El Rey pastor: lecciones de la vida de David, de Roger Ellsworth

Conforme vayamos pasando por los principales episodios de la vida de David, continuaremos buscando verdades acerca de nuestro Señor Jesucristo. Fragmento de "El rey pastor: lecciones de la vida de David", de Roger Ellsworth (Editorial Peregrino)

20 DE NOVIEMBRE DE 2015 · 06:40

El rey pastor: lecciones de la vida de David, de Roger Ellsworth (Peregrino),
El rey pastor: lecciones de la vida de David, de Roger Ellsworth (Peregrino)

Un fragmento de "El rey pastor: lecciones de la vida de David", de Roger Ellsworth (Editorial Peregrino). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

INTRODUCCIÓN

Todo pastor que se atreve a acudir al Antiguo Testamento para preparar una serie de mensajes tiene que enfrentarse a la siguiente e inquietante pregunta: “¿Por qué debemos estudiar el Antiguo Testamento?” Vivimos en un tiempo en el que aun los cristianos descartan a la ligera ciertos pasajes diciendo: “Esto es del Antiguo Testamento”.

La mejor respuesta a esta actitud viene nada menos que de la autoridad del propio apóstol Pablo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16- 17). “Toda la Escritura”, dice Pablo, lo cual incluye el Antiguo Testamento.

 

LA IMPORTANCIA DE DAVID

Una vez que hemos aclarado que aún continúa la validez del Antiguo Testamento, no tendremos problemas para comprender por qué es necesario estudiar la vida de David. Él ocupa, sin exagerar, un lugar muy importante en el Antiguo Testamento, y se menciona en el Nuevo Testamento en repetidas ocasiones. De hecho, el nombre de David se cita 1127 veces en la Escritura, cincuenta y ocho de las cuales aparecen en el Nuevo Testamento. Por si fuera poco, se le dedican sesenta y un capítulos de la Biblia (1 S. 16—1 R. 2; 1 Cr. 11—29).

Además de las Escrituras acerca de él, están aquellas que fueron escritas por él. La mayoría de nuestras biblias atribuyen a David setenta y tres de los 150 salmos, y es posible que escribiera algunos de los que aparecen sin el nombre del autor. Por ejemplo, el Salmo 2 fue atribuido a David por la Iglesia primitiva (Hch. 4:25).

Todos estos argumentos nos llevan a preguntarnos por qué Dios habrá permitido que una porción tan significativa de la Escritura tenga que ver con David. La respuesta la encontramos mayormente en la posición única de David en el plan divino de la redención. Ese plan de redención es la pieza central, lo que unifica toda la Escritura, y debe guiar nuestra interpretación de cada una de sus partes.

¡Qué fácil es olvidar esto! Antes de darnos cuenta, nos hallamos mirando a hombres y mujeres de la Biblia desde un punto de vista psicológico. Nos interesa ver cómo resolvían sus problemas para saber cómo resolver los nuestros. Aunque se pueden extraer conclusiones legítimas siguiendo esta línea, nunca debemos darles la prioridad.

Detengámonos a pensar por un momento en el plan de Dios para la redención y tratemos de determinar el lugar que ocupa David en él.

Por supuesto, este plan existía antes de la fundación del mundo (1 P. 1:20). Aun antes de que Dios crease a Adán, sabía que el pecado entraría en la raza humana; y Él y las otras personas de la Trinidad acordaron un plan para redimir a una parte de la caída raza de Adán. Este plan requería que la segunda persona de la Trinidad, el Hijo de Dios, entrase en la historia humana como hombre. Él podría proporcionar redención para el género humano sólo si se hacía hombre.

 

Roger Ellsworth

Ahora parémonos a pensar en lo que era necesario para que el Hijo de Dios se hiciese hombre. Tenía que formar parte de una nación. Esto se resolvió cuando Dios escogió a Abraham (Gn. 12:1- 3) y lo hizo padre del pueblo judío.

 

Cuando la nación se desarrolló, fue dividida en doce tribus. Era necesario que el Mesías procediera de una de aquellas tribus. Para ello Dios designó a la tribu de Judá (Gn. 49:8-12).

Pero cada tribu la componían varias familias. ¿De qué familia debía descender el Mesías? Esto se estableció cuando Dios hizo un pacto con David. Por esta razón encontramos que Jesús recibe los títulos de “linaje de David” (Ro. 1:3-4; 2 Ti. 2:8) e “Hijo de David” (Mt. 9:27; 15:22; 20:30; Mr. 10:47; Lc. 18:38).

Pero el papel esencial de David en el plan de la redención va mucho más allá de su ascendencia. Él también fue apartado como una tipificación especial de Cristo; en otras palabras, su Reino fue, en la sabiduría de Dios, para anticipar y aun prefigurar el reinado del Mesías en su Reino. Dios le dijo a David (2 S. 7:16): “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”.

La utilización reiterada de “para siempre” en esa promesa descarta su cumplimiento en cualquier rey terrenal y lo aplica al Rey eterno, el Señor Jesucristo.


LOS PERÍODOS PRINCIPALES DE LA VIDA DE DAVID

Una vez establecida la importancia de la vida de David, podemos dirigir nuestra atención a los tres principales períodos de su vida.

El rey futuro

En primer lugar aparece el rey futuro (1 S. 16—31). Aquí él nos muestra la divina gracia protectora. Aunque fue ungido como futuro rey de Israel, parecía que nunca llegaría al trono. Goliat, el rey Saúl y sus ejércitos y los filisteos supusieron una terrible amenaza para David de vez en cuando; pero Dios, en su gracia, lo preservó en medio de todo y lo llevó al trono.

El rey triunfante

En la segunda etapa de su vida, David es el rey triunfante (2 S. 1— 10). En este período no sólo llegó al trono, sino que empezó a acumular victoria tras victoria de forma impresionante. Las bendiciones de Dios reposaban sobre él de una forma tan maravillosa que podemos decir que esta época de su vida fue una evidencia de la enriquecedora gracia de Dios.

El rey atribulado

La tercera etapa de la vida de David contiene mucha tristeza y tragedia. Empieza con el adulterio de David con Betsabé y la orden de matar a su marido Urías, y termina con la muerte de David (2 S. 11—1 R. 2). Aunque David encontró el perdón de su pecado (Sal. 32), las consecuencias de dicho pecado persistieron en su familia. Esto no indica que David no tuviera más que problemas durante esta etapa de su vida; pero la Escritura, sin duda, deja de recalcar sus triunfos para pasar a centrarse en sus problemas.

Este cambio nos da derecho a hablar de David como “el rey atribulado” durante los últimos años de su reinado. Pero ni siquiera el pecado de David pudo erradicar la gracia de Dios. Durante la última etapa de su vida podemos ver una demostración de la gracia perdonadora de un Dios que tiene todo bajo su control. Por horrendo que fuera el pecado de David, no pudo romper el pacto de Dios con él ni su propósito.


CÓMO TIPIFICAN A CRISTO LOS PERÍODOS DE LA VIDA DE DAVID

La vida de David fue concebida para prefigurar a Cristo. ¿Cómo pueden las principales etapas de su vida tipificar o señalar a Cristo?

 

Portada El rey pastor: lecciones de la vida de David (Peregrino)

Es bastante fácil ver al Señor Jesús retratado en las dos primeras partes. Aquellos primeros años en que las batallas de David en defensa de Israel fueron recompensadas con el odio y la hostilidad de Saúl representan al Señor Jesús viniendo a este mundo para pelear la gran batalla de la redención, con la consecuencia de ser odiado sin causa.

La era en que David sirvió triunfante como rey representa el reinado victorioso del Señor Jesucristo.

¿Pero qué nos muestra de Cristo la tercera parte de la vida de David? Nos enseña que, aunque David fuera una tipificación de Cristo, lo era sólo de forma muy imperfecta y defectuosa. Daniel M. Doriani resume esta etapa de la vida de David diciendo: “Puso de manifiesto la necesidad de Israel de tener un rey justo que guiara a su pueblo a una justicia incorruptible”1.


LA VIDA DE DAVID COMO UNA FORMA DE ANIMAR A LOS CREYENTES

Además de prefigurar la vida de Cristo, cada uno de los períodos principales de la vida de David proporciona también mucho ánimo al pueblo de Dios. Cada uno de ellos lo hace, como ya hemos observado, señalando algún aspecto de la gracia de Dios, y todos juntos nos muestran la suficiencia de esa gracia.

¿Necesitamos hoy día la verdad de la suficiencia de la gracia de Dios? Sí. Necesitamos subrayar en nuestros corazones la importancia de la verdad de la gracia divina protectora. En nuestros días, nuestros corazones tiemblan demasiado a menudo dentro de nosotros.

El poder de los Goliat actuales, el paganismo belicoso de los actuales filisteos, el desdeño de los Nabal modernos, la traición y hostilidad de los Doeg y Saúl del presente: todos ellos se arremolinan sobre nosotros formando una mezcla tan estremecedora que, a menudo, nos encontramos preguntándonos si Cristo verdaderamente reina sobre todo y si será capaz de protegernos en un tiempo como éste. La primera etapa de la vida de David aviva la llama de nuestra fe mostrándonos el seguro cumplimiento de las promesas de Dios y la suficiencia de su gracia.

También necesitamos la verdad de la enriquecedora gracia de Dios. La verdad es que el pueblo de Dios se encuentra a menudo viviendo por debajo de sus privilegios. Observando a muchos de los que lo constituyen, no se evidencia que su Cristo ya ha comenzado a reinar en el Cielo, que ya obtuvo la victoria y que ahora ya está a la diestra de Dios derramando el poder del Espíritu sobre su pueblo en lluvias de bendición.

Si la enriquecedora gracia de Dios se apodera de nosotros, comprenderemos que no debemos contentarnos con pasar por esta vida sólo con nuestra fe intacta, sino que en el transcurrir de la misma debemos demostrar las riquezas de la gracia de Dios y la realidad de su poder.

Asimismo, necesitamos la verdad de la gracia soberana de Dios. Todos, como David, somos débiles y tenemos defectos, y muchas veces caemos en pecado. Cuando lo hacemos, Satanás siempre está preparado para señalarnos con su dedo acusador. Pero la gracia de Dios continúa triunfando aun cuando fallamos. Los propósitos de Dios son tan ciertos y seguros que ni siquiera los fracasos de su pueblo los frustrarán.

Conforme vayamos pasando por los principales episodios de la vida de David, continuaremos buscando verdades acerca de nuestro Señor Jesucristo y verdades que nos animen en nuestro propio caminar como pueblo de Dios; y pediremos, mientras lo hacemos, que Dios avive las llamas de nuestra fe de un modo tan poderoso que las riquezas de su gracia resplandezcan en nuestras vidas.


1. Daniel M. Doriani: David the Anointed, p. 9 (Great Commission Publications).

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