Vocación, trabajo y ministerio, de R. Paul Stevens

Este libro se preocupa de un modo esencial con una teología de todo el pueblo de Dios: un pueblo sin la distinción de laicado y clero.

26 DE ENERO DE 2017 · 17:45

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de "Vocación, trabajo y ministerio", de R. Paul Stevens (2016, Básicos Andamio). Puede saber más sobre el libro aquí

 

Este libro presenta una propuesta escandalosa. ¿Debería abolirse el laicado? ¿Puede hacerse esto? Como afirmó en una ocasión Yves Congar, siempre habrá́ personas laicas en su lugar en la Iglesia: de rodillas delante del altar, sentados frente al púlpito y con la mano en su cartera. Casi a lo largo de toda la historia, la Iglesia ha estado formada por dos categorías de personas: las que “ejercen” el ministerio y aquellas sobre quienes “se ejerce”. Los laicos son el objeto y no el sujeto del ministerio. Lo reciben, pagan por él, lo fomentan y tal vez hasta aspiren a él. Sin embargo, no llegan nunca a convertirse en ministros por razones que se encuentran en lo profundo del alma de la Iglesia: razones teológicas que serán analizadas en este libro, razones estructurales y culturales que han sido estudiadas en muchos libros contemporáneos sobre el asunto. A pesar de que la división clero–laico en la Iglesia no tiene base alguna en el Nuevo Testamento, persiste con tenacidad.

 

Portada del libro.

La mayoría de los esfuerzos por recuperar la visión neotestamentaria de un ministerio a cada miembro se han quedado a medias tintas. Estos se centran en el cristiano en la Iglesia: predicadores laicos, cuidadores pastorales laicos y líderes de adoración laicos. Lo que se necesita es un fundamento bíblico exhaustivo para la vida cristiana en el mundo, así como en la Iglesia; una teología para amas de casa, enfermeras y médicos, fontaneros, corredores de bolsa, políticos y agricultores. Como dijeron Gibbs y Morton hace décadas, recuperar esto sería como descubrir un nuevo continente o un nuevo elemento.

Esto, claro está, suscita la pregunta de qué es la teología y qué es la teología aplicada, asuntos sobre los que no hay consenso entre los teólogos, aunque, de pasada, observo que el término “teología” apenas se utilizó en el sentido de teología no aplicada hasta la Ilustración. Mi principal preocupación en este libro consiste en recobrar una base verdaderamente bíblica para la iniciativa teológica, en especial en su relación con la persona corriente no solo en la Iglesia, sino en el mundo. En este capítulo adaptaré las famosas palabras de Lincoln y presentaré una teología del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, tomando cada preposición como inspiradora de la iniciativa teológica, ya que, está relacionada con la totalidad del pueblo de Dios.

 

“DE” TODO EL PUEBLO DE DIOS: MÁS ALLÁ DE LA TEOLOGÍA CLERICALIZADA

Como hemos mencionado anteriormente, Yves Congar, el católico francés, afirmó muy correctamente que: “en el fondo, únicamente puede haber una sola teología fiable y suficiente del laicado y es una ‘eclesiología total’”. Sin embargo, para obtener esta “eclesiología total” debemos ocuparnos de algunos malentendidos persistentes.

En primer lugar, vamos al Nuevo Testamento y en vano buscamos una teología del laicado. No hay laicos ni clero. El término “laico” (laikoy) fue utilizado por primera vez por Clemente de Roma, a finales del siglo I, pero ningún apóstol inspirado la usó jamás en las Escrituras para describir a cristianos de segunda clase sin entrenamiento y no equipados. Debería eliminarse de nuestro vocabulario. El “laicado” es, en su propio sentido de laos —el pueblo de Dios— en el Nuevo Testamento, un término de gran honor que denota el enorme privilegio y misión de la totalidad del pueblo de Dios. Antes no éramos un pueblo en absoluto, pero ahora en Cristo somos “un pueblo escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo [laos] que pertenece a Dios” (1 Pedro 2:9; Éxodo 19:6).

El término “clero” viene de la palabra griega kléros, que significa los “designados o dotados”. No se usa en las Escrituras para designar los líderes del pueblo sino para la totalidad de este. Irónicamente, en su constitución, la Iglesia es un pueblo sin laicado, en el sentido habitual de esa palabra, pero lleno de clero, en el verdadero sentido de dicho vocablo: dotado, comisionado y designado por Dios para seguir con el propio servicio y misión divinos en el mundo. Por tanto, la Iglesia no tiene “un” ministro; es ministerio, el ministerium de Dios. No tiene “una” misión; es misión. Hay un pueblo, un pueblo trinitario, un pueblo que refleja al único Dios que es amante, amado y el amor mismo —como declaró en una ocasión Agustín de Hipona— y que es quien envía, el enviado y el envío.

A lo largo de casi toda su historia, la Iglesia se ha compuesto por dos categorías de personas: los que son ministros y los que no lo son. Se ha definido el ministerio como aquello que hace el pastor, no en términos de ser siervos de Dios y según los propósitos de Dios en el mercado, en la Iglesia, en el hogar, en la escuela o en el oficio profesional. Entrar en “la obra del Señor” significa convertirse en pastor o misionero, no en ser colaboradores de Dios en su obra creadora, sustentadora, redentora y consumadora tanto en la Iglesia como en el mundo.

En segundo lugar, el resultado de este lamentable estado de cosas hace que escribir una teología del supuesto laicado es, normalmente, algo compensador que intenta corregir la falta de equilibrio, elevar a la persona laica que no forma parte del clero por lo general a expensas del que es laico y sí forma parte del clero. Uno de los primeros en escribir una teología compensatoria de este tipo en los tiempos modernos fue Yves Congar, alguien con una profunda influencia sobre el Vaticano II. Su teología conduce, sin embargo, a una eclesiología en la que la distinción y la clasificación son inevitables. La suposición fundamental que aporta a este estudio, de otro modo innovador, es que la Iglesia no solo es la comunidad que Dios ha hecho realidad, sino que también es el medio por el cual el Señor convierte al género humano en comunión consigo mismo. La jerarquía es esencial para este propósito. Acaba, pues, proponiendo una relación complementaria del clero y del laicado, la única por medio de la cual se puede experimentar el pléróma (plenitud) de la Iglesia.

Poco después de que Congar escribiera su primer “estudio”, Hendrik Kraemer compuso A Theology of the Laity [Una teología de los laicos]. Esta obra también tiene la orientación de una estrategia compensatoria y no llega a proporcionar lo que Congar considera tan necesario: una comprensión bíblica de todo el pueblo de Dios (una eclesiología total), un pueblo que ama y sirve a Dios tanto en la Iglesia como en el mundo. Así, una teología de todo el pueblo de Dios no debería ser clerical ni anticlerical. Lo que habríamos de aceptar es el aclericalismo, un pueblo sin distinción excepto en su función, un pueblo que trasciende el clericalismo.

En tercer lugar, una teología de todo el pueblo de Dios no solo debe abarcar la vida del pueblo de Dios reunido, la ekklésia, sino a la Iglesia dispersada en el mundo, la diáspora, en el mercado, en el Gobierno, en oficios profesionales, en escuelas y en los hogares. Aquí́ confirmo el llamado de Yves Congar a una teología del laicado que no solo sea una eclesiología total, sino también una “antropología” y hasta una teología de la creación en su relación con la cristología”. Debe ser una teología que abarque las realidades terrenales y exponga lo doméstico, lo trivial y lo necesario: lavar, limpiar, mantener el entramado de este mundo, la diversión, los juegos, el arte, el ocio, la vocación, el trabajo, el ministerio, la misión y la lucha contra los principados y potestades. Debe ayudarnos a entender y experimentar la sexualidad, la familia y la amistad. Debe mostrarnos el lugar del día de reposo y del sueño. Debería ayudarnos a tratar como una bendición el automóvil, el viaje, el teléfono, el ordenador y el correo electrónico.

Finalmente, una teología de todo el pueblo de Dios debe tomarse en serio la situación contemporánea. El trabajo de la teología nunca se acaba. Es elíptico por naturaleza, enfocándose por un lado en la palabra atemporal de Dios y por otro sobre el contexto; de modo que hoy debemos considerar el final de la cristiandad y de la cultura posmoderna predominante.

Por tanto, una teología de todo el pueblo de Dios debe exponer la unidad del pueblo de Dios, explorando el significado de la vida dispersa, así como el de la vida congregada del pueblo de Dios. Este libro se preocupa de un modo esencial con una teología de todo el pueblo de Dios: un pueblo sin la distinción de laicado y clero.

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