Don Quijote y la brevedad de la vida

Cuando menos lo pensaba enfermó de muerte Don Quijote.

29 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 20:55

Don Quijote en su lecho de muerte / Gustavo Doré,
Don Quijote en su lecho de muerte / Gustavo Doré

Enfermo en cama, poco antes de morir Don Quijote da en filosofar sobre la brevedad y fragilidad de la vida humana, tema favorito de escritores y poetas de todos los tiempos.

Caminamos hacia la casa de la eternidad más rápidamente de lo que quisiéramos. Dice Cide Hamete:

“Como las cosas humanas no son eternas, yendo siempre en declive de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de Don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba”.

Nadie tiene en la tierra privilegio del cielo para detener la muerte.

Está establecido por el Inmortal que muramos y no valen armas en esta guerra. Cuando menos lo pensaba enfermó de muerte Don Quijote. La vida humana se desliza con la rapidez del viento cuando quiere, como quiere, y no hay forma de pararla.

Cuando Platón, en el “Timeo”, afirma que el tiempo viene a ser una imagen móvil de la eternidad, no acierta del todo. La eternidad no significa un tiempo inacabable, sino otra cosa distinta, difícil de definir por el entendimiento humano. Hacia la meta de la eternidad cabalga el caballo del tiempo.

Unas veces lo hace a paso lento y otras a galope, como lo señala Don Quijote en una de las sentencias más crudas y extraordinarias de toda la novela. Dirigiéndose a Sancho, quien le pide que no se muera, y a Sansón Carrasco, junto al lecho del enfermo, les dice:

“Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”.

Poco a poco o mucho a mucho, todos nos vamos.

Poco a poco se fue Abel en plena juventud y mucho a mucho se fue Adán, su padre, quien vivió hasta los 930 años.

Es la sentencia divina: Está establecido a hombres y mujeres que mueran. Decir, como Calderón, que la vida es sueño, es decir una metáfora. Pero en toda metáfora existe un vínculo con la realidad.

La Biblia compara la vida humana a un día. Una vigilia de la noche. Un torrente de agua. Un sueño. La yerba del campo. Un pensamiento. Una sombra. Un penacho de humo. Una niebla madrugadora. Una caña tronchada por el viento. Un vuelo a lugares celestiales.

Todo queda aquí al morir. En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.

Sabio Don Quijote.

De la misma opinión era Shakespeare. En el quinto acto de Macbeth se lamenta: “El mañana y el mañana y el mañana avanzan en pequeños pasos (el poco a poco de Don Quijote), de día en día, hasta la última sílaba del tiempo recordable; todos nuestros ayeres (los nidos de antaño) han alumbrado a los locos el camino de la muerte. ¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha! (Los pájaros de hogaño).

Sólo Dios mide y enumera el tiempo.

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