Dios se gusta

—Ya sé que Dios me ama por el simple hecho de existir— dijo Aimar—. Pero ¿qué me dice que me prefiera por encima de las tortugas o los monos? También ellos “existen”.

—La criatura humana es la corona de la Creación— contestó Edurne.

—Sí, pero yo quisiera ser preferido por alguna cualidad propia, y no tan solo por estar en el “paquete” de lo que Dios ama.

—Eres una criatura única, no hay dos igual a ti.

—Pues eso no me deja tranquilo. Algo habrá fallado porque solo veo imperfecciones en mi persona. Más que amor, siento que a Dios le debo dar pena y que me está vetada la satisfacción de mi persona.

—Parece que tienes un problema de autoestima que planteas desde la religión— siguió Edurne.

—Pues quizá sea eso— contestó Aimar.

—Solo se me ocurre decirte una cosa que te puede ayudar pero me has de prometer que no se lo dirás a nadie. Que quede entre tú y yo.

—Vale, guardaré el secreto.

— ¿Seguro que no se te escapará? Algunos de mis conocidos me mirarían mal.

—Dilo, dilo, puedes estar tranquila.

—Pues ahí va: DIOS SE GUSTA.

 “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”. (Isaías 43:25)