Juan Ramón Jiménez: por obra del instante

“A ti, mi Dios deseado y deseante, sólo puedo llegar por la fe, fe de niño o fe de viejo… En Jesús, que iba creciendo conmigo, yo fui viendo a mi Dios de entonces, su Padre, el Padre Dios, el Padre eterno”.

07 DE ABRIL DE 2016 · 17:50

Juan Ramón Jiménez.,Juan Ramón Jiménez
Juan Ramón Jiménez.

Lo cuenta Ángel González en “El grupo poético de 1927”: dos autores que han dejado una huella profunda en la literatura española, Ramón del Valle-Inclán y Juan Ramón Jiménez, tenían un carácter de perro. Se necesitaba mucha paciencia para hacer soportable el genio de éstos dos hombres, dispuestos siempre a descalificar a otros escritores, cuando no a ridiculizarlos en público.

Algo de esto puede leerse en el libro de Soledad González, magnífica obra que reúne ochenta y ocho entrevistas, encuestas y cuestionarios que Juan Ramón Jiménez atendió entre 1901 y 1958, año de su muerte, en el mes de mayo. González obtuvo un doctorado en Literatura Comparada para el que desarrolló una tesis que tituló “Juan Ramón Jiménez a través de su biblioteca. Lectura y traducciones en lenguas francesa e inglesa”.

En el largo prólogo que escribe a esta recopilación de entrevistas, Soledad González afirma: “cuanto más indagamos en la figura de Juan Ramón Jiménez más compleja y atrayente nos resulta su personalidad… Su estela puede seguirse a través de las palabras de sus contemporáneos en controvertidos retratos, anecdotarios, citas y disquisiciones que nos ofrecen la imagen caleidoscópica de un hombre y un escritor que desde su primera juventud fue tan admirado como aborrecido, tan pronto objeto de las más desmesuradas alabanzas como de los agravios peor intencionados”.

Por el libro de Soledad González nos enteramos del aborrecimiento que Juan Ramón inspiraba a algunos escritores, quienes tampoco disimulaban sus agravios contra el poeta de Moguer.

En una reunión de escritores en Madrid, Francisco Villaespesa anunció que Juan Ramón estaba internado en un sanatorio. “Pero tiene dinero”, insinuó maligno Manuel Machado, para añadir a continuación: “aprensiones, algo de neurastenia, no sale de los sanatorios”.

No era más generoso Juan Ramón. Cuando la escritora francesa Annemarie Bacloseu-Meyer le pregunta si en España hay novelistas, el poeta responde: “novelistas, verdaderos novelistas sólo hay uno, y ese es Pío Baroja. Y él no es ni tan siquiera un novelista original, sino de influencia inglesa y rusa mezcladas”. Herschel Brickell le pregunta por los jóvenes escritores españoles y Juan Ramón contesta de mala gana: “la generación del 98 fue muy dada a repetirse a sí misma, escribiendo el mismo libro una y otra vez”. A continuación: “cada escritor español piensa en sí mismo como si fuera uno de los grandes escritores de cualquier otro país. Pérez de Ayala, por ejemplo, se imagina una amalgama de Bernard Shaw y G.K. Chesterton, pero un poco mejor que ambos juntos”.

Albert Guillén le pregunta: “según usted, ¿Quiénes tienen algún valor en España?”. El autor de “Platero y yo” contesta: “En España no hay nada. Yo sólo leo a los extranjeros”. Acto seguido menciona algunos nombres, que descalifica tranquilamente. De Machado dice que es un retórico. De Unamuno afirma que “no tiene amor a la belleza”. A Gabriel Miró lo califica de arcaico. “Su obra no vive. Además es muy provinciano, no sale de su pueblo, no vuela”.

“¿Y Valle-Inclán, señor Jiménez?”, pregunta el entrevistador. “Valle –pontifica Juan Ramón- es otro arcaico. La obra de Valle-Inclán es un alarde de estilo, retórica, estéril”. No se detiene el poeta en las descalificaciones de otros escritores, todos ellos de mucha estima y muy leídos en España. Ricardo León le parece que “es la oratoria llevada al libro, una cosa vacía y que suena a tambor”. Francisco Ayala, con una obra superior a la suya en número de títulos publicados es, en su opinión, “un comentarista que escribe en ese estilo añejo y cansado, fastidioso y recargado de los viejos clásicos”. Cargando el arma, el poeta dispara contra otros escritores de renombre: “de Villaespesa, de Marquina, de Carrere, de Canedo, nada digo: son valores convencionales impuestos a falta de otra cosa”.

“¿Y los novelistas, señor Jiménez?”,  quiere saber Alberto Guillén. Juan Ramón continúa con sus gruñidos: “los novelistas son valores precarios. Y en España más que en ninguna parte. Como Galdós hay cien mil folletinistas en Francia y en Inglaterra tres mil. Cuanto a los modernos, escriben para comer. Son pancistas. Hacen novelas pornográficas, como podrían hacer calzoncillos o zapatos”.

A la vista del negro panorama que Juan Ramón hace de la literatura española, al entrevistador se le ocurre una pregunta lógica: “¿Según usted, ¿quiénes tienen algún valor en España?”. El poeta responde: “en España no hay nada. Yo sólo leo a los extranjeros. Yo estoy solo, por eso no tengo amigos. Soy algo aparte. Si yo quisiera publicaría un libro cada mes; pero no quiero”.

Así eran aquellos formidables escritores, lumbreras del pensamiento, cada uno en su estilo y en su género: rácanos a la hora de reconocer méritos al otro, tacaños en los juicios positivos, envidiosos de la inteligencia ajena, engreídos, cada cual reclamando para sí el número uno. Repito, no todos, con notables excepciones.

Los autores que figuran en el índice del libro compuesto por Soledad González reconstruyen la trayectoria vivida por Juan Ramón, el sesgo de sus oscilaciones sentimentales, la importancia y trascendencia de su producción lírica, sus creencias íntimas.

En los ochenta y ocho testimonios de otros tantos autores que Soledad González incluye en su libro de entrevistas se alude con frecuencia a las convicciones religiosas de Juan Ramón, Premio Nobel de Literatura en 1956. El poeta de Moguer siempre hizo gala de su anticatolicismo y de su adhesión a la República. A José Luis Abellán confesó: “el catolicismo en España es pleito perdido; entre obispos cursis y clérigos patanes acabarán por matarlo en pocos años”. En su conferencia “El romance, río de la lengua española”, escribió lo que sigue: “el catolicismo ha ido convirtiendo sucesivamente la religión cristiana en un Cristianismo idolátrico”. Y en “Diario”, manuscrito existente en la Sala Zenobia- Juan Ramón Jiménez en la Universidad de Puerto Rico, añade: “el catolicismo es una forma mucho más basta de paganismo que el paganismo. Es el paganismo detrás de la Iglesia”.

Ser anticatólico no significa ser ateo o agnóstico. Existen dos libros que prueban lo unido que Juan Ramón estuvo a Dios. Uno de Carlos del Saz Orozco titulado “Dios en Juan Ramón” (Editorial Razón y Fe, 1966) y otro del propio poeta: “Dios deseado y deseante” (Editorial Aguilar 1964).

Evocando al Dios de su niñez, dice: “A ti, mi Dios deseado y deseante, sólo puedo llegar por la fe, fe de niño o fe de viejo… En Jesús, que iba creciendo conmigo, yo fui viendo a mi Dios de entonces, su Padre, el Padre Dios, el Padre eterno”. Y poco antes de morir Juan Ramón escribe esta sorprendente declaración de fe: “yo sé que si Jesús está en el Paraíso que prometió al ladrón, con su Padre, allí llegaré yo con los que amo, que yo creo en la palabra de Cristo como creyó el ladrón”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Juan Ramón Jiménez: por obra del instante