Los débiles de abajo

—Ni el puñal ni el misil pueden algo en sí mismos, pero sí la dependencia completa en nuestro Jefe. Dejadle hacer a Él.

05 DE AGOSTO DE 2016 · 06:25

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El ejército de LOS DÉBILES DE ABAJO por fin podría disponer del armamento moderno más sofisticado, gracias al aumento de su potencial económico. Por tierra, mar y aire se enfrentarían al enemigo, prácticamente de igual a igual.

Entre ellos no hubo completa unanimidad ante la propuesta de los generales de adquirir el armamento de última generación. Los más antiguos decían que la resistencia siempre se había mantenido con más o menos recursos, y que la liquidación total del enemigo era una utopía. “Nuestro sino es luchar y seguir luchando en un mundo en el que no reinamos, jamás reinaremos, ni deseamos reinar”, decían los que peinaban canas.

En otras facciones se detectaba cierto cansancio y la premura de poner fin a la lucha, un fin que adivinaban victorioso por primera vez.

El enemigo histórico contra el que luchaban, siempre había sido el mismo: LOS FUERTES DE ARRIBA. Ejércitos de naturalezas diferentes, soldados de naturalezas diferentes, luchadores comandados por jefes diferentes.

Prevalecieron en votación los que mostraron más ímpetu, e invirtieron todo el presupuesto en adquirir el armamento que les garantizaría la victoria.

Les entraron prisas para abatir al enemigo. No tenían la aprobación de los ancianos, éstos decían que su fuerza no había dependido solo del armamento, pero las ansias de guerra eran imparables.

Por fin, cosa que nunca había ocurrido, los soldados se sintieron fuertes. Los DÉBILES DE ABAJO se sintieron fuertes por primera vez.

La derrota fue brutal. El armamento ni lo supieron manejar ni por asomo era superior al de los FUERTES DE ARRIBA.

Los sobrevivientes volvieron compungidos al consejo de ancianos, ahora con mayor disposición para escuchar.

—La característica de nuestro enemigo es la fuerza, y a fuerza no le podemos ganar. Meteos esto en la cabeza, se llaman a sí mismo FUERTES —dijo el anciano.

—Siendo así, la victoria es imposible, ¿qué ejército no confía en la fuerza para ganar? —replicó el general derrotado.

—Hay otro camino para la fuerza, y es la que se desprende de nuestra debilidad, tal como dijo un antepasado nuestro —insistió el anciano.

— ¿Nos estáis diciendo que igual podemos enfrentarnos a ellos con puñales que con misiles?

—Ni el puñal ni el misil pueden algo en sí mismos, pero sí la dependencia completa en nuestro Jefe. Dejadle hacer a Él.

Era complicado sentirse débil y no verse derrotado, pero aquellos jóvenes lo intentaron como lo habían hecho otros. Vieron sorprendidos que aquello funcionaba y aunque luchaban y ganaban, renunciaron a esa derrota final y quimérica del adversario que erróneamente habían abrazado. Esa derrota la dejaron en manos del Jefe. Volvió la esperanza y la ilusión perdida entre los débiles. Pero eso sí…, todos convinieron en que era muy molesto eso de verse débiles en un tablero de fuerzas. 2 Corintios 12:9-10

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