Mártires por la fe - Historia de los hugonotes, de Félix Belliure

En ningún país latino la Reforma encontró, desde su aparición, un terreno tan favorable como en Francia. Un fragmento de Mártires por la fe - Historia de los hugonotes, de Félix Belliure (2015, Clie).

17 DE MARZO DE 2016 · 18:30

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Detalle de la portada del libro.

Este es un fragmento de Mártires por la fe - Historia de los hugonotes, de Félix Belliure (2015, Clie). Puede saber más sobre el libro aquí

 

LA EUROPA DEL SIGLO XVI

LA REFORMA

Un cielo gris con nubes bajas, empujadas por un violento viento de otoño cubría el horizonte de la pequeña ciudad de Wittenberg, situada cerca de la frontera oriental de Alemania. Corría el año 1517. Los dos mil habitantes de la ciudad, en su mayoría pescadores de salmones, abundantes en el río Elba, gente del campo o comerciantes y una minoría de estudiantes universitarios y funcionarios del gobierno, estaban preparándose para celebración de la fiesta de Todos los Santos que tendría lugar al día siguiente.

Por entre ellos, casi inadvertido, pasa un joven monje agustino, de 32 años, que algunos identifican como un conocido profesor de teología bíblica de la Universidad local. Va hacia la iglesia del castillo, donde al día siguiente se tendrían que desarrollar los oficios solemnes de la festividad religiosa y en cuya puerta se exhibía un tablero para anuncios de la Universidad. En ese tablero clavó un papel, escrito en latín, con 95 tesis académicas sobre la correcta interpretación de los tesoros de la iglesia, invitando así a una discusión académica sobre unas cuestiones surgidas mayormente en el confesionario. Nada más sucedió  aquella mañana.

Pero aquel acto, aparentemente de poca importancia, resultó el más significativo en la historia de los tiempos modernos, porque la Reforma religiosa que comenzó aquel 31 de octubre de 1517, permitió un gran cambio en los países que serían protestantes y que casi todo se modificara en los países católicos: doctrinas religiosas y morales, instituciones eclesiásticas y civiles, ciencias y letras. Se puede decir que la Reforma marca el punto de partida de un mundo nuevo con conceptos de la vida distintos.

En ningún país latino la Reforma encontró, desde su aparición, un terreno tan favorable como en Francia. Desde el siglo anterior el sur de Europa sufría los abusos de la autoridad papal y sin renegar de los dogmas básicos del cristianismo, la iglesia católica romana los había desfigurado y mutilado hasta el punto de hacerlos casi irreconocibles.

El estado moral del clero regular había alcanzado durante aquel período un nivel inferior al de la sociedad seglar. Había abandonado, no so- lamente la ciencia eclesiástica y la piedad sacerdotal, sino que sus costumbres eran detestables. El clero secular no se diferenciaba mucho del clero regular: el espíritu mundano, el amor al lujo y a la sensualidad, la indisciplina y la ignorancia, reinaban en todos los conventos. (18, pg. 239).

Las riquezas de la iglesia, el abandono en el que se encontraba el pueblo llano en materia de enseñanza y dirección espiritual, los semidioses que habían dejado entrar con el nombre de santos y santas, los ritos, las festividades religiosas, los lugares sagrados, el incienso, el agua bendita, el sacerdocio, la confesión auricular. Se trataba de un politeísmo encubierto bajo el manto de la religión de Cristo que propiciaba y hacia necesaria una reforma.

Este cúmulo de errores y supersticiones habían ido en aumento durante las prolongadas tinieblas de la Edad Media. De tiempo en tiempo se veía surgir una nueva falsedad en la historia de la iglesia y podemos señalar fácilmente con fechas, todas las grandes alteraciones experimen- tadas. Los defensores más acérrimos de la Santa Sede reconocen que la corrupción era enorme a comienzos del siglo XVI. “Algunos años antes de la aparición de la herejía calvinista y luterana no había ninguna seve- ridad en las normas eclesiásticas, ni pureza en las costumbres, ni ciencia en el estudio de la Palabra santa, ni respeto por las cosas sagradas, ni en la religión”. (18 pg. 2).

Un soplo de vida iba a moverse sobre aquel vasto campo de muerte. Un nuevo pueblo, una nación santa se formaría entre los hombres y el mundo extrañado, contemplaría en los seguidores del Galileo una pureza sin igual, una caridad y un amor que se había perdido al pensar que no existía.

Dos principios distinguirían la nueva religión de los sistemas humanos que estaban delante de ellos. Uno se relacionaba especialmente con los ministros de culto y el otro con las doctrinas. Los ministros del romanismo eran casi unos dioses de aquella religión humana. En cuanto a las doctrinas, enseñan que la salvación viene de Dios y que es un don del cielo.

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