Superman

Un nuevo cuento de Antonio Cárdenas.

26 DE OCTUBRE DE 2017 · 20:00

,

(Dedicado con afecto a Diego Jiménez)

Superman acabó exhausto tras abatir al enésimo villano con el que se enfrentó en el espacio aéreo de la ciudad de Manhattan. Los ciudadanos descansaban tranquilos con este héroe consagrado a la vigilancia y al orden.

Como sucede a la mayoría los héroes, también a Superman le embargó un problema existencial. Parece que vivía una perpetua adolescencia desde la que no sabía hacia dónde decantarse.

—¿Soy un hombre? ¿Soy un Dios? ¿Un semidios? ¿Qué soy?— se decía.

Acabó de hacer la siesta un domingo caluroso de agosto, tal como hacen los españoles, y salió a pasear por las callejuelas tranquilas de la urbe.

Desde una puerta semiabierta en un callejón se desprendían cánticos que le parecieron de buen gusto. La curiosidad del héroe fue mayor que su fuerza y se dispuso a entrar.

Cuando todos los asistentes acabaron de cantar y se sentaron, Superman hizo lo propio disimulando su enorme estatura.

Un orador comenzó a hablar y Superman entendió lo que entendió de sus palabras. Conseguir un parentesco con Dios ya le iba bien, y el predicador le mostró el modo de hacerlo.

Con cinco más de los presentes, se dirigió hacia el frente para recibir la imposición de manos del pastor. Su rostro se mostraba radiante, parecía un niño con zapatos nuevos. Fue abrazado por todos los fieles y hasta los niños jugaban con él tirándole de la capa.

Hasta aquí todo bien, pero algo parecía que no iba a funcionar. Saliendo de aquel lugar volvió a su vivienda sita en la torre Chrysler, pero cuál fue su sorpresa al comprobar que no podía ascender de un impulso por el exterior del edificio hasta la planta 77, como hacía habitualmente.

Miró su cuerpo y lo vio debilitado y frágil. No tenía más energías que las de cualquier hombre de su edad.

Asustado volvió corriendo (sin poder volar) a manifestar sus quejas al pastor.

—¡¿Hijo de Dios?! ¡Me habíais dicho que me convertiría en un hijo de Dios! ¡En lugar de crecer, mi fuerza ha mermado! ¿Dónde está la ventaja de los seres divinos? ¿Qué será ahora de mi y de esta ciudad?

—Verás, hijo. El endiosamiento que vivías era impropio de un ser humano. Habías de ser enteramente hombre con todas sus vulnerabilidades y pisar con los pies en el suelo, como camino hacia promesas mejores. Créeme, vas bien. Ahora eres heredero de otro poder, el del Padre, aquel que se perfecciona desde la debilidad.

El pastor se fundió en una a abrazo con Superman al tiempo que éste lloraba de emoción.

Volvió pausado camino de su hogar, sintiendo por vez primera en cada poro de su ser todo lo que le rodeaba. Subió al piso 77 de su vivienda por el ascensor con los ojos humedecidos.

¡Ostras! ¡La llave!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cuentos - Superman