Como en el cuento, del argentino Héctor Spaccarotella
Un texto que invita a que realmente abramos nuestro corazón y, sin hipocresía, nos entreguemos al Señor.
15 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 16:25
Héctor Spaccarotella vive en Río Gallegos, en la Patagonia argentina y, desde allí, me envió este poema que estaba como esperando su momento de exponerse a los ojos y entendimientos de los propios creyentes. Fue escrito hace seis años y contiene versos que bien plasman cómo no debemos apartarnos del camino.
COMO EN EL CUENTO
I
Pasa el tiempo
y el crecer nos engaña
haciéndonos pensar que por tener años,
cabello blanco y arrugas en la cara
la vida nos ha hecho sabios.
Pero ese sentir termina muchas veces (demasiadas)
tirando abajo cada ladrillo,
derribando cada puerta firmemente cerrada.
Resulta que, como en el cuento,
el pensarnos seguros por la coraza del alma
nos deja expuestos (de un instante al otro)
al vacío de la existencia,
a la angustia del sentirse ya no ser
y la oscura frontera de la nada.
No estamos preparados (¡estábamos seguros!)
y sentimos frío, porque la llama antes eterna
se apagó movida por la primera ráfaga del invierno.
No estamos preparados (¡y nos aterramos como niños!)
porque hasta la mano que apretaba fuerte
se ha soltado.
Porque el camino que marcaba un rumbo claro
hoy es jungla oscura,
barreras infranqueables que asustan
mientras los pies se entierran en el barro.
Y hay que mirar para arriba, buscando el Sol
porque está demasiado oscuro aquí abajo.
El recuerdo de haber visto antes la luz nos esperanza
y nos da la oportunidad de seguir andando.
¡Quiero eso!
…lo pido, lo ruego, lo imploro….
porque aquí abajo ya las piernas no se mueven,
porque el corazón amenaza
y la mente delira buscando miradas antiguas
que ya no existen.
¿Qué quieres que te haga? (pregunta la voz suave)
y en la ceguera profunda,
en la noche oscura del alma,
en el cansancio, en el frío,
en el prematuro envejecimiento del buscar,
con el último aliento, con la mano levantada
con los ojos perdidos y nublados,
el último grito sale de la garganta
¡Que pueda ver, Señor!
¡Que otra vez pueda verte! (como antes)
para empezar de nuevo,
para reencontrar las fuerzas,
sabiendo ahora que ya uno nada sabe, nada es, nada puede
si no se tiene la oportunidad
de volver a encontrarse con esa Mirada.
(16-06-10)
II
Y hablando de ya no saber, no me di cuenta
que pretendía humildad y proclamaba nacimiento,
cuando la máscara de la hipocresía
seguía enmascarando mi soberbia.
Y continuaba sin saber que no sabía,
seguía necio
hablándole a Dios… sin todavía creerle
ni entenderlo.
Me miro en el espejo y sigo sin creerme…
¿Qué será de los demás entonces?
¿De aquellos que deberían aceptar un mensaje
que no soy digno de dar… si quiero ser honesto?
¡Hablas de Verlo, pides a gritos su Mirada
(me dijiste)
Y todavía no entiendes que esos Ojos
no pueden ser vistos con los de tu cuerpo!
Hablas de Verlo (me dijiste)
Y las puertas de tu corazón siguen cerradas.
¿Cuántas veces has leído? ¿cuántas veces?
“He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo”.
¿O seguirás con hambre, desfalleciendo de frío
mientras Él sigue allí, esperando que le abras
para entrar a tu casa y cenar contigo?
¡Necio!
Llenas tu boca de palabras
Pero tu corazón sigue endurecido.
¡Necio!
Como fariseo hablas y no sientes,
Como fariseo enseñas y no crees.
Mientras afuera el mundo sigue esperando,
mientras los niños mueren,
mientras el tiempo acaba.
Acaba.
(17-06-10)
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Barro del Paraíso - Como en el cuento, del argentino Héctor Spaccarotella