‘Bruselas’, de Héctor Spaccarotella: un grito poético desde la Patagonia argentina

“Que Europa y todo aquel que lea, tenga la posibilidad de percibir la profunda angustia que vive la persona de fe, que busca a Dios en medio de los escombros de un atentado terrorista”.

14 DE ABRIL DE 2016 · 19:10

El grito de Munch,
El grito de Munch

Desde la ciudad de Río Gallegos, en la provincia argentina de Santa Cruz, recibí hace largos meses los saludos y apreciaciones sobre ciertos poemas míos publicados en P+D. Esta rápida comunicación con cualquier región antípoda es, sin duda, uno de los aspectos positivos de las tecnologías modernas.

Desde entonces mantengo contacto con Héctor Spaccarotella, un profesional argentino que dejó sus quehaceres cotidianos y, junto a su mujer Adriana, se desplazó como misionero a África y Brasil, sin contar las misiones en su propia patria.

Por esos rumbos, en Senegal por ejemplo, oyó hablar mucho del dios del Islam, religión mayoritaria en ese país africano. El mismo dios que cita en los versos que destiló por necesidad, como me señalaba en un correo reciente: “Estimado Alfredo, te envío desde mi sur lejano algo que escribí días atrás, cuando el atentado en Bruselas.  Estuve mal gran parte del día, busqué respuestas en oración. No entendía por qué este golpe terrorista había sido especialmente duro para mi alma.  Mucho más que París o los que todos conocemos en el resto del mundo. Finalmente me propuse sacarlo de adentro mío. Me llevó horas entender y traducir lo que tan fuerte gritaba en mi interior. Te lo comparto, probablemente buscando una mano que se junte a la mía, en Cristo”.

 

Adriana y Héctor Spaccarotella, en Senegal

Escritor, conferencista y profesor, Spaccarotella tiene 57 años, 37 de los cuales felizmente unido a su esposa Adriana, con quien comparte tres hijos. De formación bautista, actualmente participa como miembro en la iglesia Metodista Pentecostal de Río Gallegos. Escribe desde la adolescencia.

Tras leer su poema, no dudé en enviarle un correo para solicitarle su permiso, a efectos de publicar el texto en esta sección, Barro del Paraíso. He aquí su respuesta: “Alfredo, gracias por tu pronta respuesta. He tenido la posibilidad de publicar permanentemente desde mi adolescencia, y mi respuesta a ‘si autorizo a difundir’ un determinado material normalmente era un SÍ enorme, que era movido por el ego. Sin embargo ahora lo siento distinto. Claro que me parece genial que se difunda, pero el sentir asociado es ‘que escuchen el grito’. Que Europa y todo aquel que lea, tenga la posibilidad de percibir la profunda angustia que vive la persona de fe, que busca a Dios en medio de los escombros de un atentado terrorista, sintiendo que aún la propia vida ha quedado mutilada”.

He aquí su poema-grito:

 

Bruselas

 

BRUSELAS

 

¿Puedes ayudarme a entender lo incomprensible?

Mi mente atormentada de dolor

no puede ya elevarse más allá del humo,

ni mi oración se anima a buscarte

sin ignorar la sangre esparcida en las aceras,

los gritos sordos de horror de miles de inocentes.

 

No nos engañan las palabras vacías de los medios,

detrás de sus mentiras seguimos muriendo.

Más allá, las noticias quieren mostrar triunfos vacíos

con esa morfina inútil y soberbia que ya no nos aquieta,

ni nos distrae, ni nos aleja del terror, ni nos convence.

 

He visto el final del día demasiado cerca para estar calmo,

mis cinco sentidos estallaron impotentes.

Quiero abrazar y ya no tengo brazos,

Quiero correr y ya no tengo piernas

¡Quiero volver a reír, pero tampoco puedo

porque ese órgano también me fue amputado.

 

¿Quién vendrá hoy a darme explicaciones?

¿Quién se acercará a mirarme a los ojos?

 

Unas voces de muerte se adjudican victorias vacías

Otras voces de muerte prometen… solo prometen.

 

Te siento demasiado lejos,

demasiado…

y la religión no habla, no ve, no oye, no siente.

Te necesito a Ti, no a hombres de negro disfrazados;

saber que estás, sentirte cerca, ¡necesito verte!,

solo en ti hallaré palabras de vida y de consuelo.

 

Nunca imaginé que el pavor creciera cual gigante

construido por la increíble maldad del alma humana.

Nunca imaginé que ese dios del que me hablaban

pudiera ser tan cruel, despiadado, ciego y arrogante.

 

Una espiral de muerte acelera el presente,

caemos sin ya poder detener la inercia que nos mueve.

 

Conocer el final no quita de mi alma las heridas

que las garras de maldad tallan desgarrando.

Aquí, a mi lado, miles… millones te buscan sin hallarte

porque son prisioneros del engaño.

 

Héctor Spaccarotella

 

HÉCTOR SPACCAROTELLA

Río Gallegos

 [email protected]

 

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