La imitación de Cristo. Un mensaje de Filipenses

No es de extrañar que frente a la elección entre Cristo y este mundo, Pablo siempre eligiese a Cristo.

24 DE MAYO DE 2018 · 17:00

Sinclair B. Ferguson,
Sinclair B. Ferguson

Un fragmento de "La imitación de Cristo. El mensaje de Filipinos", de Sinclair B. Ferguson (Ed.Peregrino, 1999). Puede saber más sobre el libro aquí.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas. Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados” (Fil. 3:20—4:1).

Pablo ha estado recalcando la importancia de los ejemplos y los modelos en la vida cristiana: algunos son para imitar; otros hay que evitarlos. Y llama nuestra atención en particular a las características que se manifiestan a menudo en las vidas de aquellos que son falsos maestros.

Todos los escritos del apóstol expresan un principio fundamental (al cual vuelve en varias ocasiones en esta misma carta): nuestra manera de pensar influye en nuestra manera de vivir. Esto es tan cierto con respecto a la enseñanza falsa como lo es con respecto a la verdad cristiana. Así que Pablo intenta comunicar a sus lectores que aquellos que enseñen doctrina falsa acabarán, tarde o temprano, manifestando la falsedad de su doctrina desviándose moralmente en sus vidas. En Filipenses 3:18,19 ya había señalado cuatro características de las vidas de los falsos maestros, en este sentido:

  1. En cuanto a su carácter, eran “enemigos de la cruz de Cristo”;

  2. Su dios eran sus propias pasiones;

  3. Su gloria era la misma vergüenza a que se entregaban;

  4. Su futuro era la perdición.

A continuación, nos muestra que en cada una de estas áreas las vidas de los cristianos presentan un contraste con respecto a su carácter, su Señor, su gloria y su destino.

 

EL CARÁCTER CRISTIANO

Su ciudadanía está en los cielos (v. 20). Los cristianos son extranjeros o forasteros en este mundo (1 P. 1:1; 2:11). Su verdadero hogar está en Cristo, en la presencia de Dios.

No obstante, aquí Pablo le da a esa idea un toque muy fino. Hemos notado ya que, durante el siglo anterior, Filipos había llegado a ser una colonia romana. Era gobernada según la ley romana; sus habitantes se vestían según el estilo romano; en los documentos oficiales se usaba el latín; hasta la arquitectura misma de Filipos llegó a ser de carácter románico. Y, lo que era lo más significativo de todo, los ciudadanos de Filipos tenían el privilegio de ser ciudadanos de Roma.

Vivir en Filipos, pero ser ciudadano de Roma, vivir la vida romana mientras se estaba ausente de la capital romana: ¡qué ilustración más perfecta del cristiano! Estamos en Cristo; hemos experimentado un llamamiento celestial; pertenecemos a otro país y somos ciudadanos de una ciudad que es distinta de este mundo. Es inevitable que nuestro carácter también sea distinto. Y de manera igualmente inevitable se nota que somos diferentes por cuanto nuestra mente no está puesta en cosas terrenales. De hecho, esperamos ansiosamente a Alguien que va a venir desde los cielos (vv. 19-20).

 

Portada del libro La imitación de Cristo. El mensaje de Filipenses.

EL SEÑOR DESDE LOS CIELOS

Pablo había dicho de los falsos maestros: “cuyo dios es el vientre” (v. 19); ¡ellos adoraban hacia abajo y hacia dentro! ¡Tenían que alimentar a su dios para mantenerlo vivo! Fíjate en el contraste en el caso del creyente cristiano: éste mira hacia arriba, hacia fuera y hacia adelante: hacia Aquel que es su Señor y su Dios, el Señor Jesucristo (v. 20; cf. Tit. 2:13).

“¿Qué futuro tiene el objeto de tu devoción?” es una pregunta que nunca debería estar lejos de nuestras mentes. ¿Qué futuro nos puede ofrecer el dios Pasión? Sin duda, como dice el autor de la Carta a los Hebreos, el pecado sí proporciona sus “deleites” (He. 11:25); pero son “temporales”. En contraste con ellos, sólo “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8).

Con Él sí hay un futuro, además de un presente. Aquellos que “sólo piensan en lo terrenal” (v. 19) viven sólo para el presente, para satisfacer sus deseos. Pero no conocen ni la satisfacción en esta vida ni la esperanza del verdadero gozo en el mundo venidero. En cambio los cristianos tienen las bendiciones de la gracia ahora y anhelan ansiosamente aquel día cuando su Salvador venga desde los cielos para llevarlos a donde pertenecen.

¡Qué distinto el espíritu del cristiano de aquellos que están dominados por el espíritu de este mundo!

 

LA GLORIA DEL CRISTIANO

La gloria de los falsos maestros era su vergüenza (v. 19). En cambio, los que son cristianos anhelan el día cuando todo lo vergonzoso dé lugar a la gloria.

Jesucristo vendrá desde los cielos como nuestro Salvador (v. 20). Pero vendrá también como el Señor que ejercerá su autoridad sobre la creación entera. Él tiene “el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (v. 21). Y un día manifestará ese poder en todo el universo.

Piensa en el drama de la ocasión, como Pablo pensaba con frecuencia en ello:

“Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial... Todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:49,51,52) .

¡Tenemos un futuro con el cual ni siquiera toda la satisfacción instantánea del mundo se puede comparar! Seremos como Cristo, porque Él “transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (v. 21). Y entonces nuestra salvación estará completa.

De principio a fin la salvación es un proceso por el cual somos transformados en la semejanza de Cristo. Al principio eso implica que se nos da un nacimiento celestial a su familia (véase Jn. 3); luego a lo largo de nuestra vida las virtudes espirituales de Cristo se van reproduciendo en nosotros. Y ahora Pablo llega a la increíble escena final: estos cuerpos de la humillación nuestra, hechos del polvo de la Tierra (Gn. 2:7), debilitados por el pecado y por la enfermedad, sujetos a la vergüenza de la muerte y la desintegración, serán transformados por Cristo cuando Él los resucite del polvo. “Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción. Se siembra en deshonra, resucitará en gloria; se siembra en debilidad, resucitará en poder. Se siembra cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual [no un cuerpo ‘sin sustancia’, sino un cuerpo adecuado para la vida en el poder del Espíritu]” (1 Co. 15:42-44). ¡Qué gloria!

 

PARA REMATARLO TODO

Para los escritores del Nuevo Testamento el futuro del cristiano no es un asunto que sólo sirva para la vana conjetura; siempre es un aliciente para la acción y un motivo de gozo (véase, por ejemplo, 2 P. 3:11; 1 Jn. 3:1-3). Pablo ahora sitúa su propia vida en el contexto del regreso de su Maestro. Al mirar hacia el futuro, piensa en la importancia duradera de su relación con los filipenses. Utilizando un lenguaje parecido al de 1 Tesalonicenses 2:19,20, les llama su “gozo y corona” (4:1).

Los filipenses eran sus hermanos; los amaba y deseaba verlos. A diferencia de aquellas cosas vergonzosas a las que se entregaban los falsos maestros, esta relación perduraría. Más aún, ésta también sería transformada en algo glorioso: en el gozo y la corona de Pablo. El Cielo, y los filipenses también, serían suyos.

¡Vive para las cosas que perdurarán! Esta es la lección fundamental. Pablo nos ha mostrado qué significa esto: significa vivir a largo plazo, y no con los ojos puestos en aquellos métodos de progreso espiritual rápidos y fáciles, tan característicos de los falsos maestros. Eso implica que mantengamos nuestros ojos fijos en las realidades eternas, en la cosecha a largo plazo de nuestras vidas, no en la satisfacción a corto plazo. Significa elevar los ojos hacia la promesa segura de que Cristo volverá a aparecer —en gloria— en vez de bajar la vista hacia nosotros mismos y nuestros apetitos. El único apetito duradero es un apetito de amor por Cristo y por su pueblo. Todo lo demás se convertirá en polvo.

No es de extrañar que frente a la elección entre Cristo y este mundo, Pablo siempre eligiese a Cristo. Como consecuencia de ello, era capaz de vivir con gozo aun en este mundo.

¿Es ésa la clase de ejemplo que yo sigo?

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