Lecturas críticas y autocríticas de las Reformas protestantes

De las entrañas de este edificio ideológico, cultural y religioso surgiría algo que, con el tiempo se convertiría en un auténtico desafío para la tradición acumulada.

13 DE OCTUBRE DE 2017 · 07:22

Cartel del sínodo de la IEE. ,
Cartel del sínodo de la IEE.

Gracias a la amable invitación de la Iglesia Evangélica Española (IEE), quien escribe estas líneas presentará una ponencia durante el 77º Sínodo de la IEE, conmemorativa de los 500 años de la Reforma Protestante, el sábado 14 de octubre por la mañana. Para concretar esta participación, fue decisiva la intervención del Rev. Dr. Israel Flores Olmos, a quien se reconoce profundamente. Se incluye aquí un fragmento.

 

Tú has visto, oh Lutero, la luz, has percibido el espíritu divino y, sin armas, has hecho frente a los terribles enemigos del rey y los has vencido con la palabra.[1]

Giordano Bruno

A ti laurel y yedra

corónente, dilecto

de Sofía, arquitecto.

Cincel, martillo y piedra

y masones te sirvan; las montañas

de Guadarrama frío

te brinden el azul de sus entrañas,

meditador de otro Escorial sombrío,

y que Felipe austero,

al borde de su regia sepultura,

asome a ver la nueva arquitectura

y bendiga la prole de Lutero.[2]

Antonio Machado, “Al joven meditador José Ortega y Gasset”

 

Introducción

Parecería que, de un tiempo a esta parte, con el uso del plural queremos “cubrir multitud de pecados” (Stg 5.20) en diversos temas. Y hay algo de cierto en eso, porque, al menos para el caso que nos ocupa, seguir hablando de Reforma Protestante en singular manifiesta una falta a la verdad que ya nadie se atreve a negar. Basta con mirar los mapas históricos europeos del siglo XVI y apreciar las fronteras de lo que aún se veía como el Sacro Imperio Romano Germánico: ya con las tierras de América en el horizonte, las fronteras orientales estaban amenazadas por el Imperio Otomano. Adentro de las fronteras de la Cristiandad surgiría el “enemigo” más virulento, el más impredecible, el más monstruoso. De las entrañas de este edificio ideológico, cultural y religioso surgiría algo que, con el tiempo se convertiría en un auténtico desafío para la tradición acumulada. El rostro múltiple de una Cristiandad desgarrada llegaría a convertirse en una nueva cosmópolis capaz de aglutinar a millones de seres humanos bajo una misma fe contestataria, insumisa, que tuvo la capacidad de sustituir el vicariato de una persona única en miríadas de sacerdotes desperdigados por todo el planeta.

Salir del eurocentrismo para asumir una mirada policéntrica, una visión de 360 grados que permita no solamente reinterpretar la historia continuamente (una tarea obligada, dicho sea de paso) sino además practicar una teología de la misma historia que sea capaz de reconocer en cada actor una referencia clara y efectiva de la acción de Dios en el mundo. Menuda tarea para quien, equipado únicamente con las herramientas de la teología debe enfrentar asimismo los conflictos ocasionados por la dinámica incesante de la historia que no se detiene, que no espera a que la comprendamos para acontecer. Eso mismo sucedió con los protagonistas, hombres y mujeres de diversas capas sociales, de diversos orígenes y de diversas perspectivas que conformaron el enorme abanico de lo que ahora englobamos en sólo dos palabras.[3] Nos hemos tomado el atrevimiento de recurrir, principalmente, a autores latinoamericanos o a otros que han estado muy ligados al subcontinente, a fin de practicar una “lectura transversal” de vuelta, de regreso, o a contracorriente de algunos de los paradigmas predominantes.

 

La Reforma como fenómeno socio-cultural, ideológico y religioso

El “sabor protestante” de la historia cultural y política de Occidente desde el siglo XVI impregnó, a partir de entonces, con una visión triunfalista, la vida y el pensamiento de sociedades e iglesias que, con un sentido de “nueva cruzada” intentaron “protestantizar” el resto del mundo. Todavía hace poco más de 20 años se preguntaban algunos sociólogos si América Latina se estaba volviendo protestante[4] ante la avalancha misionera que, al parecer arrasaba con todo. El “horizonte protestante” de la nueva lectura de la realidad surgió en esa época y llegó bastante desgastado hasta nuestros días. Impensable la nueva etapa, el tercero en discordia que nos asalta cada vez que nos asomamos a este periodo histórico: la modernidad en ciernes, con la instalación, desde 1492, del “sistema-mundo”.[5] […]

Sin las reformas religiosas del siglo XVI hoy nos resultarían impensables John Locke, René Descartes, Isaac Newton y Emmanuel Kant, por sólo mencionar tres hitos fundamentales de la historia del pensamiento humano. Creyentes todos ya en un mundo dominado por las burguesías revolucionarias, consideraron posible que el nuevo método de apropiación de los fenómenos no era incompatible con la fe antigua en el Crucificado y resucitado. La relectura “materialista” (contestataria o “liberadora”, como se decía antes) de estos procesos reformistas como parte de la historia en general, puede darnos luz para advertir la magnitud de los cambios acaecidos en ese periodo de tiempo relativamente corto, aunque sin dejar de mencionar que las Reformas de ese siglo en sí forman parte de procesos más amplios. Jean-Pierre Bastian lo ha explicado como sigue:

El surgimiento del protestantismo en Europa está ligado a los movimientos de reforma de la iglesia medieval de cristiandad. Se inscribe dentro de un proceso más amplio de transición del feudalismo al capitalismo. Más que una reforma que unos quieren limitar al siglo XVI, se trata de un largo período de transición que va del siglo XII hasta el siglo XVIII y que abre el camino a la sociedad moderna e industrial. Se trata más bien de una serie de reformas a través de las cuales el protestantismo aparece como el elemento motor de ruptura del cuerpo christianum en un proceso de diferenciación religiosa que abre el camino al mundo burgués-capitalista.[6]

Lo sucedido en el siglo XVI formaría parte, más bien, del segundo momento de este largo proceso de transformación económico-ideológico-cultural experimentado por el Viejo Continente, aun cuando una cierta globalización en ciernes comenzó a asomar gracias a la colonización practicada fuera de él por las naciones surgidas en los siglos anteriores y en el mismo periodo. El factor religioso, inmerso en los cambios económicos, tendría mucha visibilidad en ese siglo como parte de los debates encaminados a la reconfiguración de las diferentes sociedades. La “Reforma protestante”, en ese sistema geo-político-económico, fue en realidad un fenómeno de reacomodo de las fuerzas sociales para afrontar la nueva etapa que estaba por imponerse gracias a la nueva dinámica de fuerzas económicas dirigida por las burguesías. […] En el tránsito hacia la asunción plena del “mundo moderno”, el protestantismo ya establecido, fungiría como una suerte de acompañante ideológico y cultural que reivindicaría el gran cambio de las mentalidades en el terreno económico en camino hacia la absolutización del mercado como centro de la existencia humana, tal como sucedió en los siglos posteriores. […][7]

Enrique Dussel, a su vez, lo plantea de un modo radical situando la geo-política del momento con coordenadas muy distintas y calificando a Europa como “una cultura aislada, periférica y subdesarrollada” sitiada por el Imperio otomano, por la civilización islámica, los mongoles en el norte de la India y por los sultanatos del sudeste asiático. Desde esta visión, Europa “era una pequeña península provinciana occidental secundaria (desde el siglo VII hasta fines del siglo XV) con unos 70 millones de habitantes (la mitad de sólo China)”.[8] La lucha reformadora se ubicó en este ámbito, de ahí que las palabras de este pensador argentino-mexicano sobre el reformador alemán suenen extrañas para algunos oídos: “Lutero cobró entonces significación mundial, y no meramente provinciana como otros críticos cristianos medievales, por la función que cumplirá el norte de Europa al conectarse al Atlántico, pudiendo separarse de Roma, y después producir la Revolución industrial y la Ilustración en el siglo XVIII”.[9] […]

La Reforma Protestante, no debe olvidarse tampoco, contribuyó también a la “desintegración de la Cristiandad colonial”, tal como lo ha dicho y escrito Dussel en otros lugares, como parte del proceso aún más amplio, con todo y que se siga retardado tanto, de “deseuropeización” de las cristiandades allende el Atlántico.[10] En el discurso histórico-teológico de Dussel cobra fuerte relevancia el trabajo de Fray Bartolomé de las Casas en su pugna por establecer la dignidad de los pueblos conquistados: “En 1517, tres años después que Bartolomé de las Casas comienza la crítica de la Modernidad al mostrar la injusticia del sistema económico de la encomienda instaurado por Europa (España) en el Caribe, y más concretamente en Cuba, es decir, en el naciente colonialismo del Sur global, Lutero critica a la Iglesia cuya consecuencia fue la separación del norte de Europa del sur de Europa situada en el Mediterráneo”.[11]

La imposición de la modernidad europea a ultranza, en cuanto territorio alcanzaron las conquistas y sus acompañantes, las misiones fuera de Europa, constituyó un conjunto de esfuerzos colonizadores que aún no han salido del todo de la conciencia de las sociedades conquistadas. La asimilación de la modernidad, es claro, fue muy diferente en el ámbito católico y en el protestante.[12] Y se impuso, también, la experiencia un tanto esquizofrénica de que, como sociedades conquistadas, las latinoamericanas (el “extremo occidente” del mundo[13]) “necesitaban” ser modernas, pero estaban ancladas por el síndrome hispánico de la anti-modernidad, tal como lo discutió en su momento el político mexicano Enrique González Pedrero en un texto que no pierde vigencia:

El protestantismo acaba por desembarazarse de la densidad de la Iglesia y de sus grandes dignatarios. Por hacer del individuo pensante de Descartes, que devendrá el débil junco de Pascal, el ser que busca con angustia y desesperanza comunicarse con Dios. Y un hombre así “privilegiado” es un ser que porfía: in God we trust and God trusts us. Ese hombre irá sustituyendo paulatinamente a Dios: irá representándolo cada vez más eficazmente en la tierra. En el protestantismo, “cada hombre es su propio sacerdote. No puede acudir como nosotros cuando el pecado nos doblega, a ningún cura, Porque la cura, el cuidado de sí sólo a él incumbe. Religión sin caridad, de hombres desolados, condenados a perpetuo aislamiento” [J.L.L. Aranguren].[14] […]

Estamos, pues, agrega este autor ante dos psicologías, dos polos de un mismo origen en Occidente, pero que permitirían el desarrollo de una verdadera diferencia cultural: “…los dos polos del hombre europeo, las dos formas extremas de la patética continental: el Pathos materialista o del Sur, el Pathos trascendental o del Norte”, dos concepciones del mundo diferentes. De esos Pathos distintos, que producen talantes diversos surgen […] concepciones religiosas (y de la vida) diferentes”.[15] […] Todos esos impulsos llegarían a América un tanto deformados, unos para formar países en el siglo XIX y otros, en ese mismo siglo, para formar comunidades religiosas. […]

Este enfoque no ha recibido la atención que merece dentro y fuera de América Latina. Se entiende que una razón es debido a su difícil adaptación a los esquemas intra-eclesiásticos de interpretación de la presencia de las ideas y prácticas del protestantismo, dominados aún por la insistencia en el carácter meramente exógeno del mismo, a contracorriente de la recuperación y apropiación de los elementos endógenos, tan cargados ideológicamente por el liberalismo, hoy de capa caída en el ambiente evangélico latinoamericano. Incluso la repetición del lugar común mencionado por González Pedrero ha caído en franco desuso a pesar de que en otras épocas prevaleció en el discurso religioso y propagandístico de muchas comunidades

 

[1] Cit. por Wilhelm Dilthey, Hombre y mundo en los siglos XVI y XVII. [1944] México, Fondo de Cultura Económica, 1978 (Obras, 2), p. 323.

[2] A. Machado, Campos de Castilla. [1912] Madrid, Ediciones Cátedra, 1984 (Letras hispánicas, 10), p. 161.

[3] Cf. L. Cervantes-Ortiz, 100 Personajes de la Reforma Protestante. México, Casa Unida de Publicaciones-CMIRP-Comité de Celebraciones de los 500 Años de la Reforma Protestante, 2017. El propósito de esta obra fue recuperar las aportaciones de todo tipo de personas que participaron, de una forma u otra, en los procesos de cambio eclesiástico en la Europa del siglo de XVI, sin olvidar a algunos integrantes de la llamada Primera Reforma y de las reformas radicales.

[4] David Stoll, Is Latin America turning protestant? The politics of evangelical growth. Berkeley-Los Ángeles, Universidad de California, 1990. Hay edición castellana: Quito, Abya-Yala, 1993, www.nodulo.org/bib/stoll/alp.htm.

[5] Enrique Dussel, “Historia del fenómeno religioso en América Latina”, en Hans-Jürgen Prien, ed., Religiosidad e historiografía: la irrupción del pluralismo religioso en América Latina y su elaboración metódica en la historiografía. Madrid, Iberoamericana-Vervuert, 1998, pp. 71-82, www.enriquedussel.com/txt/TextosArticulos/302.1998.pdf.

[6] J.-P. Bastian, “El protestantismo en la cristiandad americana”, en E. Dussel, ed., Historia general de la Iglesia en América Latina. I/1. Introducción general a la historia de la Iglesia en América Latina. Salamanca, Sígueme-CEHILA, 1983, pp. 650-651. Cf. J.-P. Bastian, “La era de las reformas en la época de Carlos V”, conferencia presentada en el Curso de Verano de la Fundación Yuste, “El mundo de Carlos V: 500 años de protestantismo. El impacto de la Reforma en la Europa imperial y actual”, 12 al 14 de julio de 2017. El video completo puede verse en: www.youtube.com/watch?v=QyLFaVT6cb4; y J.-P. Bastian, “Reforma religiosa, protestantismo y catolicismo en América Latina”, en Esther Aguirre, dir., Juan Amos Comenio, obra, andanzas, atmósferas. México, UNAM, 1993, pp. 63-78.

[7] Cf. Leo Kofler, “La función social del calvinismo”, en Contribución a la historia de la sociedad burguesa. [1948] Buenos Aires, Amorrortu, 1971.

[8] E. Dussel, “Una interpretación desde la descolonización epistemológica”, en La Jornada, 14 de julio de 2017, p. 8, www.jornada.unam.mx/2017/07/14/opinion/006a1pol.

[9] Ídem.

[10] Cf. E. Dussel, Desintegración de la cristiandad colonial y liberación. Salamanca, Sígueme, 1977. Este autor siempre ha insistido en que la geografía y la historia de América Latina y otras regiones antes colonizadas) debe mostrarse lejos del esquema colonizador europeo prevaleciente hasta hace muy poco tiempo.

[11] E. Dussel, “Una interpretación…”.

[12] Cf. Roberto Blancarte, “Cristianismo y mundo moderno; una relación ambigua”, en Cuadernos de FLACSO, vol. 3, 1993, pp. 35-49, www.flacsoandes.edu.ec/biblio/catalog/resGet.php?resId=25286.

[13] Cf. Alain Rouquié, América Latina: introducción al extremo occidente. México, Siglo XXI, 1989, especialmente el capítulo 6, “Iglesia e iglesias”, pp. 232-259, www.proglocode.unam.mx/sites/proglocode.unam.mx/files/ROUQUI%C3%83%2C%20Alain.%20Am%C3%83rica%20Latina.%20Introducci%C3%83n%20al%20Extremo%20Occidente.pdf.

[14] E. González Pedrero, op. cit., p. 22.

[15] Ídem. Se cita aquí a José Ortega y Gasset, “Arte de este mundo y del otro”, en Obras completas. Vol. I. Madrid, Revista de Occidente, 1963, p. 188.

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