Ciclo vital de un funámbulo, del chileno Víctor Ilich
Tres textos extraídos del último libro publicado por este cristiano y poeta que ejerce de juez.
16 DE FEBRERO DE 2017 · 21:25
Presentamos algunos poemas de Víctor Ilich (Santiago de Chile, 1978). Egresado del Instituto Nacional y de la Escuela de Derecho de la Universidad Finis Terrae, en la cual estudió becado. Abogado y Juez Titular del Juzgado de Garantía de San Vicente de Tagua Tagua. Autor de más de una decena de obras literarias, tanto reflexivas como poéticas. Algunas de ellas han sido prologadas y comentadas por destacados académicos como Hugo Zepeda Coll, Thomas Harris y Andrés Morales. Entre sus obras se puede citar ‘Infrarrojo’ (poemario presentado por el académico, escritor, poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone del Campo, quien le incluyó en una antología de poesía); además, es autor de ‘Réquiem para un hombre vivo’, poemario dedicado al poeta Juan Guzmán Cruchaga. También es autor de ‘La insurrección de la palabra’, ‘Arte de un ocaso vital’, ‘Baladas de un ruiseñor’, ‘Dragón, escorpiones y palomas’, ‘Hojas de Té’, ‘La letra mata’, ‘El Silencio de los Jueces’ y ‘Disparates’ (Mago Editores, Santiago, 2016).
CICLO VITAL DE UN FUNÁMBULO
“La justicia del justo no lo librará
el día que se rebelare; y la impiedad
del impío no le será estorbo el día
que se volviere de su impiedad”.
Ezequiel 33:12
RIDÍCULUM VÍTAE
Ni residente ni visitante,
peregrino entre AFPs e isapres,
del linaje de los pumas que juegan con el cordero.
Ni marioneta ni titiritero.
Mediocre desde los 12 años,
nadie dijo que sería fácil resolver ecuaciones vitales
y logaritmos cuando se es cojo
y se quiere caminar por la cuerda floja.
Del montón, para ser más exacto,
el primer foco de luz de la nación
fue un espejismo hasta que recuperé el tacto.
Enamorado a más no poder, el verdadero poder,
aunque el acné develaba la verdadera revolución,
no la de la Primavera, ni de plazas ni de banderas,
sino la de debajo del pantalón.
A los 17 años toqué guitarra clásica en el Teatro Municipal,
era el aniversario del colegio, no invité a mi papá,
y aunque se me cortó una cuerda
no perdí de vista al director de la orquesta,
a los treinta y tres años le pedí perdón a mi viejo,
como buen papá me perdonó.
Y he tocado más de una vez para él, en señal de compensación.
A los 22 años terminé la carrera, la formal,
en verdad la carrera era una maratón
y me quedan como veinte mil leguas por correr
como extranjero en corral ajeno.
A los 27 años me casé. Después de la primera noche,
en la primera mañana del recuerdo,
se me ocurre preguntarle a mi mujer ¿cómo estás?
Y me contesta ¿por qué?
Allí supe que comenzaba el misterio.
Llevo 10 años casado
y la comezón del séptimo año es una falacia,
hay comezón al primer, al segundo, en fin todos los años
y el calendario no sabe de atajos.
Fui padre a los 33, sin ser minero
y planté un ficus, sin ser dueño de un vivero.
Tengo un par de libros y fieles lectores,
mi esposa, mi madre y espero que mis hijos.
A los 34 años concursé en un certamen
para los pequeños dioses... no gané,
porque soy de carne y huesos,
nunca he ganado nada, ni siquiera una rifa o un bingo,
tampoco me llaman mintiéndome diciendo que he ganado
un auto o un televisor led.
Es verdad: han sido más las veces que he perdido,
incontables veces, memorables veces.
Pero me quedo tranquilo,
porque a los 40quizás ponga el verdadero premio en mi currículum:
Descubrir el misterio
de cómo se abre mi flor.
Por eso leo y releo El Principito.
Y les hago el quite a los zorros ladinos.
Y les aplasto la cabeza a los relámpagos amarillos.
El que tenga oídos para oír, que oiga
y si no que compre un audífono.
Sé que otra cosa es con guitarra,
aunque he roto más de una cuerda.
Y, a ratos, cojeo sigo mirando al director de la orquesta.
EPITAFIO DE UN DISIDENTE
Aquí no yace Víctor Ilich,
está tumbado en la tumba de al lado.
COLOFÓN
Se terminaron de escribir estos textos enfermos
sin iras, ni contiendas, comenzando agosto en paz,
pidiendo perdón por la sublime existencia,
tratando de honrar a la familia, la amplia y la pequeña
escuchando a los amigos, signo unívoco de la cordura,
por ende, me declaro lúcido, sanado como Alonso Quijano.
¡Viva el Rey! ¡Viva!
...Llamen a Colón y díganle que tenía razón:
la tierra no era plana,
y díganle a Ernesto Sábato
que el túnel está iluminado.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Barro del Paraíso - Ciclo vital de un funámbulo, del chileno Víctor Ilich