Discerniendo los tiempos (Arthur Pink y José Grau)

La resurrección de Cristo no es simplemente una esperanza desligada de nuestro futuro ni tampoco de nuestro presente. La resurrección es una realidad actual que constituye, ya ahora, a Cristo Señor y Rey sobre todos los órdenes y esferas de la existencia.

29 DE OCTUBRE DE 2015 · 21:50

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Portada de 'Discerniendo los tiempos'

Este es un fragmento de "Discerniendo los tiempos" de Arthur W. Pink y José Grau(Peregrino, 2015). Puedes saber más sobre el libro aquí.

El Nuevo Pacto: el pacto de la consumación

La gran división para la Teología del pacto es la que diferencia la Antigua Alianza, con sus profecías y sombras, del Nuevo Pacto, con su cumplimiento y sus realidades. Cada uno de los sucesivos pactos establecidos con Adán, Noé, Abraham, Moisés y David encuentra su cumplimiento en el Nuevo Pacto. La Cena del Señor representa el punto formal de inauguración de este pacto. En este ágape Cristo instituye oficialmente la nueva época.

Por supuesto, las provisiones del Nuevo Pacto recibirán todavía una mayor realización en la edad final o eterna. En la actualidad, el cristiano vive en una tensión entre las promesas de Dios que han comenzado a cumplirse y estas mismas promesas en su futuro de más amplia y total realización. Sin embargo, es evidente que «los fines de los siglos» han alcanzado al creyente en Cristo Jesús.

La tensión inherente en la manera doble que tiene el dispensacionalista de estructurar la historia constituye, sin embargo, una tensión completamente diferente de la apuntada más arriba. La tensión del dispensacionalismo no es entre el ya y el todavía no sino la que se produce al describir el Nuevo Pacto y compararlo con la descripción que hace de la «dispensación de gracia».

La dispensación de gracia se destaca como una época con un comienzo y un final muy concretos. Comienza con el rechazo de Cristo por parte de la nación judía y termina con el establecimiento del reino milenial. Pero el Nuevo Pacto que ofrecen los dispensacionalistas tiene la característica singular de abarcar tanto a la Iglesia, o mejor dicho, la época de la Iglesia del tiempo presente, como el reino milenial judío del futuro. El Nuevo Pacto, de acuerdo con la Nueva Biblia Scofield, «garantiza la relación personal del Señor con cada creyente» (p. 1253), en la «edad de la Iglesia», se entiende. Al mismo tiempo, asegura «la preservación, conversión futura y bendición de Israel».

Resulta difícil justificar semejantes netas distinciones de aplicación dentro de las provisiones del Nuevo Pacto. El autor de Hebreos, al aplicar el Nuevo Pacto y su terminología a las circunstancias de la edad presente, no elimina las designaciones «casa de Israel» y «casa de Judá» al citar de las profecías de Jeremías (cf. Hebreos 8:8). De acuerdo con el autor inspirado, el Espíritu Santo testifica [«nos atestigua»] que vivimos hoy sobre la base de nuestra incorporación en el Nuevo Pacto (cf. Hebreos 10:15 y ss.).

La distinción, a menudo aireada por el dispensacionalismo y que hace diferencia entre aplicación y la interpretación de un mismo pasaje de la Escritura, no se sostiene en pie delante de ninguna hermenéutica seria. Aplicación es interpretación siempre. Y la interpretación es aplicación. A menos que el sentido original de la Escritura conlleve alguna aplicación intencionada para una determinada situación, es mala exegesis recurrir a tales sutilezas, dignas de los intérpretes medievales y escolásticos. El significado de una porción de la Escritura, de cualquier pasaje bíblico, implica tanto lo que entendemos del pasaje como el propósito de este mismo pasaje.

La Antigua Biblia Scofield era muy problemática en su formulación de la dispensación de gracia. Tal vez por esto, y por las críticas y reservas que suscitó en los mejores eruditos bíblicos, ha sido revisada en las últimas ediciones. Pero es importante que examinemos las antiguas formulaciones porque, aunque expuestas en un lenguaje retocado, su naturaleza es idéntica a lo que todavía hoy se encuentra en la base del dispensacionalismo moderno tanto como en la del comienzo de siglo.

La descripción de la dispensación de gracia se hace en estos términos en la Antigua Biblia Scofield: «La base de la prueba ya no es más la obediencia legal como condición de salvación, sino el hecho de aceptar o rechazar a Cristo como Salvador, siendo las buenas obras el fruto de la salvación» (Old Scofield Bible, p. 1115, n. 1). Nos preguntamos: ¿En qué época de la historia bíblica, en qué lugar de la Escritura hebrea se enseña que la prueba de la obediencia legal sea la condición para ser salvo? Desde la caída de la raza en Adán jamás ha habido ningún tiempo en que Dios propusiera la obediencia a la ley como camino de salvación. Siempre, el rechazo o la aceptación de la gracia divina, por medio de la fe, ha sido el camino de redención bíblico

La versión española de la Biblia Scofield suaviza y rectifica el desliz de la versión inglesa antigua (p. 1072). Sin embargo, todo el enfoque que se da al pacto mosaico y a la dispensación de la ley traduce el malentendido tan claramente expuesto antaño en todas las versiones de la Biblia Scofield. Y aquí se pone de manifiesto uno de los más graves errores del dispensacionalismo: el haber entendido la ley no tanto como norma sino como camino de salvación para el hombre del antiguo pacto.

 

José Grau

Al discutir la «dispensación de la Iglesia» que corresponde a la dispensación de gracia, todas las versiones modernas de dicha Biblia tienen buen cuidado de sugerir que la salvación dependiese en alguna época de la perfecta obediencia legal del hombre pecador. En su lugar, el enfoque ahora recae en la posición diferenciada de la Iglesia con respecto a Israel y su lugar en la presente época.

 

Esta insistencia de que la Iglesia debe ser «cuidadosamente diferenciada de los judíos, aunque al presente esté compuesta tanto por judíos como por gentiles», la encontramos no solamente en la Biblia Scofield sino en toda la literatura dispensacionalista. Pero leamos en la propia Biblia Scofield (p.981, n. a Mateo 16:18) esta extraña y contradictoria afirmación:

... después de haber salido de Egipto, Israel era una verdadera «iglesia» pero en ningún sentido la Iglesia del Nuevo Testamento. El único punto de similitud es que tanto la Iglesia como Israel han sido «llamados aparte para Dios» y que el llamamiento ha venido del mismo Dios. Pero en todo lo demás se hallan en contraste (cf. Hechos 7:38; Hebreos 12:13).

Esta separación estricta brinda al dispensacionalismo la justificación para aplazar el Reino mesiánico judío hasta el final de la presente edad. El rechazo de Cristo por parte de los líderes del pueblo judío marca el punto en el que el Reino prometido fue aplazado. Un nuevo día amaneció, según la perspectiva dispensacionalista, con el aplazamiento del Reino mesiánico. La época presente, llamada la dispensación de la gracia o la dispensación de la Iglesia, continuará hasta la llegada del Milenio.

Nada hay que objetar a la afirmación de que a partir del rechazo del pueblo judío hacia el Mesías comenzó una época distintiva, cuyas características se extienden hasta el tiempo de la segunda venida. Pero existe una gran diferencia entre la afirmación de que Cristo aplazó su Reino debido a la incredulidad de los judíos y la evidencia bíblica de que Cristo estableció su Reino a pesar y en medio de la enemistad de los judíos. El Reino no fue aplazado sino traspasado a quien produzca sus frutos (cf. Mateo 21:43; Lucas 10:9-11).
En realidad, Jesús no dependió nunca de la actitud de nadie, ni de judíos ni de gentiles, para ser rey sino solamente del Padre. Jesús no convirtió jamás el Reino en una cuestión de ofertas; de hecho, en ningún momento ofreció a los judí- os meramente la posibilidad de que pudiera convertirse en rey de ellos. Por el contrario, Jesucristo declaró enfáticamente que él era Rey, y «Rey de los judíos» mal que les pesase.

No se trata de que Israel rechazara una oferta de parte de Jesús para que así pudiera ser hecho rey, sino de que los judíos rechazaron a su Rey. Precisamente, en el momento del rechazo por parte de los judíos de su Mesías, Jesús manifestó la verdadera naturaleza de su Reino. El poder de este Reino no iba a venir por medio de las presiones políticas o militares.

En este sentido,  el Reino no es de este mundo; es decir, no se inspira en los valores y principios mundanos (que son los que —digamos de paso— inspiran el milenarismo de los dispensacionalistas) sino que recibe su inspiración y justificación de arriba.

Fue este aspecto de su realeza el que no podían comprender los contemporáneos de Jesús. Y los judíos, incluyendo a los propios apóstoles, no podían entender que un rey (y menos todavía un Rey-Mesías) hubiera de sufrir. Tal es, precisamente, la dimensión del Reino de Cristo que los dispensacionalistas no comprenden tampoco. Su insistencia en un reino milenial judío en el que Cristo someterá a las naciones mediante el ejercicio de un poder militar y político (a la manera de los grandes de este mundo) les impide percibir la presencia espiritual, aunque no menos real —según las características previstas por las parábolas del Reino— del Reino en medio de nosotros desde hace casi 2000 años. Lo del «Reino en forma misteriosa», que es lo má- ximo que conceden, solo podría admitirse si al término misterio le dieran un sentido acorde con dichas parábolas del Reino, pero sabemos que no es así, desgraciadamente. En boca del dispensacionalista «el misterio del Reino» o «la forma misteriosa de su presencia actual» no es más que otro ardid para desviar la vista de la unidad y globalidad del Reino mesiánico de Cristo.

La última era, según el dispensacionalismo, es la llamada «dispensación del cumplimiento de los tiempos» y «es idéntica al reino pactado con David» (Biblia Scofield, n. Efesios 1:10, p. 1207). Ryrie, en su obra Dispensacionalismo Hoy (p. 71- 73) la llama la «dispensación del Milenio» y la explica en los siguientes términos:

Después de la segunda venida de Cristo el reino milenial será establecido en cumplimiento de todas las promesas dadas en ambos Testamentos y, particularmente, de aquellas contenidas en los pactos abrahámico y davídico... y la desobediencia manifiesta será inmediatamente condenada (expresión que en el original inglés aparece de esta manera: «overt disobedience will be quickly punished»; es decir, no simplemente que será condenada sino castigada).

 

Arthur W.Pink

Vemos, pues, como Ryrie convierte en sinónimos el pacto davídico y el Milenio; es decir, la dispensación del Milenio es para él aquella en que se cumplirán las promesas hechas al pacto davídico.
¿En qué ha quedado, pues, la dimensión actual del Reino y su «forma misteriosa presente ya, ahora»? En poco más que una simple expresión teórica sin realidad coherente. ¿Responde este futurismo profético radical (inventado —no olvidemos— por los jesuitas de la Contrarreforma, Ribera, Bellarmino, Lacunza, etc.) al esquema que la Biblia ofrece del Reino en sus varias dimensiones? Por otro lado, ¿es que el Reino no tiene nada que ver con el Estado final eterno?

La maniobra dispensacionalista estriba en sacar el Reino del lugar y los tiempos que le corresponden de acuerdo con la Escritura, para trasladarlo a un lugar imaginario sobre el cual nada sabe la Biblia: un imperio judío de mil años situados entre la dispensación de la Iglesia y el Estado eterno.

Extraña y sorprendentemente, el dispensacionalismo no tiene ninguna dispensación del Estado eterno. Responderán nuestros hermanos adictos a esta escuela que las dispensaciones son edades divinamente ordenadas que condicionan la vida sobre la tierra (Biblia Scofield, p. 1207) y que, por tanto, no tendría sentido una dispensación del Cielo.

Pero esto no hace sino más insostenible la postura milenial y dispensacionalista. En efecto, ¿qué entienden por «Cielo»? ¿El Estado eterno presentado por Isaías 65 y Apocalipsis 21 y 22 bajo la forma de «cielo nuevo y tierra nueva», o el «Cielo» gnóstico, desencarnado y desmaterializado, más helénico que bíblico? Es obvio que su imagen es la segunda y no la bíblica.

No es cierto que la tierra, la naturaleza, no tenga nada que ver con el Estado eterno y final. Bastaría leer Romanos 8:19-23, sin olvidar la doctrina de la resurrección de los cuerpos (cf. 1 Corintios 15) para comprenderlo. Pero aquí, una vez más, se pone de manifiesto el verdadero origen doctrinal del dispensacionalismo: el gnosticismo.
«Las economías dispensacionales —escribe Ryrie (óp. cit., p. 61)— están relacionadas con los asuntos de este mundo y no se necesitarán cuando el mundo termine».

La historia, pues, no tiene su clímax en la eternidad ni los propósitos divinos van a culminar en ella, sino en el período milenial. Esta culminación milenial es uno de los pivotes de todo el esquema dispensacional: «El programa entero culmina, no en la eternidad sino en la historia, en el reino milenial del Señor Jesucristo. La culminación milenaria es el clímax de la historia y de la gran meta del programa de Dios para las edades» (RYRIE, óp. cit., p. 119).


Una simple lectura literal, en su sentido gramático-histó- rico, de pasajes como Isaías 65 y Apocalipsis 21 y 22 sería suficiente para demostrar cuán equivocada es la perspectiva de Ryrie y de todos los dispensacionalistas al hacer del Milenio el clímax de la historia y la gran meta del programa de Dios para todos los tiempos. La Biblia simplemente nos brinda otra perspectiva diferente que culmina en la eternidad y que, lejos de constituir una dicotomía (tierra contra Cielo, materia contra espíritu, Iglesia frente a Israel, etc.) presenta una simbiosis de tierra y Cielo renovados y transformados en dimensiones y categorías inefables como las que experimentarán nuestros cuerpos de resurrección.

La satisfacción dispensacional, al señalar el Milenio como la culminación de los tiempos, pone de relieve la tensión bá- sica que sufre este sistema. El dispensacionalismo ha construido todo su enfoque para interpretar la Biblia a partir de una comprensión metafísica —dualista— de la realidad, estableciendo una dicotomía entre los reinos material y espiritual. Mientras la Iglesia, a su modo de ver, cifra sus esperanzas en una esfera supuestamente desencarnada, inmaterial, celestial y, de esta manera «espiritual»; el Milenio llevará a término los propósitos de Dios para el reino material.

Tal concepto es típicamente gnóstico. Representa otro ejemplo, entre tantos otros, de la nefasta influencia del helenismo sobre la teología y sobre la vida de la Iglesia.

Semejante perspectiva limita obviamente nuestro concepto de la manifestación del Reino de Dios a la edad presente, o mejor dicho, a un período concreto de dicha edad: el Milenio. Bajo dicho esquema es imposible apropiarse del significado profundo que el Reino de Cristo tiene para las realidades materiales del mundo moderno: para la cultura, el arte, la sociedad, la historia, etc. Al mismo tiempo, la «espiritualización» del Estado eterno presentado como un lugar más parecido al Olimpo griego que al paraíso cristiano, tiene como consecuencia el minimizar el carácter cósmico de la resurrección de Cristo como el primogénito de los muertos y las primicias de los que creen.

Por supuesto, el dispensacionalista no niega la resurrección corporal de Jesucristo como doctrina básica de la fe cristiana. Pero es evidente que no capta todo su profundo sentido y alcance en términos de potencial inspirador para la renovación de la totalidad del universo y pautas para la visión y la acción de los cristianos aquí, ahora y en el futuro. La resurrección de Cristo no es simplemente una esperanza desligada de nuestro futuro ni tampoco de nuestro presente. La resurrección es una realidad actual que constituye, ya ahora, a Cristo Señor y Rey sobre todos los órdenes y esferas de la existencia; tanto su reino espiritual como su señorío sobre lo material y físico en todo el universo.

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