneles presentados en el Congreso de psicoanalistas versó sobre Don Quijote, Freud y Cervantes. Estuvo dirigido por el doctor Juan Francisco Rodríguez Pérez, miembro del comité organizador, quien contó con la colaboración de los doctores José Bea, Víctor Fernández y León Grinberg. Explicó el doctor Rodríguez que Freud aprendió más de los grandes maestros de la literatura universal que de los grandes psicólogos. Entre estos maestros no pudo faltar Cervantes. El verano de 1883, dos años después de su graduación en la Universidad de Viena, Freud lo pasó estudiando español con la sola intención de leer El Quijote en el original. El famoso psicoanalistatenía entonces 27 años.

¿Qué buscaba Freud en Cervantes? Lo que busca el escultor en la cantera y el imaginero en los árboles del bosque: materia prima. El doctor Rodríguez Pérez dice que en 1604 Cervantes tenía una comprensión de la vida mental que no la tuvieron los científicos hasta Freud. «Cervantes –añade el científico español– es un auténtico filón de ideas psicoanalíticas, descubrió la fantasía como caudal y fue el primero que se atrevió a decir que la locura, los delirios, las alucinaciones, toda la racionalidad que hay en el individuo son perfectamente inteligibles».

Pretendiendo atacar la novela de caballería, Cervantes crea «la más grande obra de imaginación jamás escrita». Una obra en la que se mezclan fantasía y realidad, temas netamente psicoanalíticos.

Frente a un mundo puramente racionalista Cervantes resalta el poder y la influencia que la fantasía tiene en la conducta humana. Schiller afirmaba que en la vida se repite todo; lo único que se mantiene eternamente joven es la fantasía. La imaginación nos hace fuertes. Tan sólo aquello que nunca sucedió en lugar alguno no envejece jamás. El Caballero de la Triste Figura es la encarnación completa de la fantasía, la ilusión, el capricho, la utopía, el sueño. Y todo esto, ¿no es una forma de restablecer la realidad? El mundo de los sentidos, dicen los psicoanalistas, está constituido por una amalgama de los dos elementos: fantasía y realidad. «Recordemos–dijo el doctor Rodríguez Pérez en el Congreso mencionado– que en su larga discusión con Don Quijote acerca de si el objeto que tienen entre manos es el yelmo de Mambrino o la bacía del barbero, Sancho había llegado a aceptar que pudiera tratarse de un «baciyelmo».¡Pues bien!, la realidad humana parece tener la estructura compleja de este objeto creado por el humor y la ironía de Sancho Panza: el «baciyelmo».

Sin pretenderlo ellos, unos psicoanalistas venidos de todo el mundo nos han recordado la insondable grandeza humana de El Quijote. En su intento de destruir la fantasía en las novelas de caballería, Cervantes creó con el personaje de Don Quijote la fantasía del ideal sublime, en contraste con la realidad prosaica y vulgar. 

Santiago Ramón y Cajal se preguntaba por qué Cervantes no hizo cuerdo a su héroe.¿Podría haber afrontado el caballero andante tan grandes empresas sin la anormalidad mental que le adjudica Cervantes? ¿Habría sido capaz de tantos heroísmos? ¿Pueden convivir amistosamente la cordura y la fantasía? La locura de Don Quijote tiene más de sublime que de ridícula. Incluso en los arranques de mayor desvarío, Don Quijote es moralmente hermoso, elevado en sus sentimientos de espíritu noble. 

No se sabe qué admirar más en Don Quijote, si la fuerza de fantasía que pudo crearle o la fantasía que el personaje creado ejecuta al admitir por cierto lo que sólo tiene vida en su imaginación. Don Quijote vive tenazmente enamorado de un ser imposible, inexistente; es incapaz de acomodar la fantasía a la realidad. Nada tiene de extraño que semejante personaje despertara tanto interés en un judío vienés apasionado por el psicoanálisis.

Don Quijote nunca entra en combate sin encomendarse antes a Dulcinea. La dama es personificación viviente de su fantasía, personaje en quien incorpora su ideal inquebrantable. ¿Es esto demencia? ¿Es esto locura? Sin la fantasía, sin el ideal, todos moriríamos de desesperación o de aburrimiento. En un círculo vital estrecho la mente se restringe. El ser humano crece con sus grandes sueños.

En Dulcinea están todos los elementos futuros de la obra freudiana. Ni Oriana, ni Melibea, ni Julieta, ni Margarita encierran en sus caracteres los ingredientes necesarios para explicar la alucinación y el delirio. La Oriana de Marcel Proust es una mujer orgullosa y superficial que charla volublemente en los palacios y esparce su perfume por doquier; Fernando de Rojas permite que Melibea se suicide como justo pago a haber comprometido su amor con una alcahueta, quien logra despertar en ella más ardores del cuerpo que suspiros del corazón. Julieta, personaje máximo de Shakespeare, es astuta, sensual, de un gran sentido práctico, siempre en el centro de las dificultades que perturban la felicidad; Margarita Gautier, el inolvidable personaje de Alejandro Dumas, gastaba cantidades de locura para dar una velada y mandaba destruir los patrones de sus trajes para tener así modelos únicos.

Ninguno de estos personajes lograron interesar a Freud tanto como Dulcinea, figura inmortal de Don Quijote, cuya lectura, según confesión propia, absorbía al famoso psicoanalista más que el estudio de la anatomía del cerebro. 

Porque Dulcinea es distinta. En ella se dan todos los elementos de la fantasía sublime y de la realidad querida. Es el símbolo de la gloria a la que debe sacrificarse un caballero andante y una creencia tan firme como la fe.

Lo de Don Quijote no es ilusión patológica. Su imaginación actúa como soporte de la idea y da a ésta una cierta consistencia en el seno de la conciencia. Nunca ha visto a Dulcinea. Así lo dice a Sancho en el capítulo IX de la segunda parte: «¿No te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea ni jamás atravesaré los umbrales de su palacio y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?» Un capítulo más adelante Sancho corrobora el testimonio de su señor: «Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás».

Pero tampoco hace falta. El aparato mental de Don Quijote está formado por el ideal amoroso que, según Unamuno, es la causa de todos sus heroísmos. En la segunda parte de la novela, Don Quijote dice a la duquesa: «Dios sabe si Dulcinea existe o no en el mundo y si es fantástica o no; pero éstas no son cosas que deban apurarse hasta el fondo...» Y a Sancho Panza, sobre el mismo tema: «Me imagino que todo cuanto digo sea sí, sin poner ni quitar nada, y la pinté en mi imaginación como la deseo, lo mismo por su belleza que por su nacimiento...» 

Otra vez, aquí, dos elementos básicos del psicoanálisis: la imaginación y el deseo. Don Quijote imagina a su dama como quiere que sea. El mundo mágico de la ilusión, sometido a los caprichos de la voluntad. El doctor Rodríguez Pérez dijo, hablando de Don Quijote y Freud, que cada vez es mayor el número de personas que se sienten infelices sin motivos aparentes. ¿Será porque hemos anulado el juego de la imaginación, porque andamos sin ideales, incapaces de soñar en lo infinito? ¿O será porque al vivir pendientes de la algarroba ya no deseamos alcanzar la estrella?

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