La bomba adosada

Un cuento de Antonio Cárdenas.

16 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 07:10

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Nadie sabe cómo aquella iglesia de prácticas tan tenebrosas había conseguido los permisos legales para su apertura.

A los candidatos que llegaban a ser miembros de la misma, siempre por métodos coercitivos, se les adosaba al pecho una bomba. No se la podían extraer a riesgo de perder la vida. Esta bomba también disponía de un temporizador que la haría explosionar si el contador llegase a cero. Venía marcada con las iniciales C.U.L.P.A.

Era el viernes cuando, en la celebración del llamado “rito de echarse boñigas”, los fieles confesaban todos sus pecados en medio de llantos, gritos, susurros, quejidos, gemidos y lamentos. Al acabar la reunión el pastor añadía al temporizador de la bomba de cada fiel, las horas correspondientes a una semana. Y así hacía una semana, y otra, y otra…

Corrían rumores de las trágicas deflagraciones sufridas por quienes no acudían los viernes a actualizar la C.U.L.P.A. Aunque nadie había reunido documentación gráfica de tales sucesos.

Las cosas pasaban así hasta que un día se coló un predicador al que invitaron, pero que resultó ser de otra “línea teológica”. Les habló acerca de que Dios no quiere sucios culposos como hijos y mucho menos a bebés con sorpresa permanente en el pañal.

Estas y otras palabras envalentonaron el ánimo del auditorio hasta el punto que alguien interrumpió el discurso.

— ¡Basta! ¡Se acabó! Prefiero morir reventado antes que vivir humillado, cuando nadie espera eso de mí. Una vida así no merece ser vivida.

Todo el auditorio se unió él y tomaron una determinación.

— ¡Vamos a quitarnos la bomba del pecho ahora mismo!

Hicieron salir de la sala al predicador, a los niños y a los ancianos para evitar una tragedia mayor. Procedieron. El pastor permanecía callado en el fondo del local, con el rostro más blanco que el mármol de Macael.

Para sorpresa general, aquellas bombas no explotaron porque se trataba de artilugios de juguete. Todas las miradas se dirigieron al pastor.

Recuperados del susto, lo primero que hicieron fue quitarle la paga al pastor, que al parecer todo lo que pretendía con aquella siniestra operación era asegurarse el sustento.

Con el tiempo, esta castigada congregación se disolvió y cada cual se dedicó a vivir y nada más.

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