Graham Greene: en busca del misterio

La conversión de Graham Greene al catolicismo no fue vital, sino intelectual. No le atrajo la romanidad de la Iglesia católica. Por eso ha sido tantas veces puesta en duda la auténtica conversión de Greene.

17 DE ENERO DE 2019 · 21:45

Graham Greene. / Wikimedia Commons,
Graham Greene. / Wikimedia Commons

El escritor británico Graham Greene, considerado como uno de los más importantes novelistas del siglo XX, murió en Vevey, Suiza, el 3 de abril de 1991. Tenía 86 años. Llevaba 15 meses enfermo. Padecía leucemia. Aun cuando la clínica donde falleció no quiso divulgar las causas de su fallecimiento, amparándose en el secreto profesional, Graham Greene murió de una enfermedad hasta ahora incurable: la vejez. Lo decía Papini con mucho acierto: «No hay jóvenes y viejos como grupos estables. Todos somos hombres que envejecemos y que estamos de paso en una época de la vida» 

El funeral, celebrado según el rito católico, fue oficiado a instancia del novelista por el sacerdote español de 72 años Leopoldo Durán, catedrático de Filología Inglesa. Ambos hombres vivieron una larga y estrecha amistad. Durán acompañó por distintos lugares de España a Green cuando este escribió su estupendo libro Monseñor Quijote, donde el novelista británico, siempre discurriendo en torno al misterio, dice que «compartir un sentimiento de duda puede unir a los hombres tal vez más que compartir una fe. El creyente combate a otro creyente por una mínima discrepancia: el que duda sólo lucha consigo mismo». 

Cuando el cadáver de Greene era enterrado en el pequeño cementerio de Corseaux, en la bella ribera del lago Lemán, Leopoldo Durán despidió al insigne escritor con estas palabras del Hamlet Shakesperiano: «Buenas noches, dulce príncipe. Vuelo de ángeles te cantan para que descanses». El pájaro muere entre cantos de tristeza; al hombre se le buscan palabras virtuosas y bellas para despedirlo de la tierra. Graham Greene salió de la vida como sale del banquete un convidado harto. Lo tuvo todo, lo disfrutó todo. ¿El descanso? ¿La muerte es realmente un descanso? ¿Descanso de qué, descanso para quién? No sé. Depende. 

Graham Greene nació en Berkhamstead, Inglaterra, el 2 de octubre de 1904. Terminados sus estudios en la Universidad de Oxford se dedicó al periodismo, cultivando especialmente la crítica cinematográfica. Durante la segunda guerra mundial trabajó para el servicio de inteligencia británico. Viajó por todos los continentes de la tierra y en sus novelas recreó los paisajes y la gente que conoció. Fue amigo de Fidel Castro, enemigo de sus vecinos haitianos, los Duvalier; amigo de los guerrilleros de El Salvador, enemigo de dictadorzuelos africanos; amigo del pueblo vietnamita, enemigo de la injusticia y la barbarie

El mismo año de su graduación en la Universidad (1925) publicó su primer libro, un volumen de versos. Escribió cinco libros de viajes, cuatro libros de cuentos, seis obras para el teatro. Pero su verdadera fama literaria la ganó como novelista. A su primera novela, El hombre ensimismado (1929), siguieron otras de títulos tan memorables como Oriente Express, El poder y la gloria, El tercer hombre, El americano impasible, Nuestro hombre en La Habana, Un caso acabado, El factor humano y Monseñor Quijote. Todos estos títulos se convirtieron en películas de excelente calidad, interpretadas por actores y actrices de primera fila. 

En círculos literarios europeos se han extrañado de que siendo Graham Greene un autor para el que contaban las ideas, con una obra traducida a todos los idiomas cultos, jamás se le concediera el Premio Nobel de Literatura. Los frailes cistercienses del monasterio de Osera, en Lugo, donde Greene solía descansar algunas temporadas, declararon tras la muerte del novelista que éste no consiguió el Nobel por ser católico. De igual manera piensan algunos periodistas y escritores españoles próximos a las sotanas. ¡Tonterías! Tal afirmación revela una mente prejuiciada de la literatura universal. Tampoco dieron el Nobel al checoslovaco Franz Kafka, ni al francés Marcel Proust, ni al irlandés James Joyce, ni al español Miguel de Unamuno, ni al argentino Jorge Luis Borges, ni al ruso León Tolstoi, fallecido en 1910, cuando ya se habían concedido nueve premios Nobel. Ninguno de esos gigantes de las letras fueron distinguidos por la Academia Sueca. Fernando Morán, ex-ministro de Asuntos Exteriores con Felipe González, dice en un espléndido artículo sobre Graham Greene que a la pregunta de por qué no se le concedía el Premio Nobel al novelista inglés, «los académicos suecos han contestado dos cosas: primero, que siendo un maestro no era un innovador; segundo, que lo mejor de su obra se escribió en los años cincuenta y sesenta, con lo que querían decir que estaba sobrepasado». 

Cuando estudiaba en la Universidad de Oxford, Greene se enamoró perdidamente de la institutriz de su hermana Isabel. La joven no le correspondió, porque estaba comprometida, y Greene resolvió el tema con un intento de suicidio. Las decisiones espectaculares fueron su especialidad a lo largo de toda su ajetreada vida. Ingirió veinte tabletas de aspirinas, se tendió en la cama dispuesto a morir... pero al día siguiente despertó como si tal cosa. 

A los 23 años volvió a enamorarse con esa clase de amor que, según decía Pascal, da inteligencia a los idiotas, pero idiotiza a los inteligentes. El amor que se deja llevar por razones que la razón no entiende. Ella, Vivien Dayrrell-Browing, de quien se divorció veinte años después, era profundamente católica. Greene pertenecía a la Iglesia anglicana, pero no practicaba en absoluto las creencias religiosas. Decidido a casarse con Vivien a cualquier precio, no tuvo reparos en renunciar al anglicanismo y abrazar el catolicismo

En una entrevista realizada para la cadena FR-3, en la Costa Azul, en junio de 1982, el periodista Bernard Violet le preguntó: «Usted se convirtió al catolicismo en 1927, cuando tenía 23 años. ¿Recuerda por qué cambió de religión a una edad tan temprana?» La respuesta de Greene fue rotunda: «No fue en absoluto un asunto emocional, me iba a casar con una católica. Yo era ateo, y pensé que podría ser bueno para el matrimonio el que yo entendiera un poco las creencias de mi prometida; así que, sin pensar siquiera en llegar a ser católico, hice que un cura me enseñara la doctrina». Dicen algunos biógrafos que este cura, antes de serlo, había trabajado como actor teatral. 

La conversión de Graham Greene al catolicismo no fue vital, sino intelectual. No le atrajo la romanidad de la Iglesia católica. Por eso ha sido tantas veces puesta en duda la auténtica conversión de Greene. La fe raras veces es el fruto de una aritmética mental o emocional. Charles Moeller, autor de la voluminosa obra Literatura del siglo XX y Cristianismo, dice que «el matrimonio de Greene con una católica provocó sin duda su retorno –¿retorno o entrada?– al catolicismo, pero en un plano totalmente cerebral». 

Aun cuando algunas de sus obras estuvieron prohibidas en España, aquel catolicismo que surgió tras la victoria del general Franco en la guerra civil puso especial empeño en presentar a Graham Greene como el intelectual convertido de la fe protestante a la fe católica. «Esa condición de católico, aunque no demasiado bien entendida, contribuyó a su inicial celebridad en España en los años cincuenta», dice Rafael Conte, quien añade: «Fue una fama equívoca, pues se le presentaba como si fuese algo ortodoxo e inconcuso, lo cual era justo lo contrario de su acendrado y agónico catolicismo». Conte insiste en que «el catolicismo de Graham Greene no era el general de los españoles, nada tenía que ver con el nuestro, y molestaba e inquietaba a los dirigentes de la administración oficial: y a pesar de todo y pese a que al final nuestra situación haya cambiado de la noche al día, supongo que la religión de Greene no estará nunca demasiado cerca de la dogmática católica establecida entre nosotros en la actualidad». 

No es suficiente decir que la religión de Greene nunca estuvo cerca del dogma católico; es preciso añadir que siempre estuvo lejos. En una de las últimas entrevistas concedidas por Greene al periodista John Cornwall, cuando el novelista se encontraba a un paso de la muerte, se definió como «un católico agnóstico». Greene dice no creer en la confesión, ni en Satanás, ni en los ángeles, ni en el infierno, ni en el cielo. No está seguro de la existencia de otra vida tras la muerte. A Bernard Violet confiesa que el dogma de la Trinidad le producía risa y que en Dios sólo creía a veces. ¿Es ésta la fe católica de Greene? 

A pesar de ello, no puede negarse que en toda la obra de Graham Greene hay una fuerte tensión religiosa. Los grandes temas del espíritu están presentes en las miles de páginas que escribió a lo largo de su vida. El inolvidable sacerdote mexicano de El poder y la gloria, una de sus mejores novelas – prohibida por el Vaticano– es una expresión ejemplar de su preocupación por los temas religiosos. El cura borracho y el teniente ateo van, cada uno por su lado y a su manera, en busca del misterio, en persecución de la verdad. 

«Existe un misterio –dice Greene–. Hay algo inexplicable en la vida humana. Y es importante, porque la gente no va a creer en todas las explicaciones que da la Iglesia…» 

Monseñor Quijote, libro escrito después de varias correrías por España en compañía de su amigo el cura Leopoldo Durán y publicado en 1982, es, posiblemente, una de las obras teológicas más completas de Graham Greene. El tema de la duda se plantea constantemente. La fe del autor se basa en la incertidumbre. Sin embargo, la verdad de los misterios divinos sólo puede conocerse a la luz de la fe y de la esperanza. El padre Quijote y Sancho comparten una botella de vino y beben juntos por la esperanza. Poco después vuelven a chocar los vasos y brindan juntos otra vez. Por la esperanza. 

¿Esperanza de alcanzar un día el rastro de Dios? ¿Esperanza en una creencia más firme? ¿Esperanza en una vida de ultratumba? Graham Greene no tiene ya necesidad de esperanza; ni de fe. Han desaparecido para él las dudas y las incertidumbres. Ahora se encuentra solo frente a Dios, desentrañando el misterio. 

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