150 años del nacimiento de Valle-Inclán

Un amigo de toda la vida, Andrés Díaz, católico piadoso, le sugirió antes de morir la necesidad de prepararse espiritualmente. Don Ramón respondió con gesto dilatorio: “Yo siempre he estado bien con Jesucristo”.

20 DE MAYO DE 2016 · 06:25

Ramón María Valle-Inclán (1866-1936),Ramón María Valle-Inclán
Ramón María Valle-Inclán (1866-1936)

En la historia de España se conoce como Desastre la pérdida de sus últimas provincias ultramarinas, como Filipinas y Cuba. El Desastre político y militar dio origen a una generación de escritores llamada Generación del 98. Los autores que en sentido estricto formaron parte del 98 nacieron para las letras en la última década del siglo XIX. Mientras no se demuestre lo contrario, quien habló por vez primera de la generación del 98 fue el alicantino José Martínez Ruíz, conocido como Azorín.

Laín Entralgo incluye en el grupo a éstos famosos: Unamuno, Antonio Machado, Baroja, Maeztu, Benavente, Manuel Bueno, y Valle-Inclán. Aceptando el criterio de su maestro Ortega y Gasset y tomando como clave el año 1871, Julián Marías añade otros nombres: Ángel Ganivet, Arniches, Blasco Ibáñez, Rubén Darío, Gabriel y Galán, Gómez Moreno, Asín Palacios, los hermanos Álvarez Quintero, Manuel Machado y Francisco Villaespesa.

Valle-Inclán se aísla voluntariamente del grupo. Ignora a los terapeutas del Desastre y encabeza con Darío y otros la serie de los modernistas, que sólo tocan tangencialmente a la generación del 98.

En 1920 fue fundada en Madrid la revista literaria “La Pluma”. Durante tres años estuvo dirigida por el escritor y político Manuel Azaña. Valle-Inclán solía escribir en ella. En un artículo publicado en enero de 1923 con el título “El problema Nacional”, decía con su característico verbo encendido:“¡Oh, aquél terrible nacionalismo a retropelo de aquellos demoledores del 98! Basta, basta. Necesito ser real como un europeo cualquiera. No me parece hipotético sentirme perdido, egregiamente perdido en la irrealidad de una España demasiado planteada como problema. ¡El problema de España! ¡Qué cansancio, qué fastidio! ¿No es bastante vivir simple y fuertemente –sin más- esta tremenda y magnífica fatalidad de ser español?”.

Ramón María del Valle-Inclán nació en Villanueva de Arosa el 28 de octubre de 1866 y murió en Santiago de Compostela el 5 de enero de 1936. Este año se cumplen 80 de su muerte y 150 de su nacimiento. Según opinión de sus biógrafos, el nombre que aparece en la partida de bautismo y en el acta de matrimonio es Ramón José Simón Valle. Por deseo de su padre se matriculó en la carrera de Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela. Recordando a Séneca, Valle-Inclán creía que el estudioso tiene ventaja sobre Dios, y es que Dios es sabio por naturaleza en tanto que la persona ha de adquirir el conocimiento a base de estudio, algo a lo que él no estaba muy dispuesto. En cuanto murió su padre abandonó la Universidad y se trasladó a Méjico. En el país azteca estuvo cosa de un año. A su regreso a España fantaseó su viaje y estancia en aquél país. En un artículo publicado el 27 de diciembre de 1903 en la revista “Alma Española” afirma que en plena travesía marítima en la “Dalila” asesinó a un tal Roberto Yones. Pura novelería.

De vuelta en España residió en Pontevedra y luego en Madrid, donde se dedicó de lleno a la literatura. Ya por entonces su aspecto físico se había transformado, llevando melena y larga barba, lo que sería su atuendo peculiar.

El 24 de junio de 1899 sostuvo una discusión con el periodista Manuel Bueno en el Café Nuevo de la Montaña, ubicado en la Puerta del Sol. Una leve herida en el antebrazo terminó gangrenándose y dos semanas después el cirujano Manuel Barragán le amputó el brazo. Nuestro hombre tenía entonces treinta y tres años. A partir de entonces la imagen de manco se hizo casi mítica. Un grupo de amigos le organizó un homenaje en el teatro Lara para recaudar fondos destinados a la compra de un brazo ortopédico.

Escribió Víctor Hugo que viajar es nacer y morir a cada paso. La máxima encajaba perfectamente con la vida y naturaleza de Valle-Inclán. Viajó por Argentina, Uruguay y costa del Pacífico. Durante la primera guerra mundial fue invitado por el Gobierno francés a visitar los frentes de batalla.

El 24 de agosto de 1907 contrajo matrimonio con Josefina Blanco, actriz de teatro. El tenía entonces cuarenta años y ella veintiocho. La República instituida en abril de 1931 le vino bien a Valle-Inclán, quien la apoyó desde el primer momento. El nuevo régimen político lo premió con varios cargos institucionales. Aún así, el notable poeta y dramaturgo gallego vivió siempre en pobreza, como siglos antes le ocurrió a Cervantes. El 5 de enero de 1936, tras negarse a recibir ningún tipo de asistencia católica ni los clásicos auxilios espirituales, murió, según el parte dado a la prensa, “a consecuencia de un coma rápido, después de una grave enfermedad de vejiga urinaria complicada con carácter de malignidad”. Un amigo de toda la vida, Andrés Díaz, católico piadoso, le sugirió antes de morir la necesidad de prepararse espiritualmente. Don Ramón respondió con gesto dilatorio: “Yo siempre he estado bien con Jesucristo”. En el entierro de su cuerpo se ofició una ceremonia civil. Días antes de su muerte precisó: “No quiero a mi lado ni cura discreto, ni fraile humilde, ni jesuita sabiondo”.

Valle-Inclán era poseedor de una amplia cultura. También cultura bíblica. En 1902 cimentó  su fama literaria con la publicación de las “Sonatas”. En la primera, “Sonata de Otoño”, abundan reflejos de “El Cantar de los Cantares”: “Tu frente brilla como un astro bajo la crencha de ébano”. “El cuello florecía de los hombros como un lirio enfermo”.

Francisco Umbral le dedicó en 1998 un libro apasionado, riquísimo de sabidurías, un libro vertiginoso, ensayo de crítica literaria. Para Umbral, más que un escritor Valle-Inclán “es él solo todo un idioma. No cabe en un libro… Lleva dentro un lenguaje sagrado y maldito, bellísimo y clausurado, que va traduciendo al lenguaje común de los demás, poco a poco, por hacerse entender en castellano”.

El también gallego Eugenio Montes dijo que la “obra valleinclanesca obedece toda ella a conciencia y voluntad de arte, expresada por el instrumento prosaico. El estilo personal de Valle-Inclán era tan suyo, que quizás no ha podido dejar discípulos”.

He contado hasta 38 libros escritos por Valle-Inclán. Entre tantos, destacan algunos dramas teatrales muy conocidos, como “El marqués de Bradomin”, “Águila de blasón”, “Romance de lobos”, “Divinas palabras”, “Luces de Bohemia, “Cara de Plata”, “Los cuernos de don Friolera” y otros que le dieron fama.

Si la dramática de Valle-Inclán es admirable y única, su obra poética, con ser mucho menor, tampoco desmerece. No estuvo vinculado a escuela ni movimiento poético alguno. Aprendió de otros y de sí mismo, como confesó en una ocasión: “Ambicioné beber en la sagrada fuente, pero antes quise escuchar los latidos de mi corazón y dejé que hablasen todos mis sentidos. Con el rumor de sus voces hice mi estética”.

Su obra poética está principalmente reunida en la trilogía “Claves líricas”, de 1930, formada por “Aromas de leyenda”, “Versos en loor a un santo ermitaño”, “El pasajero” y “La pipa de Kif”.

De “El pasajero” ofrezco aquí el poema “Rosa de Oriente”, con la sola intención de que el lector conozca mínimamente la idea y el estilo de quien impartió gloria y honores a la literatura española.

Tiene al andar la gracia del felino,

es toda llena de profundos ecos,

enlabia con moriscos embelecos

su boca oscura cuentos de Aladino.

 

Los ojos, negros, cálidos, astutos;

triste de ciencia antigua la sonrisa,

                                                   y la falda de flores, una brisa

de índicos y sagrados institutos.

 

Cortó su mano en un jardín de Oriente

la manzana del árbol prohibido,

y, enroscada a sus senos, la Serpiente

 

decora la lujuria de un sentido

sagrado. En la tiniebla transparente

de sus ojos, la luz es un silbido.

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