El Quijote y la Biblia, de J.A. Monroy

No hay en Cervantes burla grosera. Su humor es fino, acerado, culto, delicado, elegante, como lo entendió Víctor Hugo.

16 DE DICIEMBRE DE 2016 · 06:05

Detalle de la portada del libro. ,
Detalle de la portada del libro.

Este es un fragmento de "El Quijote y la Biblia", de Juan Antonio Monroy (Clie). Puede saber más sobre el libro aquí

 

Prólogo de Alfonso Ropero

La monumental Enciclopedia cervantina, en su artículo dedicado al tema de la Biblia en el Quijote, el profesor Eustaquio Sánchez Salor, niega que Cervantes citara la Biblia. “Topar con la Biblia —argumenta— es topar con la Iglesia. De manera que no es extraño que Cervantes trate de evitar hablar y citar a la Biblia, ya que era una cuestión de profundo calado teológico en la época”(1). Una atrevida afirmación que pone manifiesto el desconocimiento que hay al respecto, y la escasa importancia que en nuestro país se da a un tema como este, pese a los cientos de estudios dedicados a la obra cervantina. Que Cervantes leía y citaba la Biblia en sus escritos es un hecho innegable. En su voluminosa y documentada biografía de nuestro genial escritor, Krzysztof Sliwa, profesor de literatura en la Fayetteville State University (Carolina del Norte), asegura sin lugar a dudas que “a ciencia cierta, Cervantes leía la Biblia, la conocía irreprochablemente y aludía a sus citas a lo largo de sus obras”(2). Y a continuación cita algunos ejemplos notorios. Cervantes llama a la Biblia “divina escritura”, “palabra del mismo Dios”, “consejos de la divina escritura”, “letras divinas” (Don Quijote I, 37). Las citas explícitas de la Biblia en la versión latina de la Vulgata son frecuentes en el Quijote (3).

 

Portada del libro.

En los primeros años de 1960 (la década del 60), el autor de este libro, Juan Antonio Monroy, dio a luz la primera edición de esta obra, una obra original y atrevida en su día, donde demuestra que Cervantes leyó y asimiló la Biblia en profundidad, como se deja ver en las más de 300 citas y referencias del libro sagrado en ambas partes del Quijote, que el autor se encarga de documentar.

Del Quijote se han dicho muchas cosas, en toda época ha llamado la atención de historiadores, filósofos, literatos, religiosos, psicólogos y un largo etcétera que justifica la afirmación que “El Quijote es la Biblia española”(4). Para Américo Castro, es “una forma secularizada de espiritualidad religiosa”(5). Por el contrario, para Mariano Delgado, decano de la Facultad de Teología de Friburgo (Suiza), El Quijote es la defensa de un cristianismo místico-mesiánico (6).

Sea como fuere, lo cierto es que El Quijote no deja de despertar interés a lo largo del tiempo y que a nadie deja indiferente. Por ese motivo, aprovechando el cuarto centenario de la muerte de su autor, y como una contribución modesta, pero esencial al mismo, lanzamos al mercado una nueva edición de la Biblia y el Quijote, en la que esa “Biblia de la literatura universal” que es el Quijote, se ilumina con la Biblia cristiana, de donde Cervantes extrae la idea de justicia y libertad tan humana y tan divina.

Alfonso Ropero Berzosa

En un lugar de La Mancha, Tomelloso 25 de Febrero de 2016

 

 

Prólogo al IV Centenario de la publicación de ‘El Quijote’, de J.A. Monroy

Cuatrocientos años lleva el caballero de la Triste Figura, el inmortal Don Quijote de la Mancha recorriendo los caminos del mundo siempre acompañado de su fiel Sancho, empeñados ambos en un diálogo incesante sin búsqueda de acuerdo necesario.

El Quijote es un libro universal y países de todo el mundo se unen para celebrar con regocijo el IV Centenario de su publicación.

 

Juan Antonio Monroy.

Se quejaba Byron de que Cervantes arrojara el sarcasmo y la burla sobre las virtudes caballerescas de su tiempo. Erraba el Lord inglés. No hay en Cervantes burla grosera. Su humor es fino, acerado, culto, delicado, elegante, como lo entendió Víctor Hugo.

Hace cuatro siglos un Don Quijote cautivo del ideal proporcionó al mundo una imagen de libertad que ha fascinado a grandes pensadores y ha prendido en el pueblo llano. Hasta un cascarrabias como Nabokov, olvidándose de su Lolita, se ha rendido a la grandeza del Quijote.

Andrés Trapiello, en una novela reciente inspirada en la de Cervantes, confiesa: «Releo el Quijote todos los años y siempre me resulta completamente nuevo». Éste es, exactamente, mi caso. Desde que leí por vez primera la fábula cervantina, lectura que me llevó a escribir el libro LA BIBLIA EN EL QUIJOTE, no me cansan las aventuras del caballero y su escudero.

Martín de Riquer felicita a quien no haya leído el Quijote porque aún le queda el placer de leerlo. Rosa Navarro dice que la gente debería leer a Cervantes en vez de tomar prozac y antidepresivos. Los biógrafos de Faulkner afirman que el premio Nobel norteamericano leía el Quijote todos los años como algunas personas leen la Biblia.

El mejor homenaje que se le puede tributar al Quijote en los cuatrocientos años de su primera edición es leerlo, releerlo, regalarlo para que otros lo lean. Porque el Quijote, como lo vio Díaz de Benjumea, es verdadera fábrica y monumento que descuella en la literatura española, de suyo rica y majestuosa.

A mediados de los años 60, residiendo yo en Tánger, Marruecos, se me pidió que ofreciera una conferencia sobre la Biblia en el Quijote. Por aquel entonces mis conocimientos de la novela de Cervantes eran escasos. Pero pergeñando una cita de aquí y otra de allá salí airoso. El tema me cautivó y emprendí un estudio más profundo, cuyo resultado fue un libro de 178 páginas que en 1963 publicó en Madrid la Editorial Victoriano Suárez. La que yo creía una obra modesta fue muy bien recibida por críticos de prensa.

Para las citas del Quijote seguí la edición preparada por Martín de Riquer para Editorial Juventud, de Barcelona. En cuanto a la Biblia, me serví con preferencia de la versión Nácar-Colunga.

Este trabajo, excepto el prólogo, cuyo contenido queda aquí sintetizado, figura íntegro en la presente obra.

Uniéndome a los escritos que se vienen publicando y se publicarán a lo largo de este año con motivo del cuarto centenario, he redactado cinco nuevos capítulos. Tratan de la relación de Cervantes con Barcelona y de la tercera salida de Don Quijote: su paso por tierras de Aragón, ruta que siguió camino de Cataluña, las muchas aventuras que protagonizó en Barcelona, que culminaron en una derrota humillante, su regreso a la aldea y su muerte.

A propósito de la aldea. El mismo día que redacto estas líneas leo que un grupo de profesores de la Universidad Complutense, en Madrid, ha llevado a cabo un estudio aplicando métodos científicos y, como resultado del mismo, concluyen que el anónimo «lugar de la Mancha» al que se refiere Cervantes es la localidad de Villanueva de los Infantes, en Ciudad Real. ¿Lo aceptamos o dejamos que el acertijo siga poniendo a prueba el ingenio de los lectores?

Después de todo, qué más da: Villanueva, Argamasilla, el Toboso o Tombuctú. Don Quijote nació. Don Quijote existió.

Redentor de nuestros ideales, salvador de nuestras locuras, sufrió una vida de dolor para que nosotros podamos gozar otra de alegría recreándonos en sus hazañas.

«Del estercolero surgieron las amapolas».

Juan Antonio Monroy

 

Juan Antonio Monroy con Gabriel García Márquez.

 

 

(1). Eustaquio Sánchez Salor, “Biblia”, en Carlos Alvar, dir., Gran Enciclopedia Cervantina, vol. II, p. 1317. Editorial Castalia, Madrid 2006.

(2). Krzysztof Sliwa, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, p. 228. Edition Reichenberger, Kassel 2005.

(3). C. Bañeza Román, “Citas bíblicas literales de Cervantes en castellano”, en Anales Cervantinos, 33 (1995-1997) pp. 61-83; Id., “Citas bíblicas en latín”, en Anales Cervantinos, 31 (1993), pp. 39-50; J. M. Melero Martínez, “El Quijote y la Biblia”, en Ensayos: Revista de la Facultad de Educación de Albacete, 20 (2005), pp. 155-166.

(4). José Luis Abellán, en Álvaro Armero, Visiones del Quijote, p. 130 (Editorial Renacimiento, Sevilla 2005); Id., Los secretos de Cervantes y el exilio de don Quijote, p. 115 (Centro Estudios Cervantinos, Madrid 2006).

(5). A. Castro, El pensamiento de Cervantes, p. 16. Revista de Filología Española, Madrid, 1925, 2 ed.

(6). “El Quijote es el relato ameno de las aventuras de un caballero andante que defiende los ideales místico-mesiánicos de verdad, libertad, justicia y sobre todo misericordia o compasión en un mundo que, como el nuestro, parece ir por otros derroteros […] La lectura del Quijote despierta en nosotros los mejores y más nobles sentimientos, también en el campo religioso: pasión por la verdad, la libertad, la justicia y la misericordia, así como por el socorro y alivio de los menesterosos y afligidos de toda clase”. M. Delgado, “El cristianismo místico y mesiánico del Quijote”, en Anuario de Historia de la Iglesia, 15 (2006), p. 233.

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