Don Juan ante el más allá, o la salvación por amor (VII)

La tercera escena del cuarto acto tiene lugar el intercambio de palabras amorosas que marcan el punto culminante del romanticismo en la obra de Zorrilla.

16 DE DICIEMBRE DE 2016 · 08:05

,Don Juan Tenorio

Obligado resumen: Doña Inés está en la celda del convento. Lee la carta que Don Juan le ha mandado en el interior de un libro.

Al terminar de leer la carta entra Don Juan. Doña Brígida le ha proporcionado las llaves de la celda. Al verlo, Doña Inés se desmaya. Don Juan la alza con suavidad y la lleva a su Quinta, la casa palacio que ocupa cerca de Sevilla, sobre el río Guadalquivir.

Cuando Doña Inés despierta de su desmayo se encuentra frente a Don Juan en una casa que no conoce. Está turbada, inquieta, nerviosa. En esta tercera escena del cuarto acto tiene lugar el intercambio de palabras amorosas que marcan el punto culminante del romanticismo en la obra de Zorrilla. Dice Don Juan a la joven doncella:

         Cálmate, pues, vida mía:

         reposa aquí y un momento

         olvida de tu convento

         la triste cárcel sombría.

         ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor,

         que en esta apartada orilla

         más pura la luna brilla

         y se respira mejor?

         Esta aura que vaga llena

         de los sencillos olores

         de las campesinas flores

         que brota esa orilla amena;

         esa agua limpia y serena

         que atraviesa sin temor

         la barca del pescador

         que espera cantando el día

         ¿no es cierto, paloma mía

         Que están respirando amor?

Doña Inés está fascinada, seducida, enardecida. Su boca tiembla. Su corazón palpita. Las ideas inculcadas en su mente en años de educación religiosa echan a volar. El delirio del amor corona todo su ser. Entregada a la flecha que le mandó Cupido, responde a Don Juan:

         ¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!,

         sino caer en vuestros brazos,

         si el corazón en pedazos,

         me vais robando de aquí?

         No, Don Juan; en poder mío

         resistirte no está ya;

         yo voy a ti, como va

         sorbido al mar ese río.

         Tu presencia me enajena,

         tus palabras me alucinan,

         y tus ojos me fascinan,

         y tu aliento me envenena.

         ¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro

         de tu hidalga compasión:

         o arráncame el corazón

         o ámame, porque te adoro.

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