“La leyenda de Santa María Magdalena”, por Louis Duchesne

El libro del erudito francés se centra mayormente en las leyendas surgidas en torno a la muerte de Magdalena y los lugares que reclaman su cuerpo.

04 DE AGOSTO DE 2017 · 07:45

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Duchesne titula su libro en singular “La leyenda de Santa María Magdalena”, pero el relato que hace a lo largo de la obra trata de varias leyendas, especialmente las relacionadas con la supuesta estancia de María Magdalena en Francia.

Luis Duchesne nació en Francia en 1842 y murió en Roma en 1922. Fue sacerdote católico y un reputado arqueólogo. En 1877 fue nombrado profesor de Arqueología e Historia eclesiástica en el Instituto Católico de París y posteriormente director de la Escuela Católica en Roma.

Escribió varios libros, entre ellos “Orígenes del culto cristiano” y “La leyenda de Santa María Magdalena”. Duchesne elude temas clásicos expuestos por otros autores antes y después de él. Nada dice de la mujer endemoniada, nada de su primer encuentro con Jesús, nada de unas supuestas relaciones sentimentales entre el Hijo de Dios y María Magdalena, nada de la existencia de una hija o hijo de Jesús y María.

El libro del erudito francés se centra mayormente en las leyendas surgidas en torno a la muerte de Magdalena y los lugares que reclaman su cuerpo. Algunas páginas del libro aceptan como hechos reales otros episodios biográficos.

Y es aquí donde falla el autor católico, que no supo o no quiso mantenerse en la verdad divina de principio a fin. Unas veces asume la verdad histórica, otras veces la verdad legendaria.

Sabido es que la leyenda recoge narraciones antiguas que se transmiten por medio oral o escrito. Literariamente el significado de la palabra es doble: de una parte se entiende por leyenda cierto estado de tradición oral que magnifica un suceso real.

De otra parte, la leyenda es un género narrativo que actualiza o inventa una materia preexistente.

En este segundo sentido, es pura leyenda la identificación que Duchesne hace entre María de Betania y María de Magdala, que autores posteriores han aceptado como un hecho real.

Dice el escritor francés: “Magdalena, huyendo de la persecución de los judíos se trasladó por mar a Marsella en compañía de su hermano Lázaro y de su hermana Marta”. Pura fantasía, simple fábula. Nada de esto se lee en la Biblia ni en los anales de la Iglesia primitiva.

Leyenda es también, leyenda, fábula, fantasía, mito y mentira la aparición de Magdalena después de muerta, según lo escribe Duchesne, no sé si creyéndolo o como parte de las leyendas que trata en su libro.

Cuenta: “Magdalena, retirada del mundo, muere el 22 de julio. Al poco tiempo, siete días después de su muerte, aparece a su hermana Marta y la invita a que la siga a la bienaventuranza celestial. Marta obedece y muere el 29 del mismo mes”.

Las leyendas se multiplican durante la supuesta estancia de Magdalena en Francia.

Una de ellas dice que viviendo aún en Jerusalén “María Magdalena eligió a uno de los setenta y dos discípulos (según Lucas 10:1 fueron setenta) llamado Maximino, así como la virgen María eligió a Juan, autor del Evangelio; ambos se embarcaron hacia Marsella y se instalaron en el condado de Aix, donde predicaron el Evangelio”.

Esto escribe Duchesne en la página 11 de su libro. Pero las leyendas se contradicen. Porque en página 14, como queda escrito, dice el autor que Magdalena no se trasladó a Francia con Maximino, sino con Lázaro y Marta, huyendo de la supuesta persecución desatada contra ellos por los judíos.

En el libro “María Magdalena y la herencia de los cátaros”, sus autores, Daniel Rodés y Encarna Sánchez, dedican varias páginas a la morada de María Magdalena en una cueva de Santa Baume, situada en plena montaña a 30 kilómetros de Marsella.

Duchesne confirma el dato y lo amplía. Dice que Magdalena penó allí “una larga y terrible penitencia”. Rodé y Sánchez afirman que la penitencia duró 33 años. Duchesne lo deja en 17.

Siguiendo la leyenda, el cuerpo muerto de María Magdalena fue zarandeado de acá para allá de acuerdo a los deseos y los intereses de los obispos católicos de la época. De la cueva cerca de Marsella, done se sitúa su muerte, dice Duchesne que fue trasladado a Vezelag, departamento de Yonne, en la Borgoña francesa.

Añade que los monjes benedictinos construyeron allí un magnífico templo en honor de María Magdalena. Aún hoy pretenden que en el mismo están depositados los huesos de la mujer que en vida siguió a Jesús por los caminos de la alegría y del dolor.

No termina aquí la odisea. Según Duchesne, “un célebre historiador franciscano, fray Salimbene, en una crónica escrita día a día, anunció el año 1283 que en Saint Maximin en Provence se había descubierto el cuerpo completo de la bienaventurada María Magdalena, excepto una pierna.

El rey Carlos D´Anjón, que se encontraba en la región camino de Burdeos, dio órdenes que el descubrimiento fuera celebrado con gran pompa”.

Discurre el autor: “la gente de Sinigalia pretendían tener el cuerpo muerto de Magdalena; los de Viselay pretendían lo mismo, al igual que los de Sainte Baume; pero está claro que el cuerpo de la misma mujer no podía hallarse en tres lugares al mismo tiempo”.

En el siglo doce los franceses no ponían en duda que el cuerpo de Magdalena estaba en Viselay, en la diócesis de Autun. Los papas Lucius III, Urbano III y Clemente III promulgaron bulas afirmando que Magdalena muerta se encontraba en la Abadía de Viselay.

Duchesne, autor serio, cuenta una anécdota que mueve a risa y a llanto. Un joven carnicero regresaba de la Abadía donde decía haber besado una tibia del cuerpo de Magdalena. Por el camino encuentra a un amigo incrédulo e irrespetuoso que le dice: “tú no has besado una tibia de cuerpo humano; has besado la tibia de una burra o de algún otro animal que los clérigos muestran a los imbéciles para ganar dinero”.

El sarcasmo irrita al carnicero, que se alza contra el incrédulo y lo mata. Los jueces lo condenan a morir en la horca. Cuando el cuerpo balanceaba, sigue la leyenda, una paloma blanca llegada del cielo se posó sobre el patíbulo. “Era –escribe Duchesne- santa María Magdalena que protegía así a su campeón”.

“La leyenda es el falseamiento de la Historia” (Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, 1846-1870).

La historia verdadera, la historia de la Biblia, de la cual decía el escritor y político Emilio Castelar que “se podía creer en ella a pies juntillas”, nada dice de María Magdalena después de la escena ante la tumba donde fue enterrado Jesús, ampliamente explicada por el apóstol San Juan en el capítulo 21 de su Evangelio.

La cita más tardía a ella referida es la que figura en el Evangelio de San Marcos, capítulo 28: “habiendo resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios” (versículo 9).

A los cuatro Evangelios sigue en el Nuevo Testamento el libro de los Hechos, que continúa la historia donde Lucas la dejó. Este libro narra parte de la historia de la Iglesia primitiva. Cita a los apóstoles, a Pablo, a otros hombres y mujeres relacionados con su ministerio; ni una palabra dice de María Magdalena.

Después de Hechos el Nuevo Testamento se completa con veinte epístolas escritas por Pablo, Juan, Pedro, Santiago, Judas apóstol, hasta llegar al Apocalipsis, revelado por Cristo a Juan.

El nombre de María Magdalena no aparece ni una sola vez. Los biblicistas más autorizados coinciden en que María Magdalena permaneció en Jerusalén el resto de sus días y allí murió.

Todo lo demás son leyendas, fábulas que provienen de tradiciones múltiples y contradictorias. Cuentos inventados para destacar como escritor o para vender libros.

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