Cuarto centenario de Cervantes: Regreso a la aldea

El amor es una deidad a la vez alagüeña y terrible. Don Quijote acomoda la sentencia del niño a sus propios suspiros amorosos y dice a Sancho: “¿No ves tú que aplicando aquella palabra a mi intención quiere significar que no tengo de ver más a mi Dulcinea?”

16 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 06:40

Don Quijote y Sancho, de regreso a la aldea.,Don Quijote de la Mancha
Don Quijote y Sancho, de regreso a la aldea.

Cuatro días después de los seis que Don Quijote pasó en cama, señor y escudero abandonan Barcelona. Vuelven ambos a su Mancha nativa. Clemencín apunta que puesto que la playa fue el teatro de su batalla con el de la Blanca Luna, puede que la puerta por donde Don Quijote abandonó Barcelona pudiera guiar a la playa. Detalle menor.

Detalle mayor fue que “al salir de Barcelona, volvió Don Quijote a mirar el sitio Donde había caído, y dijo: ¡Aquí fue Troya! ¡aquí mi desdicha, y no mi cobardía, se llevó mis alcanzadas glorias! ¡Aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas! ¡Aquí se oscurecieron mis hazañas! ¡Aquí, igualmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!”. Allí, en la Barcelona de Cataluña.

Si triunfal fue la entrada de Don Quijote a Barcelona, vitoreado por Antonio Moreno y sus amigos, triste, muy triste fue la salida. “Don Quijote desarmado y de camino, Sancho a pie, por ir el rucio cargado con las armas”. Una escena sobrecogedora.

Don Quijote, desarmado, sobre Rocinante. Sancho a pie y el rucio  cargado con las armas del hidalgo manchego. Ya no hay armas.

La única verdad que le queda es Dulcinea. Precioso el poema que León Felipe, nacido en España en 1889 y fallecido en México en 1968, dedica al regreso de Don Quijote a la aldea, después de su derrota en Barcelona.

Por la manchega llanura

Se vuelve a ver la figura

De Don Quijote pasar.

Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,

Y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,

Va cargado de amargura,

Que allá encontró sepultura

Su amoroso batallar.

Va cargado de amargura,

Que allá quedó su ventura

En la playa de Barcino, frente al mar.

Por la manchega llanura

Se vuelve a ver la figura de Don Quijote pasar.

Va cargado de amargura,

Va vencido, el caballero de retorno a su lugar.

¡Cuántas veces, Don Quijote, por esa misma llanura,

en horas de desaliento así te miro pasar!

¡Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura

y llévame a tu lugar;

hazme un sitio en tu montura,

caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura

que yo también voy cargado

de amargura

y no puedo batallar!

Ponme a la grupa contigo,

Caballero del honor,

Y llévame a ser contigo

Pastor.

Por la manchega llanura

Se vuelve a ver la figura

De don Quijote pasar.

A medida que cabalgaba, el caballero miraba a todas las mujeres que encontraba al paso, por ver si en alguna reconocía a Dulcinea del Toboso. A la entrada de la aldea encuentran a dos niños que reñían. Uno dice al otro: “No te canses, Periquillo, que no la has de ver en todos los días de tu vida”. Se refería el niño a una jaula de grillos que el otro le había prestado y que no pensaba devolver. Pero los enamorados, escribió Menéndez y Pelayo, no tienen más razón de ser que el amor mismo. El amor es una deidad a la vez alagüeña y terrible. Don Quijote acomoda la sentencia del niño a sus propios suspiros amorosos y dice a Sancho: “¿No ves tú que aplicando aquella palabra a mi intención quiere significar que no tengo de ver más a mi Dulcinea?”. ¿La había visto alguna vez en la realidad o sólo en su imaginación? ¡Qué más da! El amor está hecho de la tela de nuestros sueños.

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