¿Celebrar a Lutero o a la Reforma? A las puertas del Quinto Centenario

Primer Coloquio ‘hacia los 500 años de la Reforma Protestante’. Iglesia Metodista El Mesías, Balderas 47, México, D.F., 13 de enero de 2016.

18 DE ENERO DE 2016 · 10:22

Fotografía del coloquio celebrado. ,
Fotografía del coloquio celebrado.

Prescindiendo del problema de la localización histórica de la promesa del Primado, podemos afirmar que, para el pensamiento bíblico, la simultaneidad de roca y Satanás no tiene nada de imposible. ¿No ha sido fenómeno constante que el Papa haya sido a la par petra y skándalon, roca de Dios y piedra de tropiezo? Lutero conoció con opresora claridad el factor Satanás y no dejaba de tener razón en ello.[1]

Joseph Ratzinger

 

1. Razones entrañables del dilema

Comenzará esta exposición con las palabras de un escritor español, Jesús Fernández Santos (1926-1988), a propósito de su Libro de las memorias de las cosas (Premio Nadal 1970) y en el que, sin abandonar su agnosticismo, deja constancia de un acercamiento entrañable a la figura del reformador a través del contacto con algunas comunidades protestantes: “Iba yo monte arriba, camino de Santiago de Peñalba, dejando a un lado el Valle del Silencio por donde san Genadio buscaba señor lejos del siglo en la bruma encendida de su alma”.[2] El relato continúa, en una mezcla de melancolía y búsqueda sincera: “Era ya media tarde cuando iniciado el camino de retorno, apenas salvada la primera revuelta, me encontré con Lutero por primera vez. Al punto reconocí su perfil singular, su inconfundible silueta, su ademán siempre dispuesto a sembrar el mal en torno, tal como lo enseñaban de niño en el colegio. Sin embargo, nada era en él allí enemigo, hostil. Por el contrario, me pareció tranquilo, pensativo. Sentado sobre el viejo muro que defendía a un prado, parecía meditar sobre las miserias de este mundo tan poco de su agrado”.

La visión continúa y profundiza: “Como su siglo no había llegado todavía, le pregunté el porqué de aquel gesto; él no me respondió, sólo indicó con un leve ademán dos losas de cemento que, unidas sobre el césped, parecían desafiar al más allá bajo un cielo teñido de nubes rojas como hoguera de herejes en la pesada lejanía”. Y la reflexión serena se endereza por un rumbo inesperado: “Salvada la valla, allí estaba Lutero de nuevo invitándome a pasar. No parecía taciturno, sino activo, sereno, despejado, dispuesto a enseñar a cualquiera su insólito y particular refugio. El suelo bajo mis pies sonaba en la madera reseca, gastada de tanto frotarla con arena del río señalando impertinentes mis pasos, dejando adivinar en la sombra unos cuantos bancos, simples tablas de pino o castaño. Las paredes habían sido encaladas muchas veces. Su único adorno consistía en bandas de color y unos letreros que decían: ‘Dios es luz’, ‘Dios es amor’, ‘Nosotros predicamos a Cristo crucificado’”.

El caminante no puede olvidar la historia de su país: “Por entonces eran tiempos difíciles no podían anunciarse las capillas ni siquiera con un modesto rótulo, como si el mal acompañara aún a las palabras de aquel monje agustino capaz de poner en duda la misma autoridad del papa y plantar cara a la católica Roma”. Y el testimonio del contacto con la comunidad es diáfano: “Luego vinieron cánticos de voces poco afinadas y por fin allí vi a Lutero por postrera vez, escuchando quizá sus propios himnos, pensando en su nuevo testamento alemán, primera obra maestra de su idioma”. Y si los tiempos son diferentes, su percepción no deja de constatarlo: “Ahora parece que su suerte está cambiando. […] Incluso se habla de hacer santo a aquel maldito fraile revolucionario condenado por Carlos V en Worms”. Para rematar con una curiosa visión y acaso una situación impensable: “Sería curioso verle subir al púlpito a predicar en la más francesa de nuestras catedrales, contemplar sus vidrieras al ponerse el sol, pasear sus rincones o posar para que su retrato en piedra de León viniera a orillas de la Virgen del Dado, tal como quiere la leyenda, como un soldado más en busca de una jugada de fortuna que lo lleve definitivamente hasta las puertas de una tranquila eternidad”.

Una visión así puede contrastar con lo que ahora sigue: “Las reformas del siglo XVI contribuyeron a liberar la conciencia religiosa de Occidente”. “Más que una reforma que unos quieren limitar al siglo XVI, se trata de un largo período de transición que va del siglo XII hasta el siglo XVIII y que abre el camino a la sociedad moderna e industrial”.[3] “El componente religioso de la modernidad”. “Muestra del triunfo de la burguesía para adueñarse por completo de la vida humana”. “Interesante, pero está muy lejos, es decir, muy distante en el tiempo. Ya tendríamos que estar hablando de otra reforma, tanto católico-romana como protestante” (una opinión desde Chile a propósito de este Coloquio). Éstas y otras afirmaciones, algunas llevadas por el celo y el entusiasmo, otras por el desgaste y el desaliento, y unas más por el desinterés y el desengaño, resumirían las múltiples formas en que es abordada la Reforma Protestante y sus derivaciones en el mundo actual. Algo completamente normal, puesto que los grandes sucesos históricos, los que han dejado una huella indeleble, seguirán abiertos a la interminable variedad de interpretaciones según la época y el enfoque con que se aborden. La confluencia entre historia de las ideas y teología siempre ha sido complicada y exigente. Máxime si traemos a colación algunas de las supuestas consecuencias, directas o indirectas, de las reformas religiosas, muchas de las cuales habrían exasperado a los reformadores: libre examen, sacerdocio universal, secularización, laicidad, modernidad, democracia… El ejercicio de la autocrítica, tan urgente siempre, no ha estado ausente en los años recientes.[4]

Dos antecedentes permiten acercarnos a los entretelones de la pregunta que estamos planteando acerca de la celebración de una persona o de un acontecimiento histórico fundacional. En 1983, cuando se conmemoró el medio milenio del nacimiento del reformador, la entonces República Democrática Alemana (RDA) se hizo cargo del festejo y, por supuesto, lo hizo con el énfasis ideológico que le correspondía. Desde España le dieron un excelente seguimiento a ese proceso, pues incluso el Instituto de España conmemoró la fecha.[5] En las dos Alemanias de entonces se abrió un intenso debate sobre la figura de Lutero su instrumentalización para justificar las circunstancias políticas del momento. Para la RDA, se trató de un auténtico líder revolucionario y el primer mandatario de esa nación, Erich Honecker, no dudó en calificarlo como “uno de los hijos más grandes del pueblo alemán”.[6] Y agregó que los ciudadanos del país “honran su aportación histórica, expresada en la puesta en marcha de la reforma, que supuso una revolución burguesa, que significó un progreso social para el mundo”. La nota que citamos fue por demás expresiva: “La celebración de Lutero ha superado incluso los actos organizados con motivo del centenario de Carlos Marx, fundador de la ideología sobre la que se basa el Estado obrero y campesino. Algunos han llegado a hablar irónicamente del ‘camarada Lutero’”.[7] Por su parte, el antiguo nazi y presidente de la RFA, Karl Carstens, consideró que “las enseñanzas de Lutero nos dan esperanza”. “Ni hereje ni santo fue el lema” con que católicos y protestantes asumieron la conjuntamente la fecha que se avecinaba.[8]

El editorial de El País, el día preciso del aniversario, 10 de noviembre, es digno de destacarse: “A través de la valoración del Dios ‘justificante’ del individualismo, de su rechazo de lo punitivo, y de la colocación del evangelio por encima de la ley, [Lutero] abrió paso a muchas de las categorías del mundo moderno, fue un reformador en la filosofía, en la música, en la fundación de la lengua moderna alemana, y desencadenó al mismo tiempo la historia de la Europa central y septentrional hacia rumbos que marcarían para siempre la historia de la humanidad”.[9] Pero vendría el fin de la Guerra Fría y al caer el Muro de Berlín la percepción del cambio previsto por algunos se modificó radicalmente, al punto de que lo sucedido en 1989 fue interpretado como un acontecimiento radical, de dimensiones similares a las de la Reforma. Así lo analizó el escritor italiano Fabrizio Andreella:

 

En realidad, ese 9 de noviembre de 1989, el desvanecimiento de la Guerra fría no acabó con la historia, pero sí llevó a su conclusión una época muy larga, una época que inició el 31 de octubre de 1517. ¿Qué pasó en ese día inaccesible a la memoria polvorienta? ¿Y qué tiene que ver con el fin de la pelea entre EU y laURSS? Un fraile agustino, doctor en teología, clavó en la puerta de la iglesia una hoja con afirmaciones tajantes en contra de la autoridad y la política del Sumo Pontífice romano. Eran las así llamadas 95 tesis de Wittenberg de Martin Lutero, que quebraron para siempre la unidad de la cristiandad en el Viejo Continente.[10]

 

Su análisis proyectaba el suceso en un marco mucho más amplio y en una interioridad pocas veces advertida, puesto que el impacto de la Reforma, algo verdaderamente celebrable y atribuible a las más perspicaces intuiciones que quizá ni el mismo Lutero adivinó, fue más allá del mero ataque a las estructuras religiosas y sociales de su tiempo:

 

Aquel evento no atañe solamente a la historia religiosa, sino también a la historia de la psicología colectiva. En ese día cambió también la colocación del enemigo en Occidente, que hasta esa fecha era una amenaza de oscuros bárbaros que venían de lejos. Con la Reforma, la sociedad europea se topó con un enemigo en sus entrañas, conoció la realidad de un adversario doméstico con quien enfrentarse para ganar la hegemonía en el mundo conocido. La lucha intestina entre católicos y protestantes opacó las guerras con civilizaciones ajenas y, desde Lutero hasta Gorbachov, la disputa más importante en el mundo occidental siempre ha sido la lucha contra el espejo, una imagen exacta y contraria de sí que ofrece el hereje (religioso, cultural, político o económico, poco importa), o sea quien comparte el mismo camino para después desembocar en una calle prohibida y amenazadora para el statu quo.[11]

 

La suma de las transformaciones que anticipó, acompañó y consolidó, así fuera en parte, la Reforma, ya fuera con el perfil luterano y, más tarde, calvinista y con los demás rasgos plurales y colectivos, se caracterizaría por una realidad que sigue atormentando y quitando el sueño a los intelectuales de todos los signos. Hablamos, claro está, de la modernidad, avizorada aquí desde uno de sus aspectos más terribles:

 

En el siglo XVI ocurrió otra transformación crucial —y poco analizada— que empezó a manifestarse: la tremenda fuerza tecnológico-militar del Occidente llegó a ser inalcanzable para las otras civilizaciones y ocasionó su supremacía política, permitiéndole colocar sus valores ideológicos y sus interese económicos en el mundo como principios generales e irrebatibles. Allí nació la modernidad, o sea, esa actitud que ve en el planeta un campo inagotable de materias primas; en el futuro el lugar donde poner el sentido de la vida; y en el otro un antagonista en la lucha para el bienestar personal. […]

De Lutero a Lenin, de Giordano Bruno a Freud, todos los herejes del Occidente nacieron de la necesidad de la cultura europea de medirse con sus entrañas, de luchar, en fin, consigo misma. Porque el interés europeo hacia las culturas ajenas siempre ha sido altanero y solamente una manifestación de rapacidad económica y arrogancia cultural.[12]

 

2. Lo celebrable de ambos: persona y proceso

En 2009 surgió la misma pregunta con respecto a Calvino y una de las conclusiones más inmediatas que se obtuvo fue que él mismo, de estar presente, habría puesto en radical tela de juicio la celebración de su persona, con base en sus muy peculiares argumentos teológicos. En aquella ocasión, se planteó la interrogante sobre la “calvinolatría” y el eventual efecto que tendría esa actitud en una comprensión más imparcial y objetiva de su papel en la segunda etapa de la llamada Reforma “magisterial”.[13] Acaso en esta nueva oportunidad deba confrontarse lo que algunos denominan “el mito de la Reforma” con el mito mismo de Lutero, esto es, la idealización de su persona a tal grado que se obnubile la búsqueda de una sana comprensión del impacto real del movimiento que encabezó.[14]

Lutero, el omnipresente, y el culpable de todo, para muchos, ¿contribuyó como el detonante de una cadena de cambios que se anunciaban desde varios siglos atrás o fue apenas un actor secundario del inmenso drama que representó la ruptura definitiva de la Cristiandad europea exportada por el sistema colonial y cuyos restos aún sobreviven en determinados espacios geográficos? Una frase insulsa que tanto incomoda a algunos da fe del paradójico papel desempeñado por el monje agustino rebelde: “La Iglesia en manos de Lutero”. ¿Por qué no se dice mejor que en manos de Bartolomé de las Casas, Marcel Lefebvre o de Marcial Maciel? Lutero fue experimentado desde su época, literalmente, como un monstruo de siete cabezas, como la encarnación del mal, tal como fue combatido en toda la Cristiandad católica dentro y fuera de Europa, incluso sin asomarse jamás a alguna de sus obras, tal como la demostrado Alicia Meyer en un libro imprescindible sobre Nueva España.[15] Jean Meyer respondió a esa frase con singular creatividad en 1999, recién firmado una declaración católico-luterana que reivindicó enfáticamente sus afirmaciones doctrinales: “Confesamos conjuntamente que sólo por la gracia y en la fe en la obra salvadora de Cristo y no en base a nuestros méritos (las obras), nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, el cual renueva nuestros corazones, nos prepara y nos llama a realizar buenas obras”.[16]

Esa acción, destacó Meyer: “Confirmaría a los católicos integristas en su idea que ese Papa [Wojtyla] es un demonio: ‘¡Poner la Iglesia en manos de Lutero!’”.[17] Y luego se expresa así del reformador, ubicándolo en una dimensión al mismo tiempo, moral, espiritual e ideológica:

 

El joven monje alemán, quemado por una fe sincera, no encontraba en la Iglesia de su tiempo una contestación a su profunda angustia en cuanto a la vida eterna: ¿Alcanzaría la salvación o estaría condenado? Al mismo tiempo, en su violento amor para la Iglesia, pedía con desesperada urgencia el fin de los abusos, de los escándalos, de las deficiencias; de haberse convocado en ese momento al concilio que se reuniría después en Trento, otra hubiera sido la historia de la Iglesia occidental. […] Hoy en día, a casi cinco siglos de distancia, todos los cristianos deben inclinarse frente al misterio histórico que representa la vida de quien, aparentemente, desgarró la túnica sin costuras de la Iglesia, para preparar la futura unidad.[18]

 

El “milagro humanista” (y político-económico) encarnado en el príncipe elector Federico de Sajonia, permitió que Lutero tradujese la Biblia completa y abrió progresivamente las puertas hacia una nueva manera de pensar, en medio de una religiosidad que se fragmentaría inevitablemente, aun cuando Lutero nunca lo buscó. La pluralidad se instalaría progresivamente, aunque la fuerza de la intolerancia fue enorme en los primeros siglos:

 

Este ámbito público humanista fue también el requisito previo de la primera gran división de Europa en el cisma religioso. A partir de ese momento quedó claro que Europa no es solo católica y no tiene una única fe; también es protestante, ha descubierto el principio de la secesión y, con él, su auténtica libertad. Como en Europa se estaban consolidando múltiples países y poderes, ya no era posible reprimir ninguna idea. Lutero fue protegido por un príncipe elector sajón. Lo que no se podía publicar en París veía la luz en Holanda. Voltaire se convirtió en un escritor europeo a raíz de su destierro a Inglaterra. Europa sería inimaginable sin la tenaz Suiza, fortaleza-refugio de la Ilustración y de muchas emigraciones.[19]

 

3. Actualidad de la celebración/conmemoración

El folleto de conmemoraciones en Alemania (www.germany.travel) muestra el esplendor de las urbes que acogieron, a veces muy a su pesar, los aires de libertad que recorrieron Europa. Recorrer la ruta de Lutero, como parte del turismo teológico de rigor, es una experiencia obligada, aunque sólo sea virtualmente (www.germany.travel/en/specials/luther/luther-routes/luther-routes.html). Allí se destacan las demás ciudades tocadas por la Reforma y que llegaron a ser significativas para la misma: desde Sevilla a Debrecen, pasando por Wittenberg, Ginebra y París.

Lo impensado viene desde España, donde la serie Carlos, rey emperador que se ha transmitido en estos días (www.rtve.es/television/carlos-rey-emperador/) presenta una imagen de Lutero ya no satanizada como antaño. Una pregunta de la propaganda televisiva concentra bien el enfoque en el que se aprecian nítidamente las manos de los historiadores participantes al indagar en la mente del monarca: “¿Cederá a la presión de Roma para que le ejecuten por herejía o a la de los príncipes alemanes, que sienten simpatía por Lutero?”.[20] Imposible olvidar las sobrecogedoras palabras de su heredero, Felipe II: “Prefiero no reinar a reinar sobre herejes”.[21]

A fin de profundizar en la Reforma más como un proceso que como evento ligado a la fuerza o el carisma de sus dirigentes, hay que valorar con más elementos de juicio la simultaneidad cronológica que nos atañe directamente:

 

La conquista y la reforma son dos acontecimientos paralelos. Cuando Lutero se presenta frente al joven emperador Carlos Ven la Dieta de Worms (28 de enero de 1521) y mantiene su doctrina con la famosa respuesta “no puedo de otra manera”, faltan tres años para que los doce apóstoles de Nueva España desembarquen en San Juan de Ulúa (1524). La conquista tendrá consecuencias directas sobre la Reforma. Permitirá al emperador financiar las costosas guerras europeas con la plata y el oro de las Indias, frenar la expansión de la Reforma y limitar el poder político de los príncipes protestantes. Sin embargo, las potencias protestantes europeas no van a tardar en extender el campo de batalla hasta los mares perdidos del sur y las Antillas. Corsarios y piratas, desde la primera mitad del siglo XVI, van a incursionar sobre las costas del nuevo continente, trayendo libros “heréticos” y amenazando establecer colonias.[22]

 

Lo mismo en lo que tantas veces insistió Octavio Paz al referirse a nuestra “extraña” modernidad (“periférica”) y a la incapacidad hispano-católica para experimentar la democracia:

 

…con la Reforma, crítica religiosa de la religión y antecedente necesario de la Ilustración, comienza el mundo moderno; con la Contrarreforma y el neotomismo, España y sus posesiones se cierran al mundo moderno. No tuvimos Ilustración porque no tuvimos Reforma ni un movimiento intelectual y religioso como el jansenismo francés. La civilización hispanoamericana es admirable por muchos conceptos pero hace pensar en una construcción de inmensa solidez —a un tiempo convento, fortaleza y palacio— destinado a durar, no a cambiar. A la larga, esa construcción se volvió un encierro, una prisión. Los Estados Unidos son hijos de la Reforma y de la Ilustración. Nacieron bajo el signo de la crítica y la autocrítica. Y ya se sabe: quien dice crítica, dice cambio.[23]

 

¿O más bien lo sucedido en México América Latina fue una reforma silenciosa disfrazada de liberalismo anti-clerical? Fue algo ante lo que reaccionó la corona española y que está bien recreado en la serie mencionada al mostrar los grandes dilemas ideológicos y culturales que enfrentó. En ese sentido, hay que mencionar las novelas El hereje, de Miguel Delibes[24] y Reconstrucción, de Antonio Orejudo,[25] que se ocupan de la indeseada presencia de las heterodoxias reformistas en España.

Mucho de lo celebrable de ambos, Lutero y la Reforma, tradicionalmente reconocido dentro y fuera de las comunidades religiosas, es el acceso a la Biblia y ese gran monumento que es la traducción al alemán de su época: “…el libro que […] más ha influido en la vida alemana”.[26] Dos abordajes a esa Biblia desde México, son notables: primero, el estudio de Herón Pérez Martínez, de El Colegio de Michoacán, acerca de la “Misiva sobre el arte de la traducción”, acerca de la cual observa “Es uno de los documentos más importantes para la historia occidental de la teoría de la traducción junto con la matriz teórica tradicional que se hace arrancar de Cicerón sobre la traducción donde se enfrentan dos maneras de traducir: la traducción literal y la traducción según el sentido del texto”.[27]

Y también la tesis de Miguel Ángel Hernández Rodríguez, La tipografía, el diseño y los grabados de la Biblia de Lutero de 1534. Identificación, análisis y catalogación de los recursos visuales y editoriales empleados en un libro antiguo. UNAM/Facultad de Artes y Diseño, junio de 2015, auténtico tour de force que desmenuza los aspectos formales de tan impresionante edición.[28] Javier Aranda Luna se ha referido a ella en un texto memorable, donde entre otras cosas, afirma: “Con su traducción no sólo logró convertirse en el principal promotor de la lectura de todos los tiempos sino, también, en el iniciador de la literatura alemana”. Y nuevamente. “…lamento que en ninguna parte se diga que su traducción es el origen de la literatura alemana —que no es decir poco— y no se sugiera que fue, a final de cuentas, el mayor promotor de la lectura de todos los tiempos. La idea democrática de que todo hombre tenía derecho a leer la Biblia e interpretarla a su manera, es uno de los puntos capitales en la cultura de Occidente”.[29]

Sólo me resta anunciar la aparición del libro Martín Lutero (1483-1546). La Reforma Protestante y el nacimiento de la sociedad moderna, del fallecido intelectual valdense italiano Mario Miegge (1932-2014), un panorama sumamente equilibrado que balancea muy bien la figura con el proceso histórico. Y la antología de textos sobre Lutero y la Reforma, ambos en CLIE.

 

[1] J. Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, 1969, cit. por Juan G. Bedoya, “Un teólogo en el santuario del poder”, El País, 17 de Agosto de 2011, http://politica.elpais.com/politica/2011/08/17/actualidad/1313611544_256350.html.

[2] J. Fernández Santos, “La memoria de las cosas”, en El País, Madrid, 2 de diciembre de 1983, pp. 9, 10, http://elpais.com/diario/1983/12/02/opinion/439167611_850215.html. Cf. J. Fernández Santos, Libro de las memorias de las cosas. Ed. de Patrocinio Ríos Sánchez. Madrid, Cátedra, 2012 (Letras hispánicas); José de Segovia, “Las memorias de las cosas evangélicas llenan un libro”, en Protestante Digital, 3 de julio de 2012, http://protestantedigital.com/blogs/359/Las_memorias_de_las_cosas_evangelicas_llenan_un_libro; y el sitio web: www.jesusfernandezsantos.es.

[3] Jean-Pierre Bastian, “El protestantismo en la cristiandad americana”, en Enrique Dussel, dir., Historia general de la iglesia en América Latina. I/1. Introducción general. Salamanca, Sígueme, 1983, p. 650.

[4] Francisco Rodés, “El ideal frustrado de la Reforma: el sacerdocio universal de los creyentes”, en Signos de Vida, CLAI, núm. 41, septiembre de 2006, p. , http://claiweb.org.previewdns.com/Signos%20de%20Vida%20-%20Nuevo%20Siglo/sDv41/ideal%20frustrado.htm.

[5] Cf. Carlos Gómez, “El Instituto de España conmemora el centenario de Lutero”, en El País, 14 de diciembre de 1983, http://elpais.com/diario/1983/12/14/cultura/440204410_850215.html.
[6] José Comas, “Las dos Alemanias pretenden utilizar con fines políticos la figura de Lutero, en la celebración de su 500º aniversario”, en El País, 9 de noviembre de 1983, http://elpais.com/diario/1983/11/09/sociedad/437180409_850215.html. Cf. Reyes Mate, “La República Democrática Alemana prepara el 5º centenario del nacimiento de Lutero”, en El País, 19 de julio de 1982, http://elpais.com/diario/1982/07/19/sociedad/395877601_850215.html.

[7] Ídem.

[8] Reyes Mate, “‘Ni hereje ni santo’, lema del quinto centenario del nacimiento de Lutero”, en El País, 29 de julio de 1981, http://elpais.com/diario/1981/07/29/sociedad/365205603_850215.html.

[9] “Lutero, 500 años después”, en El País, 10 de noviembre de 1983, http://elpais.com/diario/1983/11/10/opinion/437266802_850215.html.

[10] Fabrizio Andreella, “Fraternidad, la idea olvidada de Occidente”, en La Jornada Semanal, núm. 866, 8 de octubre de 2011, www.jornada.unam.mx/2011/10/09/sem-fabrizio.html.

[11] Ídem.

[12] Ídem. Énfasis añadido.

[13] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Celebrar a Calvino: ¿calvinolatría?”, en Magacín, de Protestante Digital, 22 de marzo de 2009, http://protestantedigital.com/magacin/9314/Celebrar_a_Calvino_calvinolatria.

[14] Cf. Peter Opitz, ed., The myth of the Reformation. Göttingen, Vandenhoeck & Ruprecht, 2013.

[15] A. Mayer, Lutero en el Paraíso. La Nueva España en el espejo del reformador alemán México, Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2008.

[16] J. Meyer, “La Iglesia en manos de Martín”, en La Jornada, 18 de noviembre de 1999, www.jornada.unam.mx/1999/11/18/meyer.html

[17] Ídem.

[18] Ídem. Énfasis añadido.

[19] Gustav Seib, “Civis europaeus sum”, en El País, 5 de mayo de 2014, http://internacional.elpais.com/internacional/2014/05/05/actualidad/1399286381_325942.html
[20] “Carlos tendrá que tomar importantes decisiones como emperador”, en http://cultura.elpais.com/cultura/2015/10/11/television/1444582177_539291.html. Cf. Teresa del Conde, “Notas sobre Carlos V”, en La Jornada, 6 de enero de 2001, www.jornada.unam.mx/2001/01/16/06aa1cul.html.

[21] Cit. por Mario Barrero, “Felipe II bajo el prisma poético de Álvaro Mutis. Una boutade transformada en una mirada reverencial”, en Enver Joel Torregroza y Pauline Ochoa, eds. académicos, Formas de hispanidad. Bogotá, Universidad del Rosario, 2010, p. 414. Las palabras del poeta Mutis son imperdibles: “Ganada por Don Felipe su lucha contra los herejes, nos hubiéramos evitado males tan tremendos como la igualdad, la libertad de cultos, la igualdad de las personas ante la ley, la clase obrera, la abolición de la esclavitud, la libertad de las colonias y tantas otras ñoñeces de esta nuestra época”.

[22] J.-P. Bastian, op. cit., p. 655.

[23] O. Paz, Tiempo nublado. Barcelona, Seix Barral, 1983, pp. 152-153. Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Centenario de Octavio Paz y Reforma Protestante”, en Magacín, de Protestante Digital, 31 de marzo de 2014, http://protestantedigital.com/blogs/4209/Centenario_de_Octavio_Paz_y_Reforma_Protestante.

[24] María Ángeles Sánchez, “El hereje, expuesto en Valladolid”, en El País, 11 de octubre de 2013, http://elviajero.elpais.com/elviajero/2013/10/10/actualidad/1381408671_908397.html

[25] Cf. Ricardo Senabre, “Reconstrucción”, en El Cultural, 24 de febrero de 2005, www.elcultural.com/revista/letras/Reconstruccion/11415.

[26] Reyes Mate, “Pros y contras de un libro maldito [Mi lucha]”, en El País, 25 de diciembre de 2015, http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/25/actualidad/1451071378_513618.html

[27] H. Peréz Martínez, “Misiva de Martín Lutero sobre el arte de traducer”, en Relaciones, núm. 138, primavera de 2014, p. 153, www.revistarelaciones.com/files/revistas/138/pdf/06_HeronPerez.pdf.

[28] Puede descargarse completa en: http://132.248.9.195/ptd2015/junio/092362765/Index.html. Cf. Stephen Füssel, El libro de los libros. La Biblia de Lutero de 1534, una introducción histórico-cultural, Taschen, 2003.

[29] J. Aranda Luna, “La lectura democrática”, en La Jornada, 11 de agosto de 2004,

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