Héctor Conde Rubio: Entrevista sobre la ordenación de mujeres en las iglesias

Una conversación con Héctor Conde Rubio, autor de la tesis de maestría en Teología y Mundo Contemporáneo titulada Mujeres ministras: una mirada ecuménica en torno a la ordenación de mujeres, defendida en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, en agosto de 2016.

29 DE JUNIO DE 2017 · 16:00

Ángel Méndez Héctor Conde Marilú Rojas y Carlos Mendoza Álvarez.,
Ángel Méndez Héctor Conde Marilú Rojas y Carlos Mendoza Álvarez.

En esta ocasión presentamos una conversación con Héctor Conde Rubio, autor de la tesis de maestría en Teología y Mundo Contemporáneo titulada Mujeres ministras: una mirada ecuménica en torno a la ordenación de mujeres, defendida en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (de inspiración jesuita), en agosto de 2016. Su orientador fue el doctor Ángel F. Méndez Montoya, y sus lectores los doctores Carlos Mendoza-Álvarez y Marilú Rojas Salazar. Conde Rubio es licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. El video de la defensa puede verse aquí.

 

Hola, Héctor, un gusto. Nos interesa conocer las motivaciones que tuviste para elaborar tu tesis de maestría sobre la ordenación de mujeres en las iglesias.

En primer lugar, quería hacer una reflexión desde mi fe (católica romana), la cual, como sabes, no admite el ministerio ordenado femenino y además ha mantenido una postura muy clara y contundente en contra de esta posibilidad. En segundo lugar, quería abordar este tema porque creo que los católicos debemos plantearnos este tema seriamente.

 

Héctor Conde y la doctora María Pilar Aquino.

¿El enfoque ecuménico te pareció necesario para abordar este tema tan controversial? ¿Fue para evitar el abordaje estrictamente confesional?

Ésa es una buena pregunta. Pues, mira, decidí tomar una perspectiva ecuménica para que se viera que ya en muchas otras iglesias cristianas el ministerio ordenado de mujeres es una realidad y que está dando resultados muy positivos. También lo hice porque si sólo me quedaba en el mundo católico romano la conclusión hubiese sido muy frustrante.

 

En el primer capítulo de la tesis te ocupas del cristianismo “primitivo” o inicial. ¿Qué tanto se puede recuperar de esa época que sea útil hoy para promover los ministerios femeninos ordenados?

Mucho, pues es en las primeras comunidades cristianas donde fue innegable la participación de mujeres (evangelizadoras, predicadoras, matronas; y más adelante, la orden de viudas y diaconisas, por no decir las posibles presbíteras).

 

Haces una revisión de al menos cinco iglesias no católicas al respecto del tema. ¿Son buenos ejemplos del avance de estos ministerios?

Si son buenos ejemplos aunque obviamente no son los únicos, pues quedaron fuera la Iglesia Luterana y otras iglesias protestantes. Pero son suficientes para ver que las mujeres son perfectamente capaces de pastorear comunidades de fe. Que tienen cualidades excepcionales de escucha, acompañamiento pastoral y ejemplo de vida. Creo que todas las mujeres ministras que entrevisté tenían una gran sensibilidad y compromiso con sus congregaciones.

 

¿Cómo evalúas lo sucedido en la Iglesia Nacional Presbiteriana de México después del concilio teológico de 2011?

Con todo respeto, creo que la mayoría de los votantes no lograron ver la oportunidad que tenían en sus manos. Pudieron haber incorporado a la mujer al ministerio ordenado y no lo hicieron, al contrario, “des-ordenaron” a las pocas mujeres que ya eran ancianas y dejaron claro que no querían mujeres presbíteras. Entonces, me pregunto: ¿cuántas mujeres participaron en esa decisión? ¿Cuántas mujeres tenían el empoderamiento suficiente para luchar por este cambio? ¿Qué tipo de lectura de la Biblia permitió cerrarle la puerta a la mujer en algo tan importante como el sacerdocio? Como sea, el esfuerzo de las pastoras Gloria González, Amparo Lerín y Cira Hernández, así como de la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas (CMIRP) y la Comunión de Iglesias Presbiterianas de Chiapas (Codiprech), es muy admirable. 

 

El hecho de que varias iglesias evangélicas ordenen mujeres en México, ¿puede impulsar cambios significativos en las que no lo hacen? ¿Cómo podría ser posible eso?

Sí lo creo, pero también creo que esto debe ir acompañado de una paulatina transformación de las mentalidades. No basta ver una mujer con sotana; hace falta trabajar con ellas, respetarlas, seguirlas, colaborar con ellas. Pero sin duda, en la medida en que veamos más y más mujeres liderando congregaciones, las demás iglesias podrán hacer este cambio.

 

Los capítulos correspondientes a la Iglesia Católica pueden ser los más polémicos. ¿Hasta dónde crees que pueda llegar la promoción de la ordenación en el ámbito católico? ¿Realmente hay posibilidades de cambio?

Con dolor te diría que en mi Iglesia prevalecen estructuras muy patriarcales, pues no sólo los sacerdotes y obispos son varones, sino que además prácticamente todos los demás órganos de gobierno están dominados exclusivamente por hombres. Eso dificulta tremendamente una mejor posición para la mujer. Entonces, quizá será más fácil ver a sacerdotes casados antes que mujeres presbíteras en la Iglesia Católica Romana.  

 

¿Consideras que en el pontificado actual de Francisco pudiera haber algún avance concreto en ese sentido? ¿Qué tanto se ha querido comprometer él acerca de este tema?

Creo que el Papa Francisco es un gran hombre y ha hecho importantes avances en términos de visibilidad de los “descartables” de nuestra sociedad y de denuncia de las estructuras de pecado que la oprimen, pero no creo que pueda hacer mucho más en lo que se refiere al lugar de la mujer en la Iglesia, pues —como traté de mostrarlo en mi investigación— hay todo un contexto antropológico patriarcal que lo impide. Entonces, creo que en la Iglesia Católico-Romana necesitamos llevar la teología feminista y los estudios sobre la mujer a la gente “de abajo”, es decir, la gente común. Afortunadamente, en México hay algunas instituciones, cátedras y organizaciones que promueven la teología feminista, pero para que haya más impacto, necesitamos más tiempo, más generaciones.

 

¿Cómo evalúas lo realizado hasta hoy por el movimiento Roman Catholic Women Priests (http://romancatholicwomenpriests.org) que analizas en la tesis? ¿Qué opinas de las noticias (de cierto tono “amarillista”, como las manejan algunos medios) que eventualmente circulan acerca de las ordenaciones “clandestinas” que se llevan a cabo?

El manejo mediático no necesariamente es negativo. Creo que eso, aunque presentado de manera espectacular, puede suscitar interés en las personas que nunca antes lo habían pensado. Pero evidentemente no se puede quedar en una nota; hace falta un curso, un taller, un encuentro. Hace falta comentarlo en la parroquia, en la oficina, en la escuela, en la arena pública. En ese sentido el trabajo de RCWP es muy loable y estoy seguro de que, ya sea en este siglo o en el siguiente, les agradeceremos mucho a ellas.

 

Finalmente, ¿qué mensaje darías a las mujeres que, en diversas comunidades religiosas, sueñan con que algún día la Iglesia Católica y otras iglesias protestantes ordenen mujeres de manera normativa?

Sigamos soñando, sigamos luchando. Todas y todos juntos, hombres y mujeres. Creo que hoy vivimos un momento parecido al de la mujer siro-fenicia con Jesús. Aprendamos de nuestro gran maestro Jesús que supo mirar más allá de los suyos para abrir su ministerio a todas las demás pueblos. Yo creo que en esta época estamos apunto de vivir una cosa similar. Sepamos que un día las mujeres presidirán las asambleas, que podrán ser cabezas de servicio. Claro, no ya bajo jerarquías medievales, sino en nuevas formas de vida y comunión.

 

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Tres fragmentos de la tesis

 

Portada de la tesis de Héctor Conde Rubio.

…creo que la teología debe revisar la antropología teológica tradicional, pues hasta ahora la masculinidad de Jesús, como explica Elizabeth Johnson, “se ha utilizado para reforzar la imagen patriarcal de Dios”. Esto ha generado una antropología androcéntrica y, por tanto, una cristología sexista que excluye del ministerio sagrado a la mujer por el hecho de ser mujer. Para la teóloga de la Universidad Fordham, esta cristología androcéntrica hace pensar que los hombres son más “teomórficos” que las mujeres; no sólo eso, sino que además, en virtud de su sexo, los hace más “cristomórficos” que ellas. Pero esta cristología androcéntrica no puede salvar a las mujeres, sostiene Johnson. Sólo una cristología que considere plenamente a las mujeres podrá salvarlas plenamente. Desde esta perspectiva, la masculinidad de Jesús no tiene que ver más que con la identidad histórica y cultural de su encarnación, mas no es una factor teológico decisivo para su papel como Cristo. Por ello, Elizabeth Johnson propone una cristología basada en la sabiduría encarnada. (pp. 31-32)

 

Como hemos visto, la figura del sacerdote tiene una enorme carga simbólica, pues en el fondo se plantea como un alter Christus. Sin embargo, esta figura está reservada exclusivamente a los varones. Sin embargo, como también se ha explicado, el ministerio ordenado no es una figura estática ni “caída del cielo”, sino que es resultado de un proceso histórico. Ciertamente tiene su fundamento en Cristo y es un sacramento, pero nace en el seno de la Iglesia y fue evolucionando a partir de las necesidades históricas de la misma. Dicho con otras palabras, el sacerdocio “está determinado por la realidad concreta de la Iglesia en su condicionamiento histórico”. Si esto es así, es posible decir que el Nuevo Testamento no “ofrece ningún modelo único y obligatorio del modo de estructurar la Iglesia [...] sino que más bien ofrece diversos ejemplos de cómo fueron estructurándose distintas iglesias, y cómo fueron respondiendo a las necesidades y demandas de diferentes momentos históricos” (José Ignacio González Faus). (pp. 79-80)

 

Dicho con otras palabras, el Espíritu Santo puede acompañar a la Iglesia en la “comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas” a través de la contemplación y el estudio, así como de la “percepción íntima” que experimentan sus miembros. Ahora bien, si un buen número de creyentes tenemos la intuición de que las mujeres también pueden ser aptas para el sacerdocio, ¿no podemos estar en lo correcto? ¿Acaso no podemos aportar algo a la “comprensión de las cosas de Dios” sobre este asunto? ¿Acaso nosotros no formamos parte del sensus fidei? ¿Por qué solamente las autoridades masculinas de la Iglesia tienen voz al respecto? Por mi parte, considero que no existe ningún impedimento espiritual, intelectual o físico para que las mujeres puedan ser llamadas por Cristo para ejercer el sacerdocio. (p. 188)

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