La boca pequeña de Dupont

La monotonía le proporcionaba cierta estabilidad, hasta que un día se vio forzado a ir al dentista.

24 DE MARZO DE 2017 · 06:45

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Foto: Rob Potvin (Unsplash, CC)

Triste e infeliz caminaba Poupi Dupont por las calles de Paris. Su aspecto enjuto aún le añadía más gravedad a su persona.

Apenas si alzaba la vista para contemplar la Torre Eiffel, ni la bajaba para ver el Sena.

El escaso recorrido que le conducía desde su casa al mercado y al parque le permitía ahorrar calorías.

Porque ahorrador sí que era. Se rumorea que guardaba más euros de los que percibía de su pensión de jubilado. Quizá fuese de  los más ricos en veinte kilómetros a la redonda, aunque nadie lo sabía ni él lo disfrutaba.

La monotonía le proporcionaba cierta estabilidad, hasta que un día se vio forzado a ir al dentista. Lo buscó en el barrio de Saint Denis, el más barato que encontró de París. Y allí que fue.

La muela que se había de extraer estaba en su sitio, pero al dentista le fue imposible manipular a través de una abertura tan pequeña. La boca de Poupi era realmente minúscula. El hecho de ser francés aún posibilitaba más la reducción del calibre de la boca por el modo en que hablan los galos, cerrando el morro.

—¿Y cómo lo hace para tomar la sopa?— dijo el dentista.

—Con la cucharilla del café— contestó Dupont.

— Pues tendrá que ir al cirujano a que le raje si quiere que le saque la muela.

El pobre Dupont fue al médico.

—Ni los bebés tienen una boca tan pequeña— comentó el médico.

—¿Y qué puedo hacer?, la muela me está molestando— preguntó Dupont.

—Hay dos soluciones, una cara y otra barata.

—¿Cuáles son?

—Una consiste en hacer una cirugía estética que le agrande la boca. Es la cara.

—Vayamos por la barata.

—Consiste en hacer ejercicios de estiramientos que dilaten los músculos de la boca. Deberá usted sonreír ocho horas al día como mínimo.

—¿Y cómo se hace eso?

—¿Acaso nunca ha sonreído?

—Pues no.

—Mire, se hace así.

—Ah, pues lo intentaré.

—Vuelva dentro de tres meses.

Y así lo hizo.

El caso es que observó aún en su parco recorrido al mercado y al parque que la gente se mostraba sonriente con él. Incluso recibió algún piropo cuando su fisonomía mejoró. Tales sucesos le resultaron gratos y le animaron a seguir haciendo estiramientos bucales hasta los tres meses prescritos por el médico.

Cuando ya su boca era lo suficiente grande para que pasase la tenaza, fue de nuevo al dentista.

—Le veo muy feliz con su nueva boca, ¿qué tal se siente? — dijo el dentista.

—¿Feliz? ¿Sentir qué?

Nada más hacer estas preguntas sucedió que algún muelle del sillón dental se debió soltar, porque el brazo mecánico se le vino encima hasta estrellarse contra su cara. Dupont lo sintió de lleno. Le llevaron a urgencias de traumatología y el resultado fue la fractura de varios huesos de la cara.

El dentista se sintió culpable de tener un equipamiento dental tan precario y visitó a su cliente al hospital con el fin de pedirle disculpas.

—Confíe que todo está cubierto por mi seguro. ¿Qué tal está? — preguntó el dentista.

—Me siento mal por el dolor, aunque estoy bien porque siento.

—¿Es que antes no sentía?

Aquella pregunta dio pie a una conversación sobre la vida, el gozar y el sufrir. Acabada la visita, el dentista se sintió menos acomplejado de tener un sillón dental tan antiguo y, visto el éxito, Poupi Dupont ya no dejó de hacer “estiramientos bucales” hasta el final de sus días.

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