Tú me pides querer y te he querido

Poema de Carolina Coronado. (selecciona Isabel Pavón)

17 DE FEBRERO DE 2017 · 07:40

,

Si clamo a ti, Señor, ¿no has de escucharme

tú de quien es la inmensidad oído?

¿Tú que la hirviente mar has contenido,

no has de poder el corazón calmarme?

¿Un átomo de luz no podrá darme

ése que tantos soles ha encendido?

¡Pues cómo has de dejar, Señor, mi vida

¡ay! ciega y sin consuelo y desoída!

 

Yo me acerco hoy a ti; yo estoy contigo;

sumiso el corazón tengo a tu lado,

pasión, orgullo y penas han callado,

no hay más que fe por ti, no hay más conmigo:

ordéname; una voz y yo te sigo

¿Qué me quieres decir, qué me has hablado?

¡Por qué mi ruda y tarda inteligencia

no basta a percibir su dulce esencia!

 

Yo que te adoro a ti desde la infancia,

yo que te busco en incansable anhelo,

yo que más que a la tierra miro al cielo,

yo que a tu gloria aspiro en mi constancia,

¿he de perder, Señor, por la ignorancia

de no entender tu voz, tu gran consuelo?

¿He de ofenderte, he de labrar mis penas

por no escuchar bien claro qué me ordenas?

 

Mas tú no hablas jamás; no por acentos

tu voluntad al universo explicas;

tienes en tu saber notas más ricas

para expresar tus altos pensamientos;

hablan por ti, Señor, los sentimientos

con que alivias el alma o mortificas,

y yo en ese lenguaje he comprendido

que me pides querer y te he querido.

 

Tú nos pides amor, amor constante

de agradecido pecho justo pago,

tú que una vida das por un halago,

tú de la humanidad eterno amante,

¿y antes quieren, Señor, que el alma errante

se fatigue de error en error vago,

que tener por consuelo en este mundo

cariño tan dulcísimo y fecundo?

 

Aquí abajo, del mundo habitadora,

dicen, Señor, que hay una docta gente

que no te reconoce, no te siente,

que no te admira, que jamás te adora;

que no te rinde gracias ni te implora

en el placer, en el dolor vehemente;

mas, fábula del mundo es torpe y vana,

porque no puede haber tal raza humana.

 

Pues al darnos la luz, belleza tanta

como a su inmenso rayo percibimos;

¿ignoramos, Señor, que la debimos

a un ser que desde el polvo nos levanta?

Tu grande majestad suprema y santa

nuestros ojos no ven, mas la sentimos:

el genio puede errar, cuando te niega,

pero no el corazón, cuando te ruega.

 

Existes, y las gentes lo entendemos,

desde la misma cuna te adoramos,

mas ¿sabes por qué luego te olvidamos?

Por malicia, señor, porque tememos;

no nos place tener jueces supremos

porque mejor sin leyes nos hallamos,

y antes que resignarnos a la pena

negaremos al Dios que nos condena.

 

Pero yo que te amé desde la infancia,

yo que te busco en incansable anhelo,

yo que más que a la tierra miro al cielo,

yo que a tu gloria aspiro en mi constancia;

acudo a tu saber en mi ignorancia,

acudo en mi aflicción a tu consuelo,

y es tal la fe con que te ruega el alma

que en esta misma fe logra la calma.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Poe+ - Tú me pides querer y te he querido