La cabra montés

La cabra montés que todavía hoy puede verse fácilmente en las montañas desérticas de Israel pertenece a la subespecie Capra ibex nubiana. Su nombre hebreo, Jahel y Jahala era dado también a las personas.

30 DE MARZO DE 2017 · 20:40

Cabra montés, en Israel. / Antonio Cruz,
Cabra montés, en Israel. / Antonio Cruz

Estos son los animales que podréis comer: el buey, la oveja, la cabra, el ciervo, la gacela, el corzo, la cabra montés, el íbice, el antílope y el carnero montés. Y todo animal de pezuñas, que tiene hendidura de dos uñas, y que rumiare entre los animales, ese podréis comer. (Dt. 14:4-6).

La cabra montés que todavía hoy puede verse fácilmente en las montañas desérticas de Israel pertenece a la subespecie Capra ibex nubianaCapté este ejemplar joven en Ein Guedi, junto al Mar Muerto. Se trata de un mamífero rumiante muy citado en la Biblia por ser apto para el consumo humano y por su gracilidad.

Su nombre hebreo, Jahel Jahala era dado también a las personas (Esd. 2:56).

El Antiguo Testamento relaciona la salud del cuerpo con la del alma. Todo aquello susceptible de producir enfermedad y muerte en las personas es considerado como impuro y Dios lo prohíbe. Aunque las reglas de pureza poseían un carácter eminentemente religioso, también tenían una dimensión práctica y sanitaria.

Los animales de pezuña partida que rumian, como vacas, cabras y ovejas, se podían comer, mientras que otros que no reunían tales características, como los cerdos eran rechazados. Hoy sabemos que éstos contienen más parásitos y microbios, al alimentarse en ocasiones de carroña, y tales bacterias son capaces de invadir el cuerpo humano, sobre todo si la carne no se cuece bien, provocando diversas enfermedades.

Los cristianos no estamos obligados a cumplir estas normas levíticas sobre la pureza, puesto que Cristo nos liberó del antiguo pacto y estamos bajo el nuevo (Col. 2:13-23; 1 Ti. 4:4). Sin embargo, debemos cuidar nuestra alimentación y huir de los excesos porque, como dice Pablo a propósito de la fornicación, nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo (1 Co. 6:19-20). 

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