En general la poesía de Alencart no se reduce a describir una ceremonia piadosa, ni a nombrar a Dios por imperativo profesional o por obligatoriedad devota. Al contrario: pocas voces de habla española han expresado la búsqueda de Dios como Alencart y exaltado al Cristo que Darío llamó perdonador de injurias.
Desde que recibiera el Premio Internacional de Poesía en Venezuela, el Premio Jorge Guillén en España y el Premio Humberto Peregrino en Brasil, los dos últimos también de poesía, estimo que este que empiezo a comentar, del hispano-peruano y profesor de Derecho del Trabajo en la prestigiosa Universidad de Salamanca, Alfredo Pérez Alencart, es el más original de los libros publicados con posteridad.
Se trata de un libro escrito en cuatro idiomas: el castellano de Pérez Alencart lo traduce al chino Huaping Han, al bengalí Mainak Adak, al griego María Kautentaki y al inglés José Ben-Kotel. Tenemos un libro breve de páginas que dan cobijo a diez poemas que quien sepa y quiera, puede leerlos en cuatro idiomas. Acicate al estudio de las lenguas.
Cuando a Becquer le preguntan qué es poesía, no había leído a Alencart. De haber sido así al responder “poesía eres tú” habría señalado a éste profesor de Salamanca. Decía Azorín que la poesía debe hacernos sentir, sufrir, pensar y amar. En esta definición entra la poesía de Alfredo Pérez Alencart.
De los diez poemas que forman la obra, admirablemente ilustrados por el diseñador plástico cubano-español Luis Cabrera Hernández, profesor de la Escuela de Grabado y Diseño de la Real Casa de la Moneda, ofrezco al lector de “Protestante Digital” tres. Uno sobre tener y no tener, el segundo de niños pobres y explotados de los que cada día leemos en los periódicos, y el tercero en torno al imperativo de ayuda al prójimo, tema expuesto por Cristo en varias ocasiones.
MIENTRAS SE DERRUMBA WALL STREET
Yo, que no tuve
ni tengo
acciones de valor
alguno.
Yo, que solo poseo
un coche de dos puertas
próximo al desguace,
más un piso barato
en las afueras de mi
ciudad pequeña,
confieso no sentir
tribulación
cuando leo el titular:
“Lunes negro en la Bolsa
de Nueva York”.
Y a la orilla del Tormes
desayuno tranquilo,
mientras se derrumba
Wall Street.
HUMILLACIÓN DE LA POBREZA
(Niño de tres años vendiendo chicles)
No decir tu nombre. Decir tus ojos reflejando fríos,
decir tus manos extendidas: decir que perdiste niñez
porque un remolino de pobreza te estrelló por calles
donde escuchas palabras bruscas y palabras huecas.
No decir tu país o tu ciudad. Decir tu futuro en vilo,
dependiendo de valentías o vergüenzas devoradoras;
decir que subsistes en medio de los días quemados
y que no desfalleces aunque todavía eres vulnerable.
No decir el color de tu piel. Decir que las hambres
te gritan desde que naciste; decir que tu foto no sale
en las páginas sociales, decir que el día te hizo cauto
y que la noche y sus rapaces están ahí para devorarte.
No decir discursos políticos o teológicos. Decir que
nadie remienda tus zapatos; decir que tu desamparo
se debe al orbe asqueroso de la codicia; decir llanto,
injusticia procaz, rabia ciega; decir pan mío para ti.
CARTEL
En la calle un hombre muestra
su cartel: “Sin trabajo
y sin recursos”.
En cuclillas, cierra los ojos
y muerde sus labios,
sin pausas.
Acudo hasta su último peldaño,
porque hace mucho
que está agotado.
Vale tratar de ayudar:
es preferible.
Dijo el poeta francés Paul Ambroise Valéry (1871-1945) que el primer verso lo facilitan los dioses y los demás los hace el poeta. Cuando Alencart encontró a Dios o Dios lo buscó a él, ya había escrito muchos versos. Pero desde su transformación espiritual, alentado por un amor grande y sin claudicación, cada día más fuerte a Cristo, el sentido religioso abunda en sus poemas.
Clarifiquemos: en general la poesía de Alencart no se reduce a describir una ceremonia piadosa, ni a nombrar a Dios por imperativo profesional o por obligatoriedad devota. Al contrario: pocas voces de habla española han expresado la búsqueda de Dios como Alencart y exaltado al Cristo que Darío llamó perdonador de injurias. Cristo en la poesía, por la poesía, con la poesía, sobre la poesía. Este es el credo del formidable poeta peruano-español Alfredo Pérez Alencart.
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