El bebé crecido

Un nuevo cuento de Antonio Cárdenas.

03 DE MAYO DE 2018 · 20:05

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(Dedicado a los compañeros de Filosofía Perenne de la UB)

El recién nacido cayó a gusto entre las sábanas blancas del moisés. Pasados los primeros días de vida, el neonato ya podía afinar la mirada, cosa que aprovechó para identificar a sus padres.

Como ocurre de modo natural, los padres no se escogen, pero esta criatura ya tenía unas expectativas previas de quien querría encontrarse en aquella alcoba y en aquella casa.

Sobre todo preferiría unos padres jóvenes con los que pudiera jugar. Pero ¡sorpresa!, lo primero que vio fue a sus abuelos. “¿Y mis padres dónde estarán?”, se preguntó.

“Soy mamá”, dijo una señora que rondaba los setenta años. “Soy papá”, dijo un señor de la misma edad.

Algo estaba fallando y sin posibilidad de arreglo. “¿Y cómo podré jugar al balón dentro de unos años con estos carcas?”, se decía. “¿Y quién me va a mantener cuando llegue a mi adolescencia y juventud?”.

Pasaban los días, los meses y el niño crecía bien cuidado y alimentado por aquellos padres seniles.

El cuento antes de dormir no le faltaba cada noche. El preferido era la historia de Abraham y Sara que milagrosamente fueron padres a los cien y noventa años respectivamente. Se veía muy identificado con Isaac.

Pasados doce meses ya pudo caminar.

Normalmente los padres añosos atendían puntualmente las demandas nocturnas del bebé, pero una noche se retrasaron en proporcionarle el biberón. Cansado de llorar decidió arreglárselas por su cuenta.

Dio un salto de la cuna y fue caminando hasta la habitación paterna para reclamar lo que creía su derecho. Caminando por el pasillo se topó con un espejo. Quedó mirándose durante un buen rato. “¿Este soy yo? ¡Pero si tengo la cara de un señor cincuentón!”

Llegó a la puerta del dormitorio de los ancianos. Se los quedó mirando. Los percibió muy cansados y sintió por ellos un profundo cariño. “Creo que son los mejores padres que podría tener”, se dijo.

“Es verdad, ellos dan muestras de agotamiento. ¿Sabes qué? Los dejaré dormir. Creo que me las podré apañar yo solito”. Y ni corto ni perezoso se dirigió hacia la cocina para prepararse un bocata de jamón serrano, que es lo que le apetecía en aquel momento.

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