Derechos humanos y estado laico: nuevos rumbos para el debate

Al no identificar suficientemente la actual derechización y la aparente incomprensión del pasado liberal, los liderazgos se están orientando hacia posturas francamente incompatibles con la naturaleza y el origen histórico de muchas iglesias en México.

16 DE MARZO DE 2018 · 08:50

Un momento durante el Foro. / L. Cervantes-Ortiz,
Un momento durante el Foro. / L. Cervantes-Ortiz

 ¿Y si no es así, y si Dios acepta vivir en un país secularizado y diverso? Carlos Monsiváis [1]

Parece mentira que, a estas alturas del siglo XXI, aún se siga debatiendo en México la importancia de los derechos humanos y del Estado laico, sobre todo después de los prolongados debates de mediados del siglo XIX y de la experiencia institucional que ha hecho del país uno de los más adelantados en el ámbito constitucional al respecto. Pero lo cierto es que, ante los embates del conservadurismo y de los sectores más reaccionarios de la ideología de derecha, continúa belicosamente abriendo frentes a fin de restringir algunas de las libertades que la laicidad ha logrado que se formalicen en los textos constitucionales. No pueden entenderse de otra manera los furibundos embates de las cúpulas católico-romanas, aliadas de estos sectores, al identificar dichas libertades como atentados a los valores tradicionales y hasta a la identidad cultural del país, como si unos y otros dependieran únicamente de su comprensión unilateral de los mismos. [2]

No debe olvidarse el más reciente episodio de las negociaciones entre la iglesia católica y el gobierno mexicano (marzo de 2012), el relacionado con los artículos 24 y 40 constitucionales: el primero para establecer la libertad religiosa (diferente de la libertad de cultos) a cambio de la modificación del segundo que afirma categóricamente la laicidad del Estado. La apuesta católica iba, en realidad, en el sentido de garantizar lo referente a la enseñanza religiosa, la actividad electoral de los sacerdotes y la utilización de los medios de comunicación por parte de las iglesias [3]. Pero todos sabemos muy bien lo insaciables que son estos grupos de presión y lo poco que se le han hecho estos cambios como para no dejar de insistir en la recuperación de privilegios de otras épocas. Ciertamente, es inaceptable utilizar los artículos constitucionales como moneda de cambio en las negociaciones que han salido a la pues, pues la irreversibilidad de los cambios en materia religiosa, orgullo de la legislación mexicana y hasta modelo para otros países es algo que debe afirmarse en cuanta oportunidad haya lugar. Muestra de ello es la labor ejemplar que en diversos espacios realiza el doctor Roberto Blancarte, sobre todo al recordarle a la clase política del país sus obligaciones en ese terreno, pues al fustigarla continuamente subraya el papel de defensores de la legalidad que han jurado cumplir y hacer cumplir [4]. Algunos libros suyos son de lectura obligada: Laicidad y valores en un estado democrático (coord., Colmex-Segob, 2000), Para entender el Estado laico (Nostra Ediciones, 2008) y Los retos de la laicidad y la secularización en el mundo contemporáneo (coord., Colmex, 2008).

Llama mucho la atención que, en el ambiente cristiano no católico, sigan haciéndose progresivamente más fuertes y vivibles las posturas ligadas a esa misma vertiente conservadora, a contracorriente del liberalismo que caracterizó durante mucho tiempo al protestantismo, pues, como expresión “heterodoxa” del cristianismo, funcionó como un aliado estratégico de esa tendencia ideológica, lado a lado con la masonería y otros movimientos contrarios al clericalismo y al control que la iglesia católica deseaba seguir ejerciendo. Es por ello que Carlos Monsiváis (de formación protestante, liberal y de izquierda) se refirió a los opositores de la laicidad como “malquerientes”, a quienes dedicó un volumen completo. Este término descalifica de entrada el peso específico que, en estos tiempos, puede tener el rechazo confesional a los logros de la laicidad, pues la oposición a ésta se deriva, en su opinión, de una falta de aceptación de los avances de la modernidad en materia religiosa. En diversos momentos, este autor se confrontó directamente con los defensores del integrismo y del fundamentalismo católicos. Ante Vicente Fox y Carlos Abascal, por ejemplo, subrayó uno de los postulados fundamentales de la laicidad institucional: “…‘el Estado laico conlleva obligadamente la ética republicana, que sin negar el papel de las religiones como espacio de formación de valores, deposita en la educación y las leyes los principios éticos de la sociedad no teocrática’. El laicismo […] respeta todos los credos, pero no acepta el retorno a un dogma religioso como criterio único”[5]. En otro momento, para él, la Revolución Mexicana fue “un curso intensivo de secularización”[6].

 

Cartel del Foro. / L. Cervantes-Ortiz

La laicidad, como uno de los resultados de la modernidad, se ha experimentado de manera sui generis en México y otros países latinoamericanos, lo que no implica que no haya habido avances en su modernización en materia religiosa, aun cuando las resistencias han sido muchas. Los diversos procesos históricos, marcados algunos de ellos por la gran beligerancia de grupos religiosos, han dejado una huella profunda en el imaginario cultural de varias generaciones de creyentes o no creyentes. La persona protestante o evangélica típica, si bien maneja un concepto muy claro de la individualidad y su papel ante lo sagrado, también es heredera de un conjunto de creencias y doctrinas que, de una u otra manera, plantean la laicidad y la secularización como componentes insustituibles de la modernidad, aspecto de difícil aceptación para otros movimientos más ligados a la tradición. De ahí que sea difícil de aceptar que, a partir de los cambios constitucionales de 1991-1993 muchas iglesias evangélicas retomen el discurso conservador que los ha acercado, en una alianza extraña, a los grupos más derechistas  del espectro ideológico. La “santa alianza” que han llevado a cabo con los grupos defensores de los valores de la familia tradicional deja de lado la percepción social de integración y fortalecimiento de los derechos humanos derivados de una sana práctica de la laicidad.

Blancarte ha hecho un resumen muy puntual del papel de la laicidad en la conformación de un nuevo perfil de la identidad religiosa de la ciudadanía:

El verdadero competidor de la Iglesia católica en materia de convicciones fue el naciente Estado laico. No se trataba de una creencia religiosa que pusiera en jaque la adscripción nominal de la mayoría de los creyentes, pero sí una institución que disputaba la identidad nacional, mediante la adscripción a ideales seculares, con una poderosa simbología, capaz de competir por lealtades, sobre todo políticas. El laicismo, actitud de combate para crear y fortalecer al Estado laico, se convirtió en una potente ideología, apoyada tanto por la doctrina liberal como por los procesos de secularización social. [7]

De modo que la progresiva inserción y aceptación de la laicidad en las comunidades religiosas en México también ha atravesado por etapas en las cuales el alejamiento ideológico del liberalismo ha producido cambios profundos y visibles en el comportamiento de las iglesias y en los políticos ligados a ellas. Es el caso de Encuentro Social, partido cuya dirigencia no manifiesta suficiente claridad en relación con el “pasado heroico” del protestantismo, el cual participó en las luchas revolucionarias a finales del siglo XIX y principios del XX, como parte de la oposición al Porfiriato, aunque posteriormente declinó continuar algunos de sus proyectos educativos, asistencia social y de salud al ceder muchos de ellos a los gobiernos posrevolucionarios. Eso explicaría, al menos en parte, la actual derechización y aparente incomprensión del pasado liberal que podría servir como un buen contrapeso a este proceso. Al no identificar suficientemente estos cambios ideológicos, los liderazgos se están orientando hacia posturas francamente incompatibles con la naturaleza y el origen histórico de estas iglesias. La alianza ideológica (y eventualmente cultural) con sus antiguos perseguidores hace de estos movimientos un auténtico botín en medio de sucesos en los que la laicidad se encuentra en riesgo.

Lamentablemente, estas palabras de Monsiváis, publicadas en 2006, siguen vigentes todavía en el México más reciente:

La derecha […] no se aparta de sus modelos antiguos, incapaces de persuadir a los jóvenes (salvo excepciones muy minoritarias) y de adecuarse al desarrollo civilizatorio. En su búsqueda de la “victoria cultural” la derecha (el alto clero y el PAN sobre todo) busca censurar o prohibir las libertades artísticas, clama por la teocracia (literalmente: Abascal en 1992 exige que al gobierno lo integren funcionarios católicos), quiere prohibir El crimen del padre Amaro, se opone a la píldora del día siguiente, imparte en alcaldías panistas cursos de bioética que condenan al gobierno federal por el control de la natalidad, despliega su homofobia, se opone al aborto por las causas autorizadas en la mayoría de las legislaciones de los estados y el Distrito Federal (violación, malformación genética del producto y peligro de vida de la madre), quiere implantar la objeción de conciencia para los médicos en hospitales del gobierno que se nieguen a practicar los abortos autorizados, condena la minifalda, destruye cuadros, niega que existe la ética de la República, y así sucesivamente. [8]

 

[1] C. Monsiváis, “El laicismo en México: Notas sobre el destino (a fin de cuentas venturoso) de la libertades expresivas”, en Benjamín Mayer Foulkes, coord., Ateologías. México, Fractal-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2006, p. 47.

[2] Cf. L. Cervantes-O., “Nuevos embates contra el Estado laico en México”, en ALC Noticias, 26 de noviembre de 2009, reproducido en Observatorio del Laicismo, https://laicismo.org.

[3] L. Cervantes-O., “Senado ratifica Estado laico y establece libertad religiosa”, en ALC Noticias, 30 de marzo de 2012.

[4] Véase la columna semanal de Blancarte en Milenio, que lleva por título “Perdón, pero…”. En las últimas semanas le ha tocado el turno a los candidatos presidenciales quienes, al parecer, de manera irreflexiva, y sin medir las consecuencias, han hecho alusiones religiosas totalmente innecesarias y a conveniencia. Algo similar afirmó el 5 de marzo pasado en el programa televisivo Sacro y Profano, de Bernardo Barranco, en el Canal 11.

[5] Fabiola Martínez, “Respeto a los fundamentalistas que me acusan de fundamentalista”, en La Jornada, 2 de febrero de 2006, www.jornada.unam.mx/2006/02/02/index.php?section=politica&article=018n1pol.

[6] C. Monsiváis, “El laicismo en México…”, p. 27.

[7] R. Blancarte, “Las identidades religiosas de los mexicanos”, en R. Blancarte, coord., Los grandes problemas de México. XVI. Culturas e identidades. México, El Colegio de México, 2010, p. 97. Además, Blancarte tradujo y prologó Nuestra laicidad pública, de Émile Poulat, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2015.

[8] C. Monsiváis, “Este País y el imaginario político”, en Este País, núm. 181, abril de 2006, p. 9, http://archivo.estepais.com/inicio/historicos/181/1propuesta1este%20paismonsivais.pdf.

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