Don Juan ante el más allá, o la salvación por amor (VI)

No hay hombre tan valiente a quien el amor no logre dominar. El amor pone en libertad a los esclavos y esclaviza a los fuertes.

09 DE DICIEMBRE DE 2016 · 10:35

,Don Juan Tenorio

Ahora entra en escena Doña Inés. Una joven inocente y pura educada en un convento desde niña por voluntad de su padre, Don Gonzalo de Ulloa. La jovencita lleva ya en su pecho un alma de mujer que será capaz de inspirar por vez primera un verdadero amor en Don Juan Tenorio. Este amor, que empieza por una apuesta sacrílega, llega a dominar el inquieto corazón del burlador.

No hay hombre tan valiente a quien el amor no logre dominar. El amor pone en libertad a los esclavos y esclaviza a los fuertes.

Doña Inés sólo tiene diecisiete años. Es a la vez una creación romántica y figura femenina de todos los tiempos. Don Juan llega a amarla de verdad, con nobleza, algo desconocido en él.

El amor  de Don Juan, esta vez, es sincero. A la vista de Doña Inés se olvida de su pasado y del mundo que ha conocido. Surge ante sus ojos la visión de una alameda inacabable del amor. Sueña con la familia, con los hijos, con las responsabilidades paternales, con el hogar, con sus funciones de caballero cristiano. Su amor procede de lo alto. Dice a Doña Inés:

         “No es, Doña Inés, Satanás quien pone su amor en mí; es Dios quien quiere por ti ganarme para Él quizás”.

Pero el padre de Doña Inés, el Comendador, no se fía y se opone rotundamente a las pretensiones del Tenorio.

En el acto tercero de la obra Don Juan entra en el convento. Allí está Doña Brígida, una trotaconvento, una Celestina con acceso sin trabas a la joven Doña Inés. Don Juan obtiene su complicidad mediante una elevada cantidad de dinero. Hace a éste una pintura tan apasionada de Doña Inés, rayando la sensualidad y el erotismo, que el Tenorio, preocupado, exclama:

         “Tan incentiva pintura

         los sentidos me enajena,

         y el alma ardiente me llena

         de su insensata pasión.

         empezó por una apuesta,

         siguió por un devaneo,

         engendró luego un deseo

         y hoy me quema el corazón.

         Poco es el centro de un claustro;

         ¡al mismo infierno bajara,

         y a estocadas la arrancara

         de los brazos de Satán!

         ¡Oh, hermosa flor, cuyo cáliz

         al rocío aún no se ha abierto,

         a trasplantarle va al huerto

         de sus amores Don Juan!”.

Doña Brígida trastorna a Doña Inés. Le absorbe el seso y le despierta el sexo hablándole de Don Juan. A través de ella Don Juan le envía un libro y una carta. Su lectura la rinde por completo. Sus pensamientos ya serán siempre para el amado que la reclama al otro lado de los muros del convento.

En unos versos románticos, monumento vivo, expresión viva de sus sentimientos, Don Juan escribe:

         “Inés, alma de mi alma,

         perpetuo imán de mi vida,

         perla sin concha escondida

         entre las algas del mar;

         garza que nunca del nido

         tender osastes el vuelo

         al diáfano azul del cielo

         para aprender a cruzar:

         si es que a través de esos muros

         el mundo, apenada, miras,

         y por el mundo suspiras,

         de libertad con afán,

         acuérdate que al pie mismo

         de esos muros que te guardan,

         para salvarte te aguardan

         los brazos de tu Don Juan”.

Invadida por el fuego de aquellas palabras, el dulce corazón de Doña Inés se deja llevar. El amor se impone a la razón. Es un puro rocío que desciende al alma de Doña Inés. Turbada, exclama:

         ¡Ay! ¿Qué filtro envenenado

         me dan en este papel,

         que el corazón desgarrado

         me estoy sintiendo con él?

         ¿Qué sentimientos dormidos

         son los que revela en mí,

         qué impulsos jamás sentidos,

         qué luz que hasta hoy nunca vi?

         ¿Qué es lo que engendra en mi alma

         tan nuevo y profundo afán?

         ¿Quién roba la dulce calma

         de mi corazón?

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