María Magdalena, por Raymond Léopold Brukberger

Para Bruckberger, Magdalena era María de Betania, y también esta María era la misma de la que habla Lucas.

13 DE JULIO DE 2017 · 17:00

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Al tratarse de María Magdalena cada quien escribe lo que le viene en gana, sin importarle la autenticidad histórica ni la verdad bíblica. Sobre la mujer de Magdala existen hipótesis de todo tipo.

Leídos una buena parte de los libros que describen su vida, algunos de ellos, especialmente las novelas, ni siquiera son obras de ficción verdadera, porque carecen de lo esencial, los hechos reales.

A partir de fábulas cobijadas en el cerebro, pura inventiva, se ha desfigurado de tal manera la biografía de Magdalena que se ha llegado a la calumnia y al insulto. Para nada se ha tenido en cuenta la honradez intelectual. Se ha antepuesto el afán de notoriedad y los intereses económicos que revierten.

Ni el deseo de fama ni las perspectivas económicas son atribuibles al autor de la obra que estoy comentando. Pero sí su complicidad con el mito cuando describe a una Magdalena que en nada se parece a la que figura en los Evangelios canónicos escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

Con el respeto que me merece su profesión religiosa he de decir que el señor Bruckberger desbarra, pierde los estribos y escribe sin orden ni concierto, ignorando o ninguneando la Biblia.

Raymond L. Bruckberger nació en Murat, Francia, en 1907 y murió en el cantón suizo de Vaud en 1998. Había cumplido 91 años. Después de estudiar en el seminario francés de Saint Flour fue ordenado sacerdote en 1936, eligiendo la orden de los dominicos.

Atraído por el cine, dirigió las películas “Diálogos de carmelitas” y “Los ángeles del pecado”, entre otras. En 1985 fue elegido miembro de la academia de Ciencias Morales y Políticas de Francia.

Como escritor, Bruckberger fue autor de una obra considerable. Publicó 28 libros, entre ellos “La historia de Jesucristo” en 1965 y “María Magdalena” en 1975.

Aquí, el monje dominico cierra el Nuevo Testamento y deja volar la imaginación; emparenta con la fantasía, la fábula, la novelería e, inevitablemente, cae en la mentira.

Según su libro, la María Magdalena de los Evangelios no existió. Todo cuanto de ella se dice lo atribuye y lo personifica en María de Betania, hermana de Marta y de Lázaro.

Página 4: “La de María Magdalena era una de esas notables familias saduceas que contaba con una casa de campo sobre las costas del lago de Genesaret en Galilea, además de una residencia a las puertas de Jerusalén (se refiere a Betania). Su hermana, Marta, tenía un nombre sirio”.

Página 40: “”A las puertas de la ciudad, la familia de María Magdalena contaba con una estancia y una casa grande, y naturalmente Jesús paró allí, en esta casa en la que vivían Marta y Lázaro, la hermana y hermano de María Magdalena”.

Página 41: “María Magdalena siempre había sido una hija de la alegría a diferencia de su hermana que obviamente era una hija de la melancolía. El contraste entre las dos hermanas es más profundo de lo que hubiésemos imaginado. Marta nunca entendió nada sobre Magdalena, ni cuando llevaba una vida de sensualidad (¿?), ni cuando adoptó una vida contemplativa”.

Página 96: “El último acto de la vida terrena de Cristo empezó en Betania cuando María Magdalena lo ungió presagiando su sepultura y terminó en Betania con la ascensión”. (Según el historiador Lucas, cuando Cristo ascendió a presencia del Padre estaba en Jerusalén, no en Betania. (Hechos 1:4).

Página 98: “Un día, los judíos apresaron a toda la familia de Betania y la cargaron en un barco sin velas ni timón, quedando a merced del viento y las olas. La mano de Dios milagrosamente trajo esta barca hasta las costas de Provenza en el país de las Galias. Lázaro fundó la Iglesia de Marsella, Marta se instaló en la ribera del Rin y María Magdalena terminó sus días en la soledad de la Sainte Boume”.

Insistiendo en su ignorancia o en su falsedad intencionada, Bruckberger identifica en la página 38 a Magdalena, en este caso María de Betania, con la mujer anónima que regó con perfume y lágrimas los pies de Jesús cuando el Maestro se hallaba en casa de un importante fariseo llamado Simón (Lucas 7:36-50), convirtiendo a la pura María de Betania en una pecadora pública.

Cuesta creer que un monje dominico, que publicó varios libros sobre temas religiosos, que se le supone conocedor de la Biblia, haga de tres mujeres una sola. Para él, Magdalena era María de Betania, y también esta María era la misma de la que habla Lucas.

Tal como lo escribe Aurelio Sánchez Otero, licenciado en Teología y miembro del Centro de Estudios Orientales de Madrid en el tomo IV de la Enciclopedia de la Biblia, “no se puede identificar a María Magdalena con María de Betania, pues el cuarto evangelista distingue por los nombres María Magdalena de María, hermana de Lázaro.

Además, si María Magdalena fuese la misma que María hermana de Marta, sería de esperar que Lucas, después de nombrar a María Magdalena en 8:2, al hablar en 10:39 de María, hermana de Marta, nos dijese que era la misma persona”.

Otra caprichosa novedad en el libro de Bruckberger la constituye decir que Magdalena –ya no sabemos cuál de las tres- padeció la enfermedad de lepra. En página 16, escribe: “María Magdalena -¿la hermana de Lázaro?- abandonó la corte de Herodes porque ya no le resultaba posible seguir allí.

Había contraído una peste horrible, de esas que vienen acompañadas con el flagelo del cuerpo y que horroriza a los demás, tanto como a quien la padece: la lepra, tan común en aquellos días, una de esas enfermedades que bien puede describirse como inexorable”.

Continúa diciendo el monje dominico: abandonada por todos, sin querer salir a la calle, flagelada por la angustia y presa de la desesperación, la esperanza le sale al encuentro cuando una de sus amigas, Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, citada en Lucas 8:3, la visita.

La amiga, que no teme al posible contagio, conversa con ella, le habla de Jesús y a Jesús le habló de la leprosa, pidiéndole que curase a su amiga y que la librara de sus siete demonios.

Aquí Bruckberger hace referencia a la auténtica María Magdalena, pues en ningún lugar de los Evangelios se lee que la hermana menor de Lázaro fuese endemoniada. Menos aún leprosa.

Jesús trata con ella, le habla, la llama a arrepentimiento. Magdalena no hace otra cosa que llorar de rodillas ante el Maestro. Jesús la libra del maligno y de la lepra que hipotéticamente padecía.

Entra a una vida nueva. Pone sus propiedades y su alma a los pies de Jesús, se integra en el grupo de los elegidos y nunca más se aparta de Jesús, hasta verlo resucitado una mañana de domingo.

Todo esto lo cuenta Bruckberger; según él Magdalena estuvo enamorada de Cristo por los milagros que había hecho en su cuerpo y por haber redimido su alma. “Casi siempre la gratitud y la admiración abren el corazón de una mujer hacia el amor”, dice el monje.

Y añade: “por lo demás, ésta mujer era muy proclive al amor; toda su vida no había pensado en otra cosa”. ¿De quién habla, de María de Betania o de la auténtica María Magdalena?

Según el colombiano José María Vargas Vila en su “María Magdalena”, Judas entregó a Jesús porque estaba profundamente enamorado de Magdalena y ella lo estaba del Maestro. Cuestión de celos. Bruckberger dice que no: “Judas sabía perfectamente que el amor que Cristo y María Magdalena se profesaban era enteramente puro”, escribe en página 66.

Este es el resultado de no seguir el magisterio verdadero e infalible de la Sagrada Biblia: que al tratar de María Magdalena, cada autor escribe el primer disparate que se le ocurre.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - María Magdalena, por Raymond Léopold Brukberger