Hanns Lilje, biógrafo de Lutero (II)

Cada capítulo describe el avance en la conciencia teologica y religiosa de Lutero, en camino a la consumacion de un proceso que nunca imaginó dirigir y estimular con su actuación.

14 DE ABRIL DE 2017 · 04:00

Hanns Lilje.,
Hanns Lilje.

En la segunda parte de su libro (“Las etapas del camino”), Hanns Lilje se ocupa específicamente de los diversos episodios de la vida de Lutero mediante el trazo de líneas generales que la sitúan en la convulsa historia del siglo XVI, además de introducir comentarios que destacan la importancia de cada uno de ellos. En siete capítulos recorre el itinetario vital del reformador, puntuando la narración con observaciones acerca del significado de los acontecimientos. El duodécimo se refiere a su legado religioso. Cada capítulo describe el avance en la conciencia teologica y religiosa de Lutero, en camino a la consumacion de un proceso que nunca imaginó dirigir y estimular con su actuación.

Citamos, a continuación, fragmentos relevantes de cada capítulo.

 

5. El punto de partida

Es su propia coherencia lo que le induce a perseverar en su voto, desoyendo todos los consejos en contra. El 16 de julio [de 1505] está ya dispuesto y se reúne por última vez con sus amigos. Al día siguiente, acompañado por ellos, sale hacia el Convento Negro de los agustinos ermitaños. Había tomado una decisión, y la cumplió. Esto es todo lo que sabemos. A partir de entonces, en el seno de su alma se librarían arduos y violentos combates determinados pornsu coherencia y seriedad (p. 73).

 

 

Portada del libro, en su versión alemana.

6. Intermezzo: el viaje a Roma

Lutero vivía aún un periodo en el que, por decirlo de alguna manera, coleccionaba, amontonaba y clasificaba experiencias para desarrollar el cometido ingente que le esperaba en el futuro. Es normal que los grandes creadores necesiten una preparación y gestación mayor que aquellos que buscan el éxito inmediato. Pero las reservas de Lutero frente a la Roma de principios del Renacimiento tienen un significado más hondo, y no cabe entenderlas como un producto esencial o exclusivo del Renacimiento. Si no lo supiéramos ya por su polémica con Erasmo, su conducta y actitud durante su estancia en Roma deberían ser suficientes para explicar que Lutero no seguía el curso evolutivo de la historia de las ideas, sino que su cometido histórico rebasaba la pura renovación de la historia del pensamiento (p. 78).

 

7. El nacimiento de la Reforma

“Antes había odiado las palabras ‘justicia de Dios’. Ahora mi amor las dulcificaba y ensalzaba. Así, ese pasaje de San Pablo se convirtió para mí en la puerta del Paraíso”.

Estos acontecimientos tuvieron lugar, casi con seguridad, en el estudio de Lutero situado en la torre del Convento Negro de Wittenberg. Por esta razón se conoce ese momento como la “experiencia de la torre”. La nueva comprensión de la Escritura se trasluce en seguida en el curso que por entonces impartía Lutero sobre los Salmos, de modo que podemos determinar con poco margen de error el tiempo en el que ocurre: tuvo que ser en el semestre del invierno de 1512-1513, o quizá en la primavera de este último año.

En ese momento nace la Reforma. Sin la experiencia de la torre no existirían ni las famosas tesis ni la Dieta de Worms. La lucha religiosa de una sola persona es el punto de partida de un tiempo nuevo (p. 84).

 

8. Worms

El joven emperador había asumido la tarea de “emplear todos sus reinos y señoríos, sus amigos, su cuerpo y su sangre, su vida y su alma, en defender la fe católica y la Iglesia Romana”; por este motivo no podía menos que considerar a Lutero un hereje, cuyos designios comprendía tanto como su idioma (¡un emperador de Alemania que no entendía su lengua!). El joven emperador tenía un aspcto pálido, y el mentón de los Habsburgo parecía más poderoso y prominente que más adelante, cuando asumió el papel mayestático de un emperador. Lutero, en el grabado en cobre ejecutado por Lucas Cranach en 1521, muestra un perfil enérgico, una frente amplia con sólidos arcos superciliares y una mandíbula y una boca que denotan decisión. Pero lo que más impresionaba del rostro de Lutero nunca podría captarlo la paleta de un pintor: el brillo de sus ojos oscuros, que unos consideraban demoniaco y otros angelical. Uno de sus contemporáneos afirma que “fulguraban y refulgían como una estrella, y no se podía sostener su mirada” (pp. 98-99).

 

9. 1525: el año de las grandes decisiones

Resulta más sencillo emitir un juicio histórico ecuánime planteando una simple pregunta: ¿podía actuar Lutero de otra manera si quería seguir siendo fiel a sí mismo? Lutero sólo se atenía en su conducta a una norma: la palabra de Dios, y con ella midió a los campesinos y a los príncipes. Lutero tuvo el valor de censurar la injusticia social que padecían los labradores, y en parte su separación de ellos se debe a los espantosos desafueros que él presenció con sus propios ojos. Tras el fracaso del levantamiento, Lutero, con el mismo rigor intelectual y verbal, opinó que la derrota, según la óptica divina, era un justo castigo para los campesinos, pero no por ello había de exculpar a príncipes y nobles. Lutero se apenó por el triste destino de Müntzer, con el que desde 1519 mantenía muy buenas relaciones y al que él mismo había recomebdado que se dirigiera a Zwickau; al enterarse de su muerte, se retiró a sus aposentos y ya no salió en todo el día (pp. 109-110).

 

10. Augsburgo

Hay que insistir en que Lutero coincidía en todo con Melanchthon excepto en un punto: estaba íntimamente convencido de que la unidad era ya insostenible, y su opinión demuestra una poderosa clarividencia histórica. Esta inquietud, ligada a una escisión religiosa en Occidente, no podía resultar indiferente a un espíritu humanista y heredero de toda la tradición occidental como el de Melanchton, aunque a los ojos de Lutero era una preocupación temporal y terrena: en la lógica interna de Lutero era voluntad de Dios que él condujese a la Cristiandad a ese trance, y en consecuencia la mano de Dios sostendría a su Iglesia en el futuro bajo cualquier otra forma de configuración histórica.

 

11. Esmalcalda

Los artículos de Esmalcalda ejemplarizan el rumbo político, religioso y teológico que tomó la Reforma, escindiéndose de la Iglesia vieja y creando una nueva. Esos escritos son la mejor confesión de la Iglesia luterana. En ellos se enfrentan por primera vez cara a cara la Iglesia reformada y la vieja Iglesia; ya no es una lucha intraeclesial como en la Confesión de Augsburgo. Por primera vez Lutero se detiene a pensar serenamente la posibilidad de una reunificación y no le queda otro remedio que concluir que se ha consumado una ruptura histórica. En consecuencia, se desembaraza de ataduras inexistentes y descubre que, por inspiración divina, el movimiento se ha convertido en Iglesia. Ya no es una mera Reforma intraeclesial, ni una “tendencia teológica”, ni un asunto particular o meramente alemán. Todas estas hipótesis, que hubieran sido válidas en la época de la Confessio Augustana, ya no lo son porque ha surgido algo nuevo (p. 125).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ginebra viva - Hanns Lilje, biógrafo de Lutero (II)