‘Dios lo sacó del fango. La biografía de John Newton’, de Brian Edwards

Newton vio que tal como su pródiga vida no había sido en realidad libertada sino esclavizada, así también la mano de un Dios soberano había estado trazando su paso y preparando un lugar para el arrepentimiento

05 DE JULIO DE 2018 · 12:41

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Dios lo sacó del fango. La biografía de John Newton”, de Brian Edwards (Editorial Peregrino, 2014). Puede saber más sobre el libro aquí.

Durante días Newton estuvo luchando entre volver en sí y el estado de coma, mientras la fiebre atormentaba su cuerpo. Fue degradado de la oficialidad a marino raso, y aun a sus antiguos oficiales amigos les fue prohibido hablarle. De nuevo se hallaba solo y sin amigos. Únicamente su constitución férrea y su pasión por ver a Mary lo capacitaron para recuperar las fuerzas. Había fracasado en su intento de llegar adonde estaba Mary, pero «yo estaba dispuesto —dijo— a ser o a hacer cualquier cosa que pudiera hacer mis deseos realidad en algún tiempo futuro».

 

John Newton.

En su deplorable estado bajo cubierta y antes de que el médico de a bordo lo declarara útil para regresar a sus obligaciones normales, John podía volver atrás y reflexionar sobre su vida, reflexión que fue ferozmente interrumpida por aquellos soldados en el camino desde Plymouth. Al tiempo que John perdía la oportunidad de embarcar en el barco que le esperaba en Liverpool con destino a Jamaica, el capitán Newton no había perdido el tiempo haciendo otros arreglos alternativos para su hijo, y John se encontró pronto sirviendo como marino a bordo de un navío mercante que hacía la ruta entre Inglaterra y el continente. Treinta años después de que Newton empezara a navegar por primera vez, el Dr. Johnson, el gran ensayista, historiador y lexicógrafo, dijo: «Nadie que tenga suficiente inventiva como para hacer que lo metan en prisión podrá ser marino; porque estar en un barco es estar en una prisión con el riesgo además de perecer ahogado. Un hombre en prisión tiene más espacio, mejor comida y normalmente mejor compañía». La vida a bordo en el siglo XVIII era dura, expuesta a enfermedades y disoluta, y estaba muy cerca de lo imposible que un muchacho de diecisiete años resistiera las tentaciones y oportunidades que lo rodeaban. Además, no había lugar para el asceta, o cualquier otro individuo, en la vida comunitaria de un barco mercante y, en sus propias palabras, no tardó mucho John Newton en naufragar con el mal ejemplo y la mala compañía de los que lo rodeaban. Hizo «unos cuantos esfuerzos débiles para parar», pero solo consiguió «dar pasos más largos hacia una total apostasía de Dios». La enseñanza que su madre le dio, los himnos de Watts, las historias bíblicas, la visión de «Polly» y sus propios esfuerzos anteriores para reformarse a sí mismo no pudieron detener su caída.

 

Portada del libro.

Venecia era antaño la puerta de Oriente antes del descubrimiento de la ruta del Cabo hacia la India. Fue durante una visita a esta ciudad cuando Newton recibió un aviso que nunca dudó que procedía de la mano de Dios; fue una experiencia única en su vida. Tuvo un sueño que con el tiempo demostraría ser una parábola de su vida. El escenario era el puerto de Venecia y Newton, que estaba de guardia, fue abordado por un desconocido que le dio una sortija con la promesa de que mientras la conservara sería feliz y afortunado; el desconocido añadió la advertencia de que, si alguna vez se desprendía de ella, solo podía esperar tristeza y miseria.

Newton, contento con el regalo, fue pronto abordado por un segundo desconocido que se fijó en la sortija y ridiculizó las promesas que le dieron sobre ella. Al principio Newton rechazó y luego aceptó la sugerencia de que, para demostrar su indiferencia hacia tan tontas promesas, arrojara la sortija al agua. De pronto las montañas lejanas empezaron a arder y los Alpes se convirtieron en un pavoroso infierno. Advertido por su tentador de que ya había perdido el derecho a todas las promesas de Dios, Newton vio aparecer al primer desconocido quien, al conocer la causa de su aflicción, recuperó la sortija del agua. El marino se acercó para volver a tomar la sortija, pero el desconocido la retuvo diciendo: «Si se te con- fiara otra vez esta sortija, muy pronto volverías a caer en la misma angustia. Tú no eres capaz de guardarla, pero yo la preservaré por ti. Cuando sea necesario yo la presentaré por ti». Este sueño lo turbó gravemente en aquel tiempo y durante dos o tres días apenas podía comer, dormir o continuar con sus deberes. «Pero el efecto de aquella impresión pronto desapareció y lo olvidé totalmente —dijo—. Apenas se me ocurrió pensar en él otra vez hasta transcurridos varios años». Continuó viviendo una vida que él más tarde describiría como de «libertinaje e insensatez».

Si John Newton, retorciéndose de dolor en su hamaca a bordo del Harwich y reflexionando sobre su vida, se hubiera detenido para valorar las muchas ocasiones en las que Dios había intervenido en su ella y sembrado su mente con muestras de misericordia sobre su rebelde conducta y negligente caminar, no hubiera dejado de buscar el perdón de Dios en Cristo. Pero lo que había hecho era desdeñar todas las promesas y privilegios que estaban retenidos para él. La cruz, de la que su madre tan a menudo le había hablado, no significaba nada para él; ni el amor de un Salvador crucificado ni las restricciones que entrañan el conocimiento de un Dios santo cambiarían su vida. La Rapsodia lo había hecho libre, y libre permanecería.

 

Brian Edawrds.

Fue años más tarde cuando el pródigo convertido se dio cuenta del verdadero estado en que estaba su alma en aquel tiempo: «Estuve casi sin remedio y sin esperanza al borde de una espantosa eternidad. Si los ojos de mi entendimiento hubieran estado abiertos, hubiera visto a mi gran enemigo, que me había seducido obstinadamente a que renunciara y me deshiciera de mis creencias religiosas para enredarme en complicados delitos». También, en estos años posteriores, él vio que tal como su pródiga vida no había sido en realidad libertada sino esclavizada, así también la mano de un Dios soberano había estado trazando su paso y preparando un lugar para el arrepentimiento: «Tal vez debiera haber visto también a Jesús, a quien yo había perseguido y desafiado, reprendiendo al adversario y reclamando su derecho sobre mí, como un tizón arrancado del fuego, diciendo: «Líbralo de caer en el abismo; yo tengo el rescate»». Pero Newton se acercaría aún más al abismo antes de que llegara la liberación.

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