Gran Diccionario Enciclopédico de Imágenes y Símbolos en la Biblia, de Ryken, Wihoit y Longman III

Los escritores bíblicos que vivían en una región en donde el agua era escasa y la sequía una continua amenaza para la vida elevan su significado. En la Biblia aparece de tres maneras principales: como una fuerza cósmica; como una fuente de vida y como un agente limpiador.

20 DE MAYO DE 2016 · 05:25

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Detalle de la portada del diccionario.

Este es un fragmento de Gran Diccionario Enciclopédico de imágenes y símbolos en la Biblia Ryken, Wihoit y Longman III (2016, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí

 

AGUA

Como el agua es un elemento esencial para la vida, su significado y evocación son universales. Ahora bien, los escritores bíblicos que vivían en una región en donde el agua era escasa y la sequía una continua amenaza para la vida elevan su significado. En la Biblia aparece de tres maneras principales: como una fuerza cósmica que solo Dios puede controlar y gobernar; como una fuente de vida y como un agente limpiador. También podemos detectar una polaridad en curso en las seiscientas referencias bíblicas sobre el agua; el agua puede significar tanto la vida como la muerte, la bendición y la aflicción, el orden y el caos.

Aguas cósmicas. El agua era importante en la cosmología del antiguo mundo, donde el mar se asociaba con las aguas primitivas o las aguas del caos sugeridas en Génesis 1.2 con el término abismo. El término hebreo thom, está aquí etimológicamente relacionado al Tiamat, el nombre del monstruo marino de cuyo armazón fue esculpido el mundo, de acuerdo con la cosmogonía Babilónica (ver Cosmología). En el relato de Génesis no encontramos rastro alguno de resistencia de los materiales al propósito de Dios, y no hay necesidad de asumir que el abismo sea una especie de embalse de materiales en estado salvaje. Aun así, la poesía bíblica hace pocas referencias a una batalla cósmica entre Dios y el monstruo del mar, o caos, también identificado como el Leviatán, Rahab, la serpiente y el dragón (Sal 74.13-14; 89.10; Is 27.1).

En la visión bíblica, la creación original y la continua y providencial supervisión de Dios sobre su mundo se presenta en términos del dominio del agua por el mundo divino. La creación original ha hecho existir a las criaturas por el soplo o por la palabra divina. Este orden creado se preserva al mantener Dios el mar dentro de unos límites (Job 38.11) y así, por implicación, restringe el telón de fondo de la amenaza del caos. Aunque pueda parecer que las tormentas amenazan el orden cósmico, Dios mismo es el Señor de la tormenta, con todos los elementos de la naturaleza, y el agua en particular, firmemente bajo su control soberano (Sal 29).

El diluvio de Noé refleja en diversos puntos el entendimiento antiguo de las aguas cósmicas. El diluvio es la vuelta de las aguas del caos, con la creación todavía por hacer en cierto sentido, abriendo paso a la nueva creación, el mundo renovado después del juicio y la preservación del justo Noé con su familia. En las referencias a las cataratas del cielo y las fuentes de los abismos que son abiertos (Gn 7.11), tenemos que entender que las aguas del caos incluyen el orden creado, de ordinario reprimido hacia arriba por la cristalina cúpula del firmamento y sellado por debajo por la tierra seca.

 

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La rica ambigüedad de las aguas del caos o del abismo es aparente en otras ocasiones bíblicas. La creencia de fondo habitual era que un gran embalse de agua original yacía debajo de la tierra (de hecho la convicción de que el ciclo del agua incluía un abismo central de aguas subterráneas, convicción en la cultura clásica como en la del Oriente Próximo, no empezó a desvanecerse en Europa hasta finales del siglo XVII). Cuando *Jacob bendice a sus hijos en su lecho de muerte, asegura a José las «bendiciones del abismo que está abajo» (Gn 49.25, citado de nuevo en Dt 33.13). Aquí, el abismo es el gran embalse de agua que suministra los manantiales de agua de la superficie, incluyendo, seguramente, hasta la fuente del *jardín del Edén. Esta valencia positiva para las aguas originales es asumida por el salmista cuando los monstruos marinos y todos los abismos son invitados a alabar al Creador (Sal 148.7). La orden se extiende también a las «aguas arriba sobre los cielos» (Sal 148.4).

Las aguas cósmicas amenazan en 2 Pedro, una carta notable por su diversidad en la imaginería del agua. El estímulo a los creyentes se centra en la palabra divina que siempre ha reinado sobre las contingencias del agua y el caos. Los burladores ignoran neciamente «que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua» (2 P 3.5-6 RVR 1960).

Agua en el paisaje de la Tierra Santa. La geografía (o hidrología) de la Tierra *Santa es rica en significado figurativo. En su calidad de paisaje semiárido con *precipitaciones en muchos sectores, la Tierra Santa se tipifica por una explotación cuidadosa del agua, tanto la almacenada como la utilizada «para vivir». El mar de Galilea (o Tiberias), 21 km por 13 km de máxima, yace en un cuenco en forma de corazón que data de la actividad volcánica en la Era Cenozoica, es una presa de agua fresca sin la cual el cultivo del área es apenas imaginable. El río Jordán fluye desde su orilla sur y alimenta el campo a lo largo de todo el camino hasta el Mar Muerto en Judea. El rio es hoy el alimentador de extensivos proyectos de riego por goteo, que comprende una tecnología compartida por Israel con su vecina Jordania.

Aparte de los alrededores del Mar de Galilea y el *Rio Jordán, y algunas llanuras fértiles, la Tierra Santa depende de *manantiales, *pozos y *cisternas. La experiencia frecuente de sed y anticipación de agua (Sal 42.1-2), la necesidad de administrar los recursos en agua, el trabajo de sacar y acarrear agua, el contraste del agua fresca y el agua almacenada desde largo tiempo, todos estos son hechos recurrentes en la experiencia bíblica.

Estratégicamente situados, los pozos y los manantiales proporcionaban agua continuamente renovada, y las cisternas almacenaban las aguas vertidas. Estas últimas se usaban normalmente para el ganado y usos domésticos. Jeremías nos pinta este contraste para distinguir la verdadera *adoración de la *idolatría. La primera reconoce a Dios como la fuente de agua viva, mientras que la idolatría se apoya en sus propias cisternas que, de hecho, ni siquiera retienen el agua (Jer 2.13). Como el trabajo de sacar agua del pozo era un trabajo pesado habitualmente reservado a las mujeres, no nos sorprendemos al leer que la mujer Samaritana que Jesús encuentra en el pozo de Jacob (ver Pozo, Encuentro en el), es receptiva a la oferta de Jesús de recibir el agua de vida que conlleva la promesa de sentirse milagrosamente repuesto (Jn 4).

Durante las peregrinaciones de los Israelitas en el desierto, hicieron un amplio uso de famosos manantiales como el de Cades-barnea, y la victoria en Jericó incluía la captura de uno de los mayores oasis del Antiguo Oriente Próximo. Jericó puede ser la ciudad más antigua del planeta, dos veces más que las pirámides de *Egipto. Conocida desde tiempos remotos como una ciudad de *palmeras, está situada bien por debajo del nivel del mar, alrededor de un enorme manantial natural.

Cuando por fin estuvieron en posesión de la ciudad de *Jerusalén, los Israelitas realizaron repetidos e ingeniosos esfuerzos para asegurarse agua fresca para la fortaleza central (colina de *Sion). Tanto Ezequiel como Zacarías, que anuncian que Sion y su *templo se convertirán milagrosamente en fuentes de agua, celebran la providencia futura, que transcenderá eternamente esta precaria dependencia. Ezequiel habla del Mar Muerto que será refrescado por el agua viva que viene de la ciudad y producirá un paraíso en la tierra: «Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río» (Ez 47.9). Las impresionantes imágenes de fecundidad, que recuerdan fuertemente las aguas repletas descritas en Génesis 1, implican nada menos que una nueva creación, alimentada perpetuamente fuera de Sion. Cuando Zacarías añade a esta imagen los detalles de que las milagrosas aguas frescas fluirán tanto hacia el *Occidente como al *Oriente, entrevemos la promesa de que los grandes abismos (mares) de toda la tierra serán renovados, como parte de la última doma de la naturaleza por la providencia de Dios.

Agua y tiempo. Las *lluvias en Tierra Santa son de temporada, con lluvias ligeras en otoño y en primavera, y el grueso de las precipitaciones en los meses de diciembre a febrero. Los veranos son extremadamente *secos. Los escritores bíblicos suelen ver la lluvia como una evidencia de la *providencia especial, con la asociación del retorno de las lluvias después de una sequía prolongada al nuevo advenimiento de Dios y la retirada de las lluvias como señal de descontento divino. (1 R 8.35; Am 4.7). Oseas presenta una diligente petición a Dios, seguro de que «vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra» (Os 6.3).

La naturaleza estacional de las lluvias fue en parte responsable del atractivo que la religión cananea ejerció por mucho tiempo sobre el pueblo de Dios. Los israelitas, que llegaban del desierto, eran un pueblo de ganaderos nómadas, mientras que los residentes cananeos eran expertos en agricultura sedentaria, un conocimiento que expresaban en las prácticas de la adoración a Baal. En el mito cananeo, Baal había vencido al inestable Mar-y-Rio,  convirtiéndose así en el distribuidor de las aguas dominadas, vitales para la agricultura. En el tiempo del éxodo, Baal estaba firmemente establecido en Canaán como dios de las lluvias de invierno y de las *tormentas, y, por tanto, de las principales lluvias de los campos. En la fe bíblica, se honraba resueltamente al Señor de Israel como el Dios de las tormentas y de las lluvias (Sal 29; Jer 10.13; Zac 10.1), pero las prácticas mágicas de los adoradores de Baal fueron una tentación persistente para los Israelitas cuando más tarde emprendieron la agricultura sedentaria.

En el NT, Jesús descarta cualquier ecuación estricta entre el suministro de lluvia y el estado moral del pueblo. De acuerdo con el Sermón del Monte, que hace hincapié en la plenitud de la providencia primordial, permanente, receptiva y que perfecciona al que la recibe, Jesús insta a sus oyentes a ser inagotables en su forma de amar y de dar «para que seáis hijos de vuestro

Padre que está en los cielos... que hace llover sobre justos e injustos» (Mt 5.45).

Aguas de aflicción. A pesar de las palabras de Jesús sobre la gracia del Padre en cuanto al suministro de agua, en el AT es común que el *juicio divino incluya la retención de la lluvia. La soberanía de Dios sobre la vida y la muerta es implícita también en la asignación de las aguas de aflicción, habitualmente retratada como las destructivas aguas del mar que amenazan con inundarlo todo. Las olas de Dios han pasado sobre él, se *lamenta el salmista (Sal 42.7). En una de las imágenes más gráficas de las Escrituras, *Jonás describe desde el vientre de la ballena cómo las aguas se han cerrado sobre su cabeza: «Rodeóme el abismo; El alga se enredó a mi cabeza. Descendí a los cimientos de los montes» (Jon 2.5-6). Por supuesto, Jonás experimenta una clase de muerte, inmerso como está en el elemento destructivo que identifica como el Seol o la *tumba (Jon 2.2). Ahora bien, en la visión hebrea no hay poderes separados que dominen sobre la vida y la muerte, como es el caso con los panteones egipcios, los griegos o los romanos. Un solo Dios es Señor sobre todos los poderes. Isaías presenta la declaración divina: «Yo formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago todo esto» (Is 45.7 RVR 1960). Incluida en la dispensación divina del agua está la impartición de la aflicción y el juicio.

Aguas ceremoniales. En el código santo de Israel, el agua era un medio esencial para *purificarse […].

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