Entre algodones

Solamente hay una cita en la Biblia que se refiera al algodón (Est. 1:6), aunque la mayor parte de las versiones castellanas lo traducen como lino.

25 DE ENERO DE 2018 · 18:00

Foto: Antonio Cruz,
Foto: Antonio Cruz

El algodonero (Gossypium herbaceum) es una planta anual, originaria de Oriente, que alcanza una altura de un metro y tiene hojas grandes, de nervadura palmeada, divididas en cinco gajos las inferiores y en tres las superiores.

Las flores nacen de una en una en las axilas de las hojas. Los pétalos son amarillos con una mancha de color púrpura en la base. El fruto es una cápsula ovoide que alcanza unos 6 centímetros de longitud y está dividida en tres cavidades que contienen grandes semillas cubiertas de abundantes y largos pelos blancos, el algodón.

Los filamentos de las semillas están constituidos en un 95% por celulosa pura y tienen la virtud de absorber rápidamente grandes cantidades de agua (hidrófilos). De ahí su aplicación tradicional en medicina y cirugía.

Solamente hay una cita en la Biblia que se refiera al algodón (Est. 1:6), aunque la mayor parte de las versiones castellanas lo traducen como lino. Una de las pocas versiones que lo hace correctamente es la Nueva Traducción Viviente. En realidad, la palabra hebrea karpás deriva del sánscrito karpas, que como el griego kárpasos y el latín carbasus significan algodón.

En la India, se sigue llamando karpas a esta planta. Probablemente fue Alejandro Magno quien la transportó a Grecia y de ahí a Roma. Por los jeroglíficos egipcios se sabe también que el algodón se cultivaba a orillas del Nilo y se empleaba en la confección de tejidos. Los árabes lo difundieron por todos los países mediterráneos, dándole el nombre de kutun, de donde derivó el castellano al-kutun y el inglés cotton.

El rey persa que aparece en el libro de Ester con el nombre de Asuero (1:1-9) es reconocido por los historiadores con el nombre griego de Jerjes. Su reino hoy abarcaría desde Pakistán hasta el norte del moderno Sudán. En Susa, la antigua capital del imperio persa, su padre Darío I había empezado a construir un lujoso y extravangante palacio que, más tarde, Asuero terminó al principio de su reinado.

A pesar de que posteriormente este lugar fue saqueado por las tropas de Alejandro el Grande y otros militares, los arqueólogos encontraron dicho complejo y determinaron sus características. En todo coincidía con lo que afirma la Biblia. Se cree que tal banquete tuvo lugar en el año 483 a. C. y su principal motivo fue convencer a los demás gobernantes y consejeros militares para hacer la guerra contra Grecia. El color blanco del algodón y el azul de los lienzos colgantes eran los colores reales de los persas. De manera que el rey Asuero hizo gala de su gran riqueza para demostrar a todos que él era el gobernante más poderoso de esa parte del mundo.

Esta historia sirve, entre otras cosas, para comprobar en qué consiste la grandeza desde el punto de vista humano, así como también en la perspectiva de Dios. El hombre se considera grande cuando posee muchas riquezas, como el rey Asuero, o cuando se siente poderoso para competir con otros imperios y cree que es más sabio que los otros. Sin embargo, desde el punto de vista de Jesús, la grandeza humana consiste en otras cosas muy diferentes. Es grande quien sabe servir a los demás (Mt. 20:27); el que vive humildemente (Mt. 8:20) y es capaz de lavar los pies de sus hermanos (Jn. 13:1-16); o de entregar su vida por los demás (1 Tim. 2:6). Según el Maestro, solamente se es grande cuando se ama al prójimo y nos olvidamos de nosotros mismos para hacer la voluntad de Dios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - Entre algodones