10 cosas que sí puedes hacer frente a un atentado terrorista

Como cristianos occidentales tenemos una oportunidad única de ser luz y sal en esta sociedad de forma genuina, sencilla y valiente.

27 DE MAYO DE 2017 · 08:34

Foto: Tomm Zimmerman (Unsplash, CC),
Foto: Tomm Zimmerman (Unsplash, CC)

Como esta columna es sobre cultura, y la cultura es más que series de televisión y libros, hoy traigo un análisis de la otra cultura: la que hacemos todos los días en nuestro entorno. Y espero también poder aportar algo de luz y sal.

Empezaré contando un suceso un tanto extraño:

Recuerdo estar sentada en clase de Historia un día nublado, en el instituto. No sé si el que fuera nublado y estuviera oscuro dentro del aula ayudó a que se me quedara grabado el momento con más intensidad, pero el caso es que la profesora (que Dios la bendiga allá donde esté ahora) nos acababa de explicar la Guerra Fría, con la que llevábamos varios días, y siguió dictándonos la materia: “La mayor amenaza a la que se enfrenta Occidente en el futuro será el terrorismo internacional, de corte musulmán, una clase de terrorismo de tintes religiosos y culturales muy difícil de identificar y erradicar”. Uno de mis compañeros levantó la mano entonces y preguntó si eso iba a entrar en el examen, y la profesora se le quedó mirando con cierta pena.

Todavía quedaban unos cuantos años para el 11S. Eran finales de los 90. Nosotros habíamos crecido en una España bajo la sombra del terrorismo de ETA, que no se parecía nada a ese terrorismo del que ella hablaba. Quizá por ese contraste, con el pasar de los años, aquellas palabras volvían a mí de vez en cuando.

Me volvieron a asaltar el día que llegué a casa del trabajo y vi en las noticias cómo chocaba el segundo avión contra el World Trade Center de Nueva York, en los primeros momentos del 11S, cuando todavía pensaban que se trataba de un accidente. También me acordé de ellas cuando la bomba puesta en la calle Téllez de Atocha el 11M me despertó (a las 7:39, siempre me acordaré) cuando hizo temblar mi edificio, a pocos kilómetros de distancia.

Aquella profesora no era más que una docente en un instituto del extrarradio de Madrid. A veces llegué a pensar en cómo era posible que ella lo supiera y nos lo hubiera dicho a nosotros, que éramos unos adolescentes bastante cazurros y no íbamos a saber qué hacer con ello. A menudo me pregunto por qué, si ella lo había sabido, si alguien más lo había intuido, no se hizo nunca nada al respecto.

Y aquí estamos ahora, con la profecía cumplida.

Lo más terrible de esta clase de atentados que vienen sucediéndose desde principios de siglo es que en casi todos los casos los terroristas, para nuestro horror, eran personas nacidas y crecidas en territorio occidental, educados en escuelas occidentales, que al llegar a la adolescencia se convierten en el objetivo de los intereses yihadistas y se radicalizan.

Como dice Leila Nachawati, profesora de la Universidad Carlos III y experta en el mundo árabe, el terrorismo que azota Europa en las últimas décadas no es un problema militar, y no se solucionará militarmente actuando sobre países de Oriente Medio: es un problema europeo, cultural, de integración, para el que hay que proponer soluciones que van más allá de las policiales o las militares. Me parece una de las cosas más sabias que he escuchado últimamente.

Porque desde los medios, e incluso desde nosotros mismos, nos empeñamos en seguir creyendo que esto es algo de fuera que nos está cayendo encima y que no tiene nada que ver con nosotros. La relación con el Daesh no es (como pasaba con las células de ETA en los años 80 y 90) una cuestión logística, sino ideológica. Cualquier asesino solitario, actuando por su cuenta con material e información obtenida en Internet, que actúe en nombre de la Yihad, es absorbido por el Daesh y sus acciones son capitalizadas para la causa yihadista sin que haya intermediado ninguna colaboración material. Este es el nuevo terrorismo. Desde los medios a menudo se insiste en conocer si estos europeos musulmanes radicalizados han viajado o no a países árabes y si fue allí donde se radicalizaron, o donde fueron captados. Pero no es algo comprobable, ni una razón real: son europeos y se han radicalizado en Europa, aquí, en nuestras calles y urbanizaciones.

Por eso las reacciones exageradas de la ultraderecha que está en auge en Europa ahora mismo, las propuestas de cerrar las fronteras, anular los tratados de libre circulación y hacer más severas las leyes antiinmigración, no son una solución para el problema real, sino solamente un aliciente populista para la agitación pública. Porque:

a) los musulmanes europeos, aunque sean de ascendencia oriental, ahora también son europeos. La idea de que Europa solo puede ser “cristiana” (entendido en el sentido de no-musulmana) es una falacia que solo potencia la xenofobia y el racismo, y

b) aunque cambiar las políticas migratorias podrá mejorar ciertos conflictos actuales, no afectará en modo alguno al caldo de cultivo desde el que se genera el terrorismo.

 

Todo esto no es, del todo, una mala noticia. Me gustan mucho las perspectivas que proponen dos artículos publicados en este medio a este respecto las últimas semanas. Bert de Ruiter, consultor de relaciones cristiano-musulmanas de OM Europa y la Alianza Evangélica Europea, dice: “Noto que muchos cristianos se han contagiado de la islamofobia generalizada que está presente en muchos países europeos de hoy. Los votantes cristianos han participado en el crecimiento de los partidos políticos de extrema derecha, que usaban su oposición al islam como reclamo. En lugar de ser agentes de cambio y transformación en una sociedad alejada de Dios, copiamos sus sentimientos, como la xenofobia, la islamofobia, el alarmismo y el nacionalismo”.

Y la verdad es que, como cristianos occidentales, en vez de caer en estas prácticas vergonzosas, tendríamos que reconocer que tenemos no solo la obligación, sino también una oportunidad única de ser luz y sal en esta sociedad de forma genuina, sencilla y valiente. Desde Evangelical Focus nos ofrecen las palabras de Sarah Foster, investigadora, maestra y oradora del Pfander Center for Apologetics, un ministerio enfocado en llevar el evangelio a la cultura musulmana. Ella habla de que el ateísmo imperante es incapaz de ofrecer ninguna solución real frente al yihadismo europeo: “¿Cómo puede alguien que no entiende la esperanza de la existencia después de la muerte, comprender una ideología que apunta hacia ella? Pero es precisamente la esperanza de una gloriosa vida futura lo que se promete y motiva al terrorista, junto con la noción de que la lucha armada contra los incrédulos es la voluntad de Dios”.

Y sigue: “[Los cristianos] sabemos que el profundo anhelo de vivir la verdad del Dios de la Biblia y de la seguridad de la vida con Él más allá de la muerte tiene ya su cumplimiento en el propio evangelio de Jesucristo. Esto es lo que tenemos que ofrecer. Es el poder de Dios para la salvación, no solo para el judío, el griego, sino también para el yihadista”.

Es decir: como cristianos que también entendemos que detrás del terrorista hay un fuerte peso de trascendencia y espiritualidad, la verdad del evangelio puede ser un arma poderosa y transformadora de la realidad. Si el problema es que estos europeos de ascendencia musulmana se radicalizan porque hay una parte importante de su identidad que reconoce la violencia, el prejuicio y el racismo de fondo en su vida cotidiana, seamos nosotros, como cristianos, los que promulguemos el amor de Cristo que cohesione y lime asperezas en nuestro entorno más cercano. No hablo de grandes proyectos ni de campañas internacionales, sino de un compromiso personal de cada uno frente a su Señor en su día a día. Nada esto cambiará el mundo de por sí, pero sí facilitará crear un entorno de convivencia e integración que hará mucho más difícil que cada vez haya más adolescentes y jóvenes de trasfondo musulmán que se radicalicen. Eso para empezar. Y, en segundo lugar, también ese amor de Cristo será el único camino porque el que puedan conocer el evangelio real.

Podríamos proponer una lista de pequeñas acciones cotidianas. Hay más acciones, pero estos son algunos ejemplos sencillos:

 

1. Amar a tu prójimo musulmán como a ti mismo. A su familia y a sus hijos también. Aunque haya que esforzarse.

2. Reconocer e identificar actitudes racistas o xenófobas, en nuestro entorno y en nosotros mismos. Reconocer que eso es pecado y actuar en consecuencia.

3. Cambiar nuestro discurso cotidiano y favorecer una forma de hablar con otros (vecinos, familia, etc.) acerca de los musulmanes que no sea despectiva ni prejuiciosa.

4. Comprar en sus comercios y no despreciar las tiendas regentadas por extranjeros.

5. Participar en actividades y proyectos de integración en las ciudades o barrios.

6. Invitar a nuestros conocidos y compañeros musulmanes a nuestras casas antes que a nuestras iglesias.

7. Reflexionar acerca de lo que significa para nosotros el choque cultural y cómo nos afecta, y buscar modos de suavizarlo.

8. Prestar especial atención a los hijos de familias musulmanas, que son los más vulnerables culturalmente. No advertir a nuestros hijos en contra de que se relacionen con musulmanes, ni entorpecer su amistad con compañeros de clase musulmanes. Enseñar a los niños diariamente acerca de la necesidad de respetar al diferente.

9. No colaborar ni participar de idearios ni propuestas políticas de ultraderecha que apoyen la segregación o alguna clase de racismo.

10. Aunque nada de esto funcione, seguir amándolos.

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