El progreso del peregrino, de John Bunyan

Un fragmento del clásico del s. XVII “El progreso del peregrino”, de John Bunyan (Editorial Peregrino)

12 DE FEBRERO DE 2016 · 10:40

El progreso del peregrino, de John Bunyan,
El progreso del peregrino, de John Bunyan

Un fragmento de “El progreso del peregrino”, de John Bunyan (Editorial Peregrino, 2015) Puedes saber más sobre el libro aquí.

 

Capítulo 3. Cristiano abandona su camino engañado por Sabio-según-el-mundo; pero Evangelista le sale al encuentro, y lo pone otra vez en el mismo camino.

Cristiano, aunque solo ya, emprendió con buen ánimo su marcha, y vio venir hacia sí, atravesando la llanura, a uno que al poco trecho se encontró con él en el punto en que se cruzaban sus respectivas direcciones.

Se llamaba Sabio-según-el-mundo, y habitaba en una ciudad llamada Prudencia-carnal: villa de importancia, a poca distancia de la ciudad de Destrucción. Sabía acerca de Cristiano, pues la salida de este de la ciudad había hecho mucho ruido por todas partes; y viéndole ahora caminar tan fatigado por su carga, y oyendo sus gemidos y suspiros, trabó con él la siguiente conversación:

SABIO.— Bien hallado sea, buen amigo: ¿adónde se va con esa pesada carga?

CRIST.— En verdad que es pesada; tanto que, según mi apreciación, nadie jamás ha llevado otra igual. Me dirijo a la puerta angosta, que está allá delante, pues se me ha informado de que allí me dirán el modo de deshacerme de ella.

SAB.— ¿Tiene mujer e hijos?

CRIST.— Sí, los tengo; pero esta carga me preocupa y me abruma tanto que no siento ya el placer que antes me producían; y apenas estoy consciente de tenerlos.

SAB.— Vamos, escúcheme, porque creo poder darle muy buenos consejos sobre la materia.

CRIST.— Con mucho gusto, pues estoy terriblemente necesitado de ellos.

SAB.— Mi primer consejo es que, cuanto antes, se libere de esa carga; mientras no lo haga, su espíritu carecerá de tranquilidad, y no le será posible gozar, como corresponde, de las bendiciones que le ha concedido el Señor.

CRIST.— Eso es precisamente lo que voy buscando: pues ni yo puedo hacerlo por mí mismo, ni se encuentra en nuestro país a alguien que pueda; esto es lo que me ha movido a emprender este camino en busca de tanta felicidad.

SAB.— ¿Quién se lo ha aconsejado?

CRIST.— Una persona al parecer muy respetable y digna de consideración. Recuerdo que se llamaba Evangelista.

 

Portada del libro

SAB.— Maldito sea por tal consejo: precisamente este camino es el más molesto y peligroso del mundo. ¿No ha empezado ya a experimentarlo? Le veo lleno de lodo del pantano del Desaliento, y cuente con que eso no es más que el primer eslabón de la cadena de males que por este camino le esperan. Soy más viejo que usted, y he oído a muchos dar testimonio de que en él encuentran cansancio, penalidades, hambre, peligros, cuchillo, desnudez, leones, dragones, tinieblas… En una palabra: la muerte con todos sus horrores. Créame: ¿por qué se ha de perder un hombre por prestar oído a un extraño?

CRIST.— Señor mío: de muy buen grado sufriría yo cuanto usted acaba de decirme a cambio de verme libre de esta carga, más pesada y más terrible para mí que todo eso.

SAB.— ¿Y cómo vino sobre usted esa carga?

CRIST.— Leyendo este libro que tengo en mis manos.

SAB.— Ya me lo figuraba yo: uno de tantos imbéciles que, por meterse en cosas demasiado elevadas para ellos, vienen a dar en tantas dificultades que les trastornan la cabeza y los arrastran a aventuras desesperadas para lograr una cosa que ni aun saben lo que es.

CRIST.— Pues yo por mi parte sé muy bien lo que quiero: echar de mí esta carga tan pesada.

SAB.— Lo comprendo, sí; ¿pero por qué ha de buscarlo por un camino tan peligroso, cuando yo puedo enseñarle otro que no tiene ninguna de estas dificultades? Tenga un poquito de paciencia y óigame: mi remedio está al alcance de la mano, y en él, en lugar de peligros, hallará seguridad, amigos y satisfacciones.

CRIST.— Hable pronto, pues, señor, que se lo pido con mucha necesidad.

SAB.— Mire: en ese pueblo próximo, que se llama Moralidad, vive un caballero de mucho juicio y gran reputación, llamado Legalidad, muy hábil para ayudar a personas como usted; habilidad que tiene acreditada con muchos. Además de esto posee también el arte de curar a personas tocadas en su cerebro. Vaya a él y le auguro un pronto y fácil alivio. Su casa dista poco más de un kilómetro de aquí, y si él no estuviese, tiene un hijo, joven muy aventajado, cuyo nombre es Urbanidad, y que podrá servirle tan bien como su padre mismo. No dude en ir allá. Y si no está dispuesto, como no debe de estarlo, a volver a su ciudad, puede usted hacer venir a su mujer y sus hijos, pues hay en ese pueblo muchas casas vacías y le sería posible conseguir una a un precio muy arreglado. Otra cosa muy buena encontrará usted allí: vecinos honrados, de buen tono y de finos modales. La vida es también muy barata.

Al oír esto, Cristiano estuvo por unos instantes indeciso; pero pronto le vino este pensamiento: «Si es verdad lo que se me acaba de decir, la prudencia manda seguir los consejos de este caballero». Dijo, pues, a Sabio-segúnel-mundo:

CRIST.— ¿Cuál es el camino que lleva a casa de ese buen hombre?

SAB.— Mire, tendrá que pasar por esa alta montaña, y la primera casa que encuentre es la suya.

 

John Bunyan

Cristiano torció inmediatamente su camino para ir a casa del Sr. Legalidad en busca de auxilio. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Cuando llegó al pie de la montaña, le pareció tan alta y tan empinada que tuvo miedo de avanzar, no fuera que se desplomase sobre su cabeza. Se paró sin saber qué partido tomar. Entonces sintió también más que nunca lo pesado de su carga, a la vez que vio cómo salían de la montaña relámpagos y llamas de fuego1 que amenazaban con devorarlo. Le asaltaron, pues, grandes temores y tembló de espanto2. —¡Ay de mí! —exclamaba—. ¿Por qué habré hecho caso de los consejos de Sabio-según-el-mundo? Y mientras era presa de estos temores y remordimientos, vio a Evangelista que se le acercaba. ¡Qué vergüenza! ¡Qué estremecimiento sintió en todo su ser al ver la mirada severa de Evangelista! Este le interpeló como sigue:

EVANG.— ¿Qué haces aquí, Cristiano? Cristiano no supo responder, porque tenía atada la lengua por la vergüenza.

EVANG.— ¿No eres tú el hombre que encontré llorando fuera de los muros de la ciudad de Destrucción?

CRIST.— Sí, señor; yo soy.

EVANG.— ¿Cómo, pues, tan pronto te has extraviado del camino que te señalé?

CRIST.— Después que hube pasado el pantano del Desaliento, me encontré con uno que me convenció de que en la aldea de enfrente hallaría a un hombre el cual me quitaría la carga. Parecía muy caballero, y tantas cosas me dijo que me hizo ceder, y me vine acá. Pero cuando llegué al pie de esta montaña y la vi tan elevada y tan pendiente sobre el camino, de repente me detuve, temiendo que se desplomase sobre mí. Ese caballero me preguntó adónde iba, y se lo dije; también quiso saber si yo tenía familia, y le respondí que sí; pero añadiendo que esta carga tan pesada me impedía disfrutar de ella como antes disfrutaba. «A toda prisa, pues —me dijo—, es preciso que se deshaga de esa carga; y en lugar de ir en dirección a aquella portezuela, donde espera obtener instrucciones para ello, yo le indicaré un camino mejor y más derecho, y sin las dificultades con que tropezaría en el otro». «Este camino —añadió— le llevará a la casa de un hombre hábil en eso de quitar cargas». Yo le creí, dejé el camino que usted me había marcado, y tomé este; pero una vez aquí, he sentido miedo al ver estas cosas, y no sé qué hacer.

EVANG.— Detente un poco y oye las palabras del Señor (Cristiano, en pie y temblando, escuchaba): Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos3. El justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma4. Y haciendo aplicación de estas palabras a Cristiano, le dijo:

—Tú eres el hombre que se va precipitando en esa desgracia: has empezado a rechazar el consejo del Altísimo y a retirar tu pie del camino de la paz, hasta el punto de exponerte a la perdición. Cristiano cayó entonces casi exhausto a sus pies, exclamando:

—¡Ay de mí, que soy muerto!

Al ver esto, Evangelista lo asió de la mano, diciendo:

—Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres5. No seas incrédulo, sino creyente6.

Un poco más repuesto, Cristiano se levantó; pero aún avergonzado y tembloroso delante de Evangelista, el cual añadió:

—Pon más atención a lo que voy a decirte. Te mostraré quién era ese que te engañó, y aquel a quien te dirigías. El primero se llama Sabio-según-el-mundo; y con mucha razón, porque, en primer lugar, solo gusta de la doctrina de este mundo (por lo cual va siempre a la iglesia de la villa de la Moralidad), y le complace esa doctrina porque le libra de la cruz7; y en segundo lugar, porque siendo de ese temperamento carnal, procura pervertir mis caminos, aunque rectos. Por eso, tres cosas hay en el consejo de ese hombre que debes aborrecer con todo tu corazón:

1ª. El que te haya desviado del camino.

2ª. El haber procurado hacerte repugnante la cruz.

3ª. El haberte encaminado por esa senda, que conduce a la muerte.

Primeramente, debes aborrecer el que te haya extraviado del camino, y el que tú hayas consentido en hacerlo: porque eso significaba rechazar el consejo de Dios a cambio del consejo del hombre. El Señor dice: «Esforzaos a entrar por la puerta angosta8 —que era aquella hacia la que yo te dirigí— […] Porque estrecha es la puerta […] que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan»9. De esa puerta y del camino que a ella conduce te ha desviado ese malvado, para llevarte al borde de tu ruina. Debes, pues, aborrecer su conducta, y odiarte también a ti mismo por haberle prestado oído.

En segundo lugar, tienes que aborrecer el que haya procurado hacerte repugnante la cruz; cuando debes preferirla a todos los tesoros de los egipcios10. Además, el Rey de la Gloria te ha dicho que «aquel que quiera salvar su vida, la perderá»; y también: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo»11. Por esto te digo que un hombre que procura convencerte de que es muerte aquello sin lo cual la verdad ha dicho que no se puede obtener la vida eterna, debe ser para ti abominable.

Y en tercer lugar, debes también aborrecer el que te haya encaminado hacia la senda que conduce al ministerio de muerte. Calcula, pues, si la persona a quien ibas dirigido sería capaz de librarte de tu carga. Esa persona se llama Legalidad, y es hijo de la esclava que actualmente lo es y está en esclavitud junto con sus hijos12; la cual es también misteriosamente ese monte Sinaí que tú has temido cayese sobre tu cabeza. Si, pues, ella y sus hijos están en servidumbre, ¿cómo puedes esperar que sean capaces de darte a ti la libertad? ¡Ah, eso nunca! Legalidad no es quién para librarte de tu carga. Ni ha librado hasta hoy a nadie, ni podrá jamás hacerlo. No puedes ser justificado por las obras de la ley, porque por ellas nadie será librado de su carga.

Sabe que el Sr. Sabio-según-el-mundo es un embustero, y el Sr. Legalidad otro semejante. Y en cuanto a su hijo Urbanidad (a pesar de su afectada sonrisa), no es más que un hipócrita, incapaz de darte ayuda. Créeme, todo cuanto has oído de ese insensato no es más que un artificio para apartarte de la salvación, desviándote del camino en que yo te había puesto.

Esto dijo Evangelista, y clamando al Cielo a gran voz, le pidió una confirmación de cuanto había dicho; y en el mismo momento salieron de la montaña bajo la cual había estado Cristiano palabras y fuego, lo cual erizó sus cabellos. Las palabras que oyó fueron las siguientes: «Todos los que dependen de las obras de la ley están bajo de maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas»13.

Al ver y oír aquello, Cristiano no esperaba ya otra cosa que la muerte; y empezó a lamentarse a gritos, y a maldecir la hora en que se había encontrado con Sabio-segúnel-mundo, llamándose mil veces necio por haber prestado oído a sus consejos. Se llenó de la más espantosa vergüenza al ver que los consejos de aquel insensato, nacidos de la carne, habían prevalecido de tal modo para con él que le hicieron abandonar el camino recto. Luego se dirigió a Evangelista de la forma y con las palabras siguientes:

CRIST.— ¿Qué le parece, señor mío? ¿Queda aún alguna esperanza para mí? ¿Me será posible retroceder para dirigirme hacia la puerta angosta? ¿No seré por esto desamparado y rechazado de allí con ignominia? Siento mucho pesar por haber escuchado los consejos de ese hombre. ¿Podré obtener perdón de mi pecado?

EVANG.— Muy grande es, sin duda, tu pecado, pues has hecho con él dos cosas malas: has dejado el camino del bien y has entrado en sendas prohibidas. Sin embargo, el hombre que está en esa portezuela te recibirá, porque hay en él buena voluntad para con los hombres. Solo una cosa te advierto: guárdate mucho de no extraviarte una segunda vez, no sea que perezcas en el camino cuando se inflame de pronto su ira14.

Entonces Cristiano se dispuso a volver, y habiéndole besado Evangelista, lo despidió con una sonrisa, diciendo:

—Dios sea contigo.

Y él se fue apresuradamente. No habló con nadie en el camino; ni aun respondía a las preguntas que se le hacían. Iba como quien anda por terreno enemigo: sin considerarse seguro hasta volver al camino que había dejado por consejo de Sabio-según-el-mundo.

 

1Éxodo 19:16-18

2Hebreos 12:21

3Hebreos 12:25

4Hebreos 10:38

5Mateo 12:31

6Juan 20:27

7Gálatas 6:12

8Lucas 13:24

9Mateo 7:1314

10Hebreos 11:25,26

11Lucas 14:26-27; Juan 12:25; Mateo 10:37-38

12Gálatas 4:21-27

13Gálatas 3:10

14Salmo 2:12

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