Oración de los débiles al comenzar el año

Poema de Enrique Díez-Canedo, tomado de la Red de Liturgia Clai. (selecciona Isabel Pavón)

13 DE ENERO DE 2017 · 06:35

Foto: Unsplash,
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Oración de los débiles al comenzar el año

 

Señor, el año empieza. Como siempre

postrados a tus pies, la luz del día

queremos esperar. Cuando los rayos

del sol levante por el cielo extiendan

rosados matutinos esplendores,

descienda con su luz en nuestra frente

tu bendición, Señor. Eres la fuerza

que tenemos los débiles, nosotros.

Y, porque débiles de cuerpo,

mil veces mi espíritu flaquea

y hasta de tu sostén —¡perdón, oh Padre!—

llegamos a dudar.

Empieza el año.

¡Cuántos vimos venir! ¡Cuántos anhelos

de que al pasar las invernales horas,

las horas del dolor, en la sedante

calma de florecida primavera

pudiéramos curar nuestras heridas

para entrar, animosos y serenos,

en el seno fecundo del estío,

fortaleza del cuerpo y paz del alma!

¡Y cómo, con las hojas otoñales,

vencidos nuestros ánimos cayeron!

¡Y cómo, nuevamente nos hallamos

en el hielo invernal, hielo de muerte!

Pero Tú, nuestra fuerza, que respondes

a nuestra voz doliente que te llama,

siempre nos consolaste. Y en el fondo

de la noche pensamos en el día.

Pensamos en el día de victoria

que tiene que venir... ¿quién sabe cuándo?

Tal vez cuando la noche más oscura

pese sobre la tierra, cuando reinen

vientos de tempestad y olas de crimen,

nazca el día risueño que esperamos,

como en Belén el Redentor del mundo,

rubio niño nacido en el siniestro

corazón de diciembre. ¡Y cómo entonces,

unidos los pastores y los reyes,

le vendrán a rendir parias y ofrendas!

Señor, empieza el año. Tú que sabes,

al ver del árbol las escuetas ramas

ateridas y tristes, cuántas hojas

las vestirán en la estación propicia;

Tú, que al ver arrojadas las simientes

en los surcos abiertos por la reja,

puedes contar los diminutos granos

que mecerán más tarde las espigas;

Tú, que ves cada día las arenas

que del peñasco ingente desarraigan

los besos furibundos de las olas,

ves igualmente lo que está escondido

del año que comienza en el arcano.

¿Qué nos aguarda en él? ¿Cómo en los otros

que ya pasaron, la opresión del fuerte

sentirán nuestros hombros? ¿Serviremos

para que suban los que más osados

se apoyan en nosotros, y consiguen

lo que nosotros, fundamento suyo,

jamás conseguiremos? ¿En la nada

se agitarán nuestros inermes brazos?

¿O tal vez, más que nunca miserables,

perecerá —¡Señor, no lo permitas!—

nuestra esperanza en ti?

Si a tu palabra

de la nada formáronse universos;

si fue tu voluntad razón bastante

para que el sol, rasgando las tinieblas,

a todo diera luz, calor y vida,

puedes con tu palabra salvadora,

trocar la faz del mundo.

Padre nuestro

que en los cielos estás: haz a los hombres

iguales: que ninguno se avergüence

de los demás; que todos al que gime

den consuelo; que todos al que sufre

del hambre la tortura, le regalen

en rica mesa de manteles blancos,

con blanco pan y generoso vino;

que todos, en su hogar, el fuego aviven

para que a su calor los fríos miembros

del caminante vuelvan a la vida;

que no luchen jamás; que nunca emerjan

entre las áureas mieses de la historia,

sangrientas amapolas, las batallas;

que no profanen la extensión augusta

del mar inmenso las armadas naves;

y reinando la paz, que todos tengan,

como cifra de amor, por Ti bendita,

una mujer, un campo y una casa.

Y haz, Señor, que descienda sobre el mundo

la luz de la Verdad; luz prodigiosa

que trueca en alegría los pesares

y en risa desatada el triste llanto.

Luz, Señor, que ilumine las campiñas

y las ciudades; que a los hombres todos

en sus destellos mágicos envuelva

y en las almas unidas desarrolle

los mismos sentimientos, y equilibre

para todos las fuerzas corporales.

Luz inmortal, Señor, luz de los cielos,

fuente de amor, y causa de la vida.

 

Enrique Díez-Canedo (España-México, 1879-1944). Tomado de la Red de Liturgia del Clai.

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