Dos aproximaciones a Martín Lutero

Una obra del cardenal Walter Kasper y un artículo del teólogo español Manuel Fraijó.

05 DE ENERO DE 2017 · 17:10

Manuel Fraijó.,
Manuel Fraijó.

Lutero descubrió que la justicia divina no es la justicia compensadora, castigadora y vengativa, sino la pasiva justicia que hace justo al hombre y, por tanto, lo libera, perdona y consuela. Y esta justicia no se nos imparte en virtud de nuestras obras humanas, sino solamente por la gracia y la misericordia de Dios; no en virtud de formas exteriores de piedad, como las indulgencias, sino por la fe.[1]

Walter Kasper

Ha comenzado ya 2017, año en que se cumplen 500 años de los inicios del movimiento encabezado, aunque no iniciado del todo por Martín Lutero, la Reforma Protestante. Y son muchas los festejos y eventos que se llevarán a cabo durante estos 12 meses. La Federación Luterana Mundial se anticipó muy bien, pues desde 2008 comenzó la llamada “Década de Lutero”, que ha dedicado cada año a algún tema  relacionado: confesión, libertad, música, tolerancia, política, etcétera y que el 31 de octubre pasado alcanzó uno de sus primeros momentos culminantes con la celebración conjunta en Lund y Malmö, Suecia, misma que acompañó el obispo de Roma, a pesar de las críticas surgidas desde diversos espacios, católicos y protestantes.[2]

Asimismo, desde 2013 circula impreso el informe de la Comisión conjunta sobre la unidad bajo el título Del conflicto a la comunión. Conmemoración conjunta luterano-católico romana de la reforma en el 2017 (Sal Terrae), que puede descargarse gratuitamente en el sitio web del Vaticano, el cual concluye con cinco “imperativos ecuménicos” con vistas al cercano aniversario.

Por doquier se multiplican los análisis y las interpretaciones que, con mayor o menor fortuna, no se quieren quedar fuera de la fecha que se aproxima, de tal suerte que algunos periodistas, sin dominar el tema, lanzan sus opiniones al gran público. Eso está pasando por todo el mundo, pero en lengua castellana, llaman la atención dos insumos que constituyen parte del abordaje serio del asunto. El primero (Martín Lutero: una perspectiva ecuménica) es obra del cardenal Walter Kasper, el segundo (“La invitación de Martín Lutero”), es un artículo del teólogo español Manuel Fraijó en El País, deudor de Kasper en muchos sentidos.

 

Walter Kasper.

Kasper, presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, entre 2001 y 2010, es el autor principal del primer volumen del Catecismo católico para adultos, editado por la Conferencia Episcopal de Alemania en 1985, así como de numerosos títulos como Jesús, el Cristo, El Dios de Jesucristo, La unidad en Jesucristo, La teología, a debate. Claves de la ciencia de la fe, La liturgia de la iglesia, Teología del matrimonio cristiano, Caminos de unidad. Perspectivas para el ecumenismo y La misericordia: clave del Evangelio y de la vida cristiana, además de colaborar en la coordinación de una serie de obras de consulta como el Diccionario enciclopédico de la época de la Reforma (2002, 2005). El origen de este nuevo volumen es la conferencia titulada “Martín Lutero, 1517-2017: una perspectiva ecuménica” que dictó el 18 de enero de 2016 en la Universidad Humboldt, de Berlín, como parte del ciclo “Competencia de sistemas y coevolución: el mundo cristiano después de la Reforma”. Por ello, el texto se mueve ágilmente en sus siete secciones en una suerte de recuento, comentario crítico y prospectivo, sin olvidar nunca que, ante la cercanía de los 500 años de la Reforma, es preciso releer su significado y su proyección en el mundo actual. De ese modo, en el prólogo se ocupa de “las múltiples imágenes de Lutero y el Lutero extemporáneo”, en donde reconoce:

Para los católicos, Lutero fue durante largo tiempo el hereje por antonomasia, el culpable de la división de la Iglesia occidental, con todas sus terribles consecuencias hasta hoy. Esos tiempos son ya, en conjunto, cosa del pasado. La investigación católica sobre Lutero en el siglo XX imprimió un importante giro en la comprensión del reformador: llevó al reconocimiento de la aspiración genuinamente religiosa de Lutero, a un juicio más justo sobre el reparto de culpas por la división de la Iglesia y, por influencia del ecumenismo, a la recepción de algunos de los planteamientos de Lutero y –no menos importante– de sus himnos litúrgicos. (pp. 11-12)

Al final de esa sección colocó la tesis principal de su libro: “la extemporaneidad de Lutero y su mensaje constituye hoy su actualidad ecuménica”. Luego habla de “un tiempo de transición: declive y resurgimiento”, en donde describe brevemente las implicaciones religiosas y culturales de la Reforma; “La aspiración de Lutero: renovación evangélica del cristianismo” es, quizá, la sección en que el reconocimiento a la obra de Lutero encaja mejor con su propósito de diálogo, pues establece que si sólo se destaca el mero descontento del reformador contra las indulgencias, la visión se quedaría corta dado que, gracias a su enorme hondura espiritual, fue mucho más allá que eso: “Con inaudito ímpetu colocó en el centro la pregunta más importante de todas, la pregunta por Dios” (pp. 25-26). Su objetivo era diferente a crear una iglesia nueva: “La aspiración de Lutero era hacer valer el evangelio de la gloria y la gracia de Dios, quod est maximum, porque es lo más importante. Para Lutero, el Evangelio no era un libro, no era sin más la Biblia, ni tampoco un código de doctrinas, sino un mensaje vivo, que se convierte en una interpelación existencial a la persona, una palabra de ánimo y una promesa pro me y pro nobis. El mensaje de la cruz era el único que podía proporcionar paz” (pp. 28-29). En suma, el autor se refiere a la clásica doctrina luterana de la teología de la cruz.

 

Dos aproximaciones a Martín Lutero

En “Principio y fin de la época confesional” desglosa la actualidad religiosa y la nueva circunstancia que rodea el aniversario del medio milenio de la Reforma, en medio de la superación de la confesionalidad, una de las consecuencias de dicho movimiento; en “Lutero y el espíritu de la Modernidad” muestra cómo, sin poder adentrarse en la nueva época, el reformador provocó algunos avances hacia ella; en “La época ecuménica, redescubrimiento de la catolicidad”, comprueba los diversos caminos para recuperar un rumbo más dialogante en el seno de la cristiandad actual. La sexta sección, “La actualidad ecuménica de Martín Lutero”, aterriza las intuiciones expuestas. Y finalmente, en “El ecumenismo de la misericordia: una mirada prospectiva”, traza caminos hacia el futuro.

Por su parte, Manuel Fraijó, catedrático emérito de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, jesuita apartado de la docencia teológica desde 1979 por su simpatía hacia Hans Küng, luego de ser profesor en las universidades Pontificia Comillas y de Granada, es autor de El sentido de la historia. Introducción al pensamiento de W. Pannenberg, Dios, el mal y otros ensayos, Fragmentos de esperanza y Avatares de la creencia en Dios, entre otros títulos. Fraijó inicia con el recuerdo de la visita del obispo Bergoglio a Suecia y observa los puntos de la declaración conjunta que éste firmó: a) la intención reformadora, bienintencionada, de Lutero; b) la corrupción desmedida de la Iglesia a la que se enfrentó el monje agustino; y c) el inmenso regalo que supuso su traducción de la Biblia al alemán. Y añade: “No pocos cristianos se preguntan si el hereje de otros tiempos se ha convertido actualmente en ‘padre de la Iglesia’ para protestantes y católicos. Lutero, sostienen relevantes historiadores, solo habría querido ser un ‘católico reformista’. Se propuso reconducir aquella Iglesia descarriada a las exigencias del Evangelio; pero nunca pretendió fundar otra Iglesia separada de Roma. Solo un cúmulo de torpezas, a repartir entre Roma y Wittenberg, dio lugar a una división que sembró Europa de dolor y muerte”.[3]

Se pregunta a continuación: “¿Por qué peregrinan hoy los papas a lugares emblemáticos del protestantismo y se unen a la conmemoración del quinto centenario de la Reforma?”. Y responde que debido al consenso de que “Lutero forma ya parte de los que K. Jaspers llamó ‘hombres decisivos de la humanidad””, un logro del siglo XX, pues todavía recientemente “el mundo católico calificaba a Lutero de ‘corrupto’ y ‘neurótico’”. Los teólogos e historiadores católicos actuales, opina, “han rehabilitado al incómodo Reformador”. Y pone dos ejemplos: Yves M. Congar lo considera “uno de los mayores genios religiosos de la historia” y lo sitúa “al mismo nivel que san Agustín y santo Tomás de Aquino”. Luego menciona el libro de Kasper, “una valoración positiva, serena y justa de Lutero”. Ello explicaría el camino que condujo a Suecia al obispo Bergoglio.

Además, continúa Fraijó, se mencionan cinco nombres de lujo del siglo XVI: Erasmo, Lutero, Ignacio de Loyola, Calvino y Felipe II. “Las figuras de Erasmo y Lutero se iluminan mutuamente. Erasmo, el gran genio humanista, se negó a elegir entre Roma y Lutero”. Las críticas de Lutero a Erasmo fueron duras y la imagen del reformador en relación con el humanista fue claramente percibida por los franciscanos de Colonia: “Usted [Erasmo] puso el huevo y Lutero lo empolló”. A lo que Erasmo respondió: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”. La gran obra anti-Lutero de Erasmo, De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío, 1524), fue “una defensa humanista, erudita y teológica de la libertad; libertad que, en opinión de Erasmo, Lutero destruía al permitir que Dios lo invadiese todo”. Al reformador “le interesaba más la libertad de Dios que la del hombre”. Erasmo, para él, fue “un tibio”, un escéptico, y le recordó que “el Espíritu Santo no es escéptico”. Para Dilthey, Erasmo fue “el Voltaire del siglo XV”.

Lutero respondió el ataque con su opúsculo De servo arbitrio (Sobre la voluntad encadenada). Allí confrontó “la abrumadora fe religiosa con el moralismo racionalista de Erasmo”, pues le torturaba la pregunta: “¿Cómo consigo un Dios misericordioso?”; no duda de la existencia de Dios, su época tampoco, pero le angustia el tema de la salvación, lo que también se plantea en el libro de Kasper. Una salvación que se espera, no del Dios “sonriente” de los filósofos, “sino del misterio que nos envuelve, de lo totalmente otro, de la gracia; una salvación que tampoco está dispuesto a ‘comprar’, como proponían los predicadores de las indulgencias”. El Dios de Erasmo era, según Lutero, el Dios “adormecido” de los filósofos; “el de Lutero, en cambio, es un Dios al borde de lo desorbitado”. Fraijó concluye: “La confrontación de estos dos hombres supuso días de esplendor para la reflexión sobre la libertad, la religión y la ética”.

Y finaliza: “Lutero murió en la noche del 17 de febrero de 1546. En su escritorio se encontró un papel con estas palabras: ‘Somos mendigos ante Dios, esta es la única verdad’. Poco antes nos dejó esta invitación a la esperanza: ‘Incluso si supiera que mañana va a llegar el fin del mundo, plantaría hoy un manzano’. A lo mejor pensaba E. Bloch en Lutero cuando escribió: “Lo mejor de las religiones es que producen herejes”.

Es así como un par de voces católicas muy diferentes, pero altamente atendibles, hacen su aportación en este año que comienza, para conmemorar la herencia plural y la actualidad de un movimiento, plural también, que contribuyó a modelar no solamente el rumbo de la cristiandad, sino buena parte del rostro moderno de Occidente.


[1] W. Kasper, Martín Lutero: una perspectiva ecuménica. Maliaño, Sal Terrae, 2016 (ST Breve, 92), pp. 26-27.

[2] Cf. “El papa Francisco, en Suecia por los 500 años de la Reforma de Lutero”, en Clarín, Buenos Aires, 31 de octubre de 2016, www.clarin.com/mundo/papa-francisco-suecia-reforma-lutero_0_ByA8g34gg.html.

[3] M. Fraijó, “La invitación de Martín Lutero”, en El País, 29 de diciembre de 2016, http://elpais.com/elpais/2016/12/13/opinion/1481628802_630290.html.

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