Oreja de oso

La trascendencia de la vida humana que nos otorgó el Señor Jesús, muriendo y resucitando al tercer día. Esa es nuestra esperanza cristiana.

10 DE JUNIO DE 2016 · 13:10

Foto: Antonio Cruz.,
Foto: Antonio Cruz.

A esta pequeña plantita propia de los Pirineos se la ha llamado vulgarmente: curalotodo, hierba de la tos, oreja de oso, violeta basta, etc. En realidad, su nombre científico (Ramonda myconi) hace referencia al naturalista galo, Louis-François-Élisabeth de Carbonnières, barón de Romand (1753-1827) y al botánico catalán, nacido en Vic, Françesc Micó.

Se supone que se trata de una reliquia de la Era Terciaria, que se puede encontrar hoy entre los 600 y 2.000 metros de altitud, ya que es capaz de soportar temperaturas muy bajas. La medicina popular la usaba para combatir la tos y los resfriados.

Lo que resulta más curioso es su misterioso poder revivificador. Consigue rebrotar incluso después de su total desecación. Presenta un mecanismo de exquisito diseño bioquímico que le permite transformar la “rafinosa”, un azúcar especial, en la sacarosa común y esto le impide la muerte celular.

Siempre que descubro sus preciosas florecillas azuladas, surgiendo entre las grietas rocosas de los acantilados, me viene a la mente la trascendencia de la vida humana que nos otorgó el Señor Jesús, muriendo y resucitando al tercer día. Esa es nuestra esperanza cristiana. Algún día los huesos secos se convertirán en belleza vital eterna.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - Oreja de oso