Juan Stam y los peligros de la escatoficción

Estamos pues, ante un manual de lectura urgente ante los diferentes brotes de escatologismo irresponsable y ajeno a la esperanza proclamada por las propias Escrituras.

31 DE AGOSTO DE 2018 · 09:00

Juan Stam.,
Juan Stam.

Al Apocalipsis tenemos que vivirlo, tenemos que leerlo con todos los sentidos de percepción: la vista, el oído (y el silencio), el olfato, el toque y el gusto. En este libro, “incienso” no es solo una palabra, es una fragancia que uno comienza a olfatear (8.3). La iglesia de Laodicea daba a Jesús ganas de vomitar (¡qué sabor más horrible!), pero al final Cristo está tocando la puerta (tacto) porque quiere comer con ellos (de nuevo, el gusto, pero bueno). ¡Qué libro más maravilloso y emocionante!1 J.S.

Por la seriedad y la constancia con que el Dr. Juan Stam ha abordado la monumental tarea de estudiar y comentar con detalle el libro de Apocalipsis (cuatro volúmenes) es sumamente atendible su llamado a tratar los temas escatológicos con responsabilidad y sensibilidad pastoral. Un amigo suyo, Álvaro Vega, se ha referido así a la importancia de la pasión escritural de Stam sobre el último libro de la Biblia:

El Apocalipsis de Juan Stam –su relectura– nos ofrece una visión actualizada del revestimiento simbólico de los “poderes fácticos” contemporáneos, que han contribuido a propiciar dolor, miseria y muerte. Este es un aporte fundamental porque nos ayuda a discernir cuáles son y cómo se comportan esos poderes –¡qué curioso, cómo se parecen a los del siglo I!–. Sin embargo, para Juan Stam, el Apocalipsis es sobre todo el libro de la esperanza, y no el de las visiones y profecías catastrofistas.2

La preocupación por entender, interpretar y aplicar correctamente el contenido de la Biblia preside todos sus análisis exegéticos. Cuidar de que las iglesias de hoy interactúen de la mejor manera con los textos es algo que lo apasiona enormemente. En diversas ocasiones se ha referido a los riesgos de hacer interpretaciones superficiales, dominadas por las modas ideológicas, para el gusto de quienes esperan planteamientos atrevidos en los que la especulación se separa de las bases históricas y hermenéuticas sólidas para convertirse en auténtica “escatoficción”, como algunos han denominado a esta tendencia. Los años más difíciles en ese sentido fueron los de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando el “dispensacionalismo” se enseñaba por todas partes. Acaso el tema más controvertido siempre fue el del “rapto” o “arrebato” de la iglesia, que se utilizaba como un recurso aterrorizante para buscar que la gente se convirtiese al Evangelio. Su enfoque, ya se ha dicho, es totalmente pastoral:

El maestro bíblico tiene que ser un “Cupido de la Palabra”, muy enamorado de Dios y su Palabra y apasionado por enamorar a otros. Eso es un gran desafío con un libro tan temido como el Apocalipsis, que se acostumbra leer con una fuerte dosis de “espantología bestia-céntrica”. He visto muchísimas veces que cuando este libro se lee como un mensaje pastoral cristocéntrico, la gente pierde ese miedo morboso y comienzan a vivirlo como lucha y esperanza. Y encantados por el libro, siempre, prácticamente sin excepción, terminan enamorados/as del Apocalipsis.

Ante el desafío de superar los prejuicios y tradiciones, he desarrollado mis propios métodos de enseñanza. Comienzo conversando sobre la diferencia entre los desafíos de la buena interpretación y les sugiero tres herramientas básicas para el estudio bíblico: una lupa, para mirar bien lo que está en el texto y lo que no está (ilustrado con muchos ejemplos); un borrador de pizarra, para quitar de nuestra mente lo que no está en el texto (esto los prepara sicológicamente para dejar ideas no-bíblicas por interpretaciones más fieles al texto), y tercero, un par de audífonos (para escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad).3

 

Juan Stam junto a Doris, su esposa.

Todas esas advertencias (y muchas más) brotan de uno de sus libros menos conocidos, acaso porque no ha circulado lo suficiente, aunque ha merecido ya una reedición. El título de la obra es Profecía bíblica y misión de la iglesia, editado por el Consejo Latinoamericano de Iglesias en 2001 y 2004 (existe otra publicación por Ediciones Semilla y una más por el Centro Martin Luther King, de Cuba con el subtítulo Hasta el fin del tiempo y hasta los fines de la tierra). Llama poderosamente la atención el hecho de que esta institución haya considerado este libro para su catálogo editorial, pero se entiende que compartía la misma preocupación de Stam: la escatología sigue produciendo una curiosidad que llega hasta los linderos de lo malsano, de lo patológico, puesto que, como capítulo final de la doctrina cristiana, es adonde desemboca toda la esperanza de fe de la iglesia. Así se puede explicar la forma en que Stam acometió la tarea de redactarlo para responder a tanto interés sobre “las últimas cosas” en muchos sectores eclesiásticos. De esta manera explica su objetivo al relacionar la escatología con la misión de la iglesia:

Cuando la escatología (la “profecía”) se separa del resto de la teología, de la historia de la salvación y de la misión de la iglesia, de hecho pierde su sentido o asume un sentido errado. En vez de ser la culminación consecuente de un largo proceso de fe y misión, los “eventos del futuro” se reducen a espectáculos sensacionales sin el profundo sentido que revisten en la Palabra de Dios. Pero Dios no hace nada sin sentido, y los diferentes aspectos del futuro prometido tienen que entenderse a la luz de su propósito específico, su por qué y su para qué. De otra manera, quedan simplemente como episodios extraños que sólo mitifican el futuro y ofuscan el sentido de la historia y la misión.4

 

Portada de la primera edición de Profecía bíblica.

Se trata, en síntesis, como sigue diciendo en su prefacio, de dar razón de la esperanza cristiana y de comprender cabalmente la lógica y la ética de la esperanza, además de la lógica misionera de ésta. Y a eso se dedica en los cuatro capítulos del libro que tratan de algunos de los temas que más dificultad ocasionan: la venida de Cristo, la resurrección del cuerpo, el juicio final y la nueva creación. Las conclusiones de cada uno de ellos son dignas de destacarse, luego de un buen análisis tripartito: enseñanza bíblica, significado teológico y significado para la misión. En el primer caso, afirma que la expectativa de la segunda venida de Cristo debe “contagiar esperanza a las personas”: “Los que no conocen a Cristo, que no conocen la resurrección, que no conocen el reino de Dios y la nueva creación, ¿cómo van a esperar hoy? […] Queremos esperar contra la esperanza, porque tenemos los ojos puestos en Alguien que venció a la muerte. Podemos llevar esa esperanza a gente que no tiene cómo esperar porque no tienen a Cristo” (p. 35).

 

Portada de la edición de Apocalipsis e imperio, por Concordia, en Estados Unidos.

Luego de explicar la idea de una evangelización encarnada, el capítulo sobre la resurrección de la carne termina con la invitación a una “evangelización en pro de la vida”. Para ello, mediante un enfoque que opta por una sana contextualización, incluso geográfica (sus alusiones a Centroamérica son continuas) se sirve de unos versos del poema No tengo miedo a la muerte, de la guatemalteca Julia Esquivel (“Vivo cada día para matar la muerte,/ muero cada día para parir la vida; /y en esta muerte de la muerte muero mil veces/ y resucito otras tantas/ desde el amor que alimenta de mi pueblo la esperanza”) y del himno Tenemos esperanza, del teólogo uruguayo Mortimer Arias, y afirma: “La gente que se ha encontrado con nosotros no puede no esperar; el esperar nace naturalmente de la resurrección. La fe en la resurrección será un contagio evangelizador” (p. 57).

 

Segunda edición de Profecía bíblica.

Sobre el juicio final, concluye con la necesidad de practicar una fuerte autocrítica al interior de las iglesias en el sentido de que ninguna de ellas escapará al dictamen final del Señor, para lo cual echa mano de algunas paráfrasis o relecturas que puntualizan la severidad con que Jesucristo juzgará a su pueblo. La falsa confianza en escapar o librarse de ese juicio no es buena consejera para ninguna iglesia. Especialmente duro será el juicio, sostiene, para aquellas comunidades que abaratan el Evangelio y falsifican el compromiso con Jesús. Por último, en relación con la nueva creación, Stam discute el tema del fin del mundo y ofrece la visión positiva de la recuperación cósmica y espiritual de la creación entera. Ésta, tal como lo anuncian Isaías, Romanos, II Pedro y el Apocalipsis, será renovada y redimida definitivamente, lo que debe causar gozo y alegría. Uno de sus puntos finales es muy explícito: la enseñanza de la nueva creación nos llama a una misión comprometida y comprometedora. Mucho de ello lo ha expuesto también en Las buenas nuevas de la creación. La misión, por tanto, debe ser siempre esperanzadora y nunca caer en la tentación del mensaje que cause espanto: “¡Cuántas veces la predicación “profética” (como de II Pedro 3) ha sido amenazante, aterradora, para asustar a la gente hasta que se entreguen! Esa clase de ‘espantología evangelística’ es realmente terrorismo escatológico y nada tiene que ver con la gran esperanza a la que Dios nos llama” (pp. 101-102).

Sus conclusiones finales son aleccionadoras también: “Estoy convencido […] de que ni la escatología puede entenderse bien sin su constante dimensión misionológica y evangelizadora, ni la misión puede enfocarse correctamente sin una constante perspectiva escatológica. Pocos elementos pueden iluminar mejor la misión que el de su propio fin y meta, que revelan su verdadera naturaleza” (p. 103). Estamos pues, ante un manual de lectura urgente ante los diferentes brotes de escatologismo irresponsable y ajeno a la esperanza proclamada por las propias Escrituras.

 

Notas

1Jacqueline Alencar, Juan Stam: Leamos el Apocalipsis en clave pastoral, en Magacín, supl. de Protestante Digital, 16 de febrero de 2014.

2Á. Vega Sánchez, El Apocalipsis de Juan Stam, en Semanario Universidad, San José,UCR, San José, 29 de noviembre de 2015.

3J. Alencar, op. cit.

4J. Stam, Profecía bíblica y misión de la iglesia. 2ª ed. Quito, Consejo Latinoamericano de Iglesias, 2004, pp. 2-3.

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