Hernán Rivera Letelier: Una literatura marcada por la religiosidad evangélica (III)

Himno del ángel parado en una pata, es una novela de iniciación montada sobre la plataforma de una existencia dominada por la religiosidad evangélica aprendida por el protagonista desde sus años más tempranos.

03 DE DICIEMBRE DE 2015 · 22:20

Salitrera chilena,
Salitrera chilena

Como ya se ha dicho aquí, Himno del ángel parado en una pata, de Hernán Rivera Letelier, es una auténtica novela de iniciación montada sobre la plataforma de una existencia dominada por la religiosidad evangélica aprendida por el protagonista desde sus años más tempranos.

Y esto quiere decir que, en efecto, toda la estructura narrativa, el perfil ideológico y del descubrimiento de nuevas experiencias está colocado sobre un sustrato religioso únicamente comprensible en su totalidad para quienes han vivido circunstancias similares como parte de las comunidades evangélicas pentecostales de Chile.

Así resumió la trama de esta novela el jesuita Carlos Hallet, uno de sus comentaristas más agudos: “El hijo de canutos [término despectivo para designar a los evangélicos] frente a los gentiles, el virtuoso frente a los pecadores, el incapaz frente a los vivos, el reprimido frente a los gozadores, el débil frente a los violentos descubre el cine, los charlatanes de la calle y sus arte engañosas y no se salva de las peleas a puñetazos”.1 Hidelbrando del Carmen se agregará a la masa de habitantes de Antogasta mediante una serie de sucesos en los que aprende caóticamente cómo funciona el mundo más allá de las cuatro paredes de su templo y de las prácticas religiosas de su congregación.

La cultura del desierto, tan bien elaborada por Rivera Letelier en buena parte de sus relatos y novelas (“Yo no puedo escribir sobre otra cosa, porque el desierto soy yo”, ha dicho2), lo ha llevado a participar en varios proyectos ligados a la recuperación de ese pasado pampero que para él, al menos, sigue muy vivo. Uno de ellos es el volumen Cuentos de la pampa, fruto de un gran concurso que presidió, y en donde colabora con un relato inédito.3

 

Hernán Rivera Letelier

Tan profunda es la marca del desierto en su vida como escritor, que muchos colegas suyos han dicho que el día en que deje de escribir sobre ese tema, se acabará su carrera. Ariel Dorfman, en Memorias del desierto (2004), lo ha descrito “fascinado ante la capacidad ajena de la narración, hipnotizado por los sermones que evangélicos analfabetos ofrecían en las calles de Algorta, hechizado por los charlatanes de los callejones de Antofagasta, los curanderos y estafadores y los buhoneros que atraían con su oratoria callejera a la gente. Ya mayor, y mientras trabajaba en las minas de nitrato de Pedro de Valdivia, oía las historias de las pampas de boca de sus compañeros”.4

Mauricio Ostria explica las características de la identidad pampina: “Desde una perspectiva cultural, la identidad pampina es heterogénea y compleja. Su unidad está dada por el espacio compartido: la pampa calichera en medio del desierto más árido del mundo, y por el trabajo, vinculado en todos sus aspectos a las faenas extractoras del nitrato. En ese medio geográfico y laboral se concentran gentes oriundas de muy diferentes lugares, etnias y culturas. Allí se mezclan, entrecruzan e invaden perfiles económicos, sociales y culturales muy disímiles, que se conjuntan para producir una historia compleja, contradictoria y agónica”.5

El mismo Rivera Letelier habla de ese ambiente: “Me crié en este lugar y tengo el desierto cartografiado en mi piel (acerca su cara para que lo mire). En este desierto la soledad pesa como una montaña en el pecho. Aquí el silencio se escucha y tiene un zumbido como de cable de alta tensión. Aquí se huele el olor a planeta porque la tierra está completamente desnuda”.6

 

Himno del ángel parado en una pata

“La muerte de su madre había sido profetizada en una noche de gran avivamiento espiritual en la iglesia, a los doce días de haber llegado a vivir a Antofagasta. En medio de la maravillosa manifestación del Señor, el Espíritu Santo tomó como instrumento a la hermana Sixta Montoya, que tenía el don de la profecía, para dar sus mensajes a la congregación”.7

 

Con estas palabras inicia el capítulo 4, crucial en el camino del adolescente Hidelbrando del Carmen al momento de comenzar a trasponer el umbral de una nueva vida, entrevista apenas, que le permitirá “conocer mundo”, en el sentido más literal, pues para él todo lo que no tuviera relación con la religión de sus padres, la evangélica, experimentada del modo más radical en el Chile norteño, desértico, ligado a la tradición, ya casi extinta, de las salitreras que surgían y desaparecían para no dejar más rastro que una memoria rebelde.

 

Este capítulo es la quintaesencia de la narración, pues allí hacen su aparición todos los fantasmas de su vida futura, provocada por lo que rodeó tan funesto acontecimiento. Primero, la profecía típicamente pentecostal que anuncia la muerte de su madre.

La descripción minuciosa, aletargada, del suceso acaecido esa noche y en particular, de la mensajera de Dios, está preñada de un dramatismo que se solaza en conectar todas las relaciones posibles con lo que vendrá más tarde es digna de citarse in extenso debido a su realismo y complejidad que integran el lenguaje religioso y la percepción de quien no ha podido olvidar la escena que lo marcará para siempre: “Aquella noche, la hermética hermana Sixta Montoya, una viuda de rostro adusto que en estado de lucidez no hablaba con nadie, danzó desplazándose a lo largo y ancho de toda la nave con sus saltitos de gorrión, sus manos elevadas al cielo y sus ojos pavorosamente en blanco”.

El despliegue narrativo aumenta progresivamente y es capaz de transmitir la “fuerza espiritual” del momento: “Luego cayó de rodillas frente al púlpito, hablando y predicando en lenguas. Eran unas lenguas extrañas las que hablaba la hermana Sixta Montoya; no se trataba de ningún idioma conocido; más bien era un lenguaje en estado puro, casi poético, como las jitanjáforas. Después el Espíritu Santo la hizo caer en trance y entonces comenzó a profetizar”.8 La glosolalia como una situación familiar para todo pentecostal, pero ahora procesada como un fenómeno lingüístico comparable con otros.

Imposible olvidar, a estas alturas, las lúcidas palabras de Octavio Paz sobre este fenómeno a propósito de un gran poeta chileno: “En la poesía de lengua española la glosolalia es un fenómeno recurrente. La experiencia más radical, en la época moderna, fue la de Vicente Huidobro. […] …lo que distingue a la tentativa de Huidobro es que, al final de su viaje, Altazor emite no un discurso sino unos cuantas sílabas danzantes. La crítica ha concluido dictaminando: su aventura termina en la abolición del significado y, por tanto, del lenguaje. Una derrota”.9

 

 

1 C. Hallet, “La veta madre de las primeras novelas de Hernán Rivera Letelier”, en Tercer Milenio, Antofagasta, Universidad Católica del Norte, núm. 11, junio de 2006, p. 57, http://132.248.9.34/hevila/e-BIBLAT/CLASE/cla273017.pdf.

2 “Hernán Rivera Letelier: el desierto soy yo”, en Diario Libre, 23 de marzo de 2010, www.diariolibre.com/revista/hernn-rivera-letelier-el-desierto-soy-yo-NJDL239026.

3 Cuentos de la pampa. Antofagasta, SQM-El Mercurio de Antofagasta, 2006. Se descarga completo en: www.sqm.com/portals/0/soporte/cuentos_de_la_pampa/Cuentos_pampa_2007.pdf.

4 Cit. por Laura Cardona, “El mesías del desierto”, en La Nación, Buenos Aires, 3 de julio de 2010, www.lanacion.com.ar/1281008-un-mesias-en-el-desierto.

5 M. Ostria González, “La identidad pampina en Rivera Letelier”, en Acta Literaria, Universidad de Concepción, Chile, núm. 30, 2005, pp. 67-79.

6 María Ignacia Rodríguez, “Este mundo es una gran humorada”, en Caras, www.letras.s5.com/rivera21.htm.

7 H. Rivera Letelier, Himno del ángel parado en una pata. Santiago, Punto de Lectura, 2011, pp. 25, 26.

8 Ibid., p. 26.

9 O. Paz, “Decir sin decir”, en ABC, 31 de octubre de 1985, p. 31.

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