Obras escogidas de Clemente de Alejandría

En la obra de Clemente, Cristo es presentado como el maestro de la humanidad.

18 DE MAYO DE 2018 · 06:20

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Obras escogidas”, de Clemente de Alejandría (Clie , 2017). Puede saber más sobre el libro aquí.

La tutoría del Pedagogo

El término normalmente usado para designar al maestro era el de didaskalos, mientras que la palabra paidagogos seguía empleándose en su acepción original y clásica de sirviente que esperaba al niño para acompañarle físicamente a los distintos lugares de enseñanza.

En la obra de Clemente, Cristo es presentado como el maestro de la humanidad, no en el sentido del profesor que cultiva el intelecto y las habilidades de la mente, sino como el modelo en el que el hombre halla ejemplo, preceptos, exhortaciones, reprobación y amor.

El pedagogo, generalmente un esclavo, desempeñaba en la educación del niño un papel más importante que el del maestro de escuela.

“Este último no es más que un técnico que se ocupa de un sector limitado del entendimiento; el pedagogo, en cambio, permanece al lado del niño durante toda la jornada, lo inicia en los buenos modales y en la virtud, le enseña a comportarse en el mundo y en la vida, lo cual es más importante que saber leer” (H. I. Marrou, Historia de la educación en la Antigüedad, p. 286. Madrid 1985).

 

Portada del libro.

En su calidad de paidagogos Cristo es el punto de partida del progreso del alma, la cual, manchada y corrompida por el pecado original, puede ser guiada por él hacia el progreso, la conversión y la redención final. La sentencia evangélica: “el reino de los cielos es de los niños” (Mt. 19:14), indica la naturaleza del proceso.

Sólo mediante un acto de fe sencilla e infantil en Dios, y mediante la aceptación de Cristo como salvador, puede el hombre progresar hacia su propio fin. El camino pasa por el bautismo, la iluminación y la gracia que son dones gratuitos de Dios (Ped. I, 6), que disipan las tinieblas y ofrecen la paz.

Para Clemente el conocimiento es sinónimo de virtud, facultad del alma, que constituye el objetivo de todos los esfuerzos humanos. Hay trazas de esta concepción en la tradición platónica que, según la creencia socrática, el fin del conocimiento es la “conversión del alma” (República, 518).

El camino que conduce al conocimiento-conversión, para Clemente, es Cristo, que llama a los hombres a hacerse como niños, metáfora que encuentra un paralelismo en las prácticas paganas expuestas por el pseudo-Plutarco (La educación de los niños).

Dios obra con el hombre como si de un niño se tratara, con amor y reprobación. La reprobación constituye para Clemente la cirugía de las pasiones del alma: el miedo y la exhortación conducen a fines positivos, al promover el respeto y la reverencia.

Dado que el camino del conocimiento se basa en la simplicidad –ser como niños– para el cristiano que busca la salvación resulta vital seguir en su vida cotidiana un régimen claramente definido, del cual se ocupa la obra del Pedagogo.

Consiste, esencialmente, en moderación y templanza, tanto en lo que respecta a la alimentación como al vestido, en el hablar e incluso en los enseres del hogar.

 

Clemente de Alejandría.

El Pedagogo supuso un cambio muy profundo en la evolución del concepto de educación por cuanto la noción del sirviente-acompañante se transformó en la de guía, confundiéndose a su vez con la función del maestro propiamente dicho.

No obstante, el Pedagogo aborda tan sólo dos temas principales: la necesidad de fe en Cristo y los preceptos de simplicidad en el estilo de vida. Todo parece indicar que Clemente tenía intención de componer una tercera obra titulada El Maestro, y que estaría dedicada al nivel superior de la instrucción religiosa o teológica.

Era preciso enfrentarse de algún modo con las tradiciones intelectuales y educativas: la definición que Clemente da del conocimiento es sencilla y grandiosa, pero su misma simplicidad exigía ulteriores explicitaciones si la apologética del autor había de conseguir los efectos que se proponía.

Clemente se movía principalmente en el seno de una comunidad intelectual, y si los consejos del Pedagogo se adaptaban muy bien a las necesidades y las capacidades del pueblo llano, resultaban en cambio claramente insuficientes para la minoría ilustrada e influyente cuya adhesión y cuyo apoyo era indispensable ganarse para logar una mayor implantación e institucionalización de la nueva fe.

El propio Clemente reconoce que se trataba de un problema de reconciliación de la tradición clásica con el cristianismo, el problema de descubrir en el modelo establecido del proceso educativo –la enkyklios paideia– un medio para el desarrollo y evolución posteriores del estilo cristiano (cf. James Bowen, op. cit., cap. X

Cristo, modelo perfecto

¿Qué es lo que el Pedagogo ofrece? Ante todo un modelo de vida auténtica, que no es otro que la imagen misma de Cristo grabada en los creyentes, como corresponde a aquel que ha creado al hombre, pues Cristo es Dios y, como tal, es Creador del mundo.

 

Colección Patrística.

Su carácter no es demasiado severo, ni demasiado blando por su bondad. Manda, pero lo hace de manera que podamos cumplir sus mandamientos.

Fue Él mismo, en mi opinión, quien modeló al hombre con el polvo de la tierra, lo regeneró con el agua, lo ha hecho crecer por el Espíritu, lo educó con la palabra, dirigiéndolo con santos preceptos a la adopción de hijo y a la salvación, para transformar finalmente al hombre terrestre en un hombre santo y celestial, y se cumpla así plenamente la palabra de Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn. 1:26).

Cristo ha sido la realización plena de lo que Dios había dicho; los demás hombres, en cambio, se parecen a Dios sólo según su imagen.

Nosotros, hijos de un Padre bueno, alumnos de un buen Pedagogo, cumplamos la voluntad del Padre, escuchemos al Logos e imprimamos en nosotros la vida realmente salvadera de nuestro Salvador.

Viviendo, ya desde ahora en la tierra, la vida celestial que nos diviniza, unjámonos con el óleo de la alegría, siempre viva, y con el perfume de la pureza, contemplando la vida del Señor como un ejemplo radiante de incorruptibilidad y siguiendo las huellas de Dios.

A Él sólo corresponde el cuidado –en el que se emplea a fondo– de ver cómo y de qué forma puede mejorar la vida de los hombres […].

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