La reforma protestante y su influencia en la cultura occidental (III)

Tercera parte de la Conferencia-Simposio organizado por Valparaíso Evangélico Pontificia Universidad Católica, Valparaíso, Chile, 10 de octubre de 2015

29 DE OCTUBRE DE 2015 · 22:00

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Por otro lado, el énfasis estrictamente religioso y teológico de la difusión de la Biblia obligó a diferenciarse de las propuestas católicas:

Al hacer de la Biblia la única fuente y autoridad en materia de fe (el principio de la sola Scriptura), al afirmar la claridad de las Escrituras y comprometerse de manera más o menos sistemática a la difusión masiva de su traducción en lengua vernácula, la Reforma protestante inauguró una forma por completo nueva, en la tradición cristiana, de cultura bíblica. Como al comienzo el catolicismo rechazó esos principios, prefiriendo atenerse en esos diferentes campos a principios tradicionales, sin preocuparse por renovar y reformar las formas de aplicación, en este terreno es mejor mencionar, de forma contrastada, los efectos de una y otra reforma religiosa del siglo xvi, empezando por el protestantismo.1

Otra visión, esta vez desde Italia, manifiesta la vertiente revolucionaria que hizo posible el acceso de miles de personas medianamente letradas, al contenido de la Biblia:

Una revolución es un proceso que implica grupos sociales hasta ahora sometidos, excluidos del poder y del conocimiento. En los años alrededor de 1520, la lectura de los textos sagrados y de todos los libros, folletos y carteles en los que se expresaban las ideas de los reformadores, no tuvo lugar en privado. Ciertamente, la lectura y la meditación individual eran abundantes. Pero la Reforma se convirtió rápidamente en un hecho público: las ideas se debatieron y discutieron en los conventos e iglesias, en los hogares, en los consejos municipales, en los talleres, en las plazas, en las tabernas. Y para ello la relectura de la Sagrada Escritura se transformó en algo radicalmente diferente de las religiones del pasado.2

 

Primera iglesia Presbiteriana de Valparaiso

Este carácter plural, colectivo y, por todo ello, decididamente político, de la labor cultural llevada a cabo en la lectura de origen religioso, apasionó el pensamiento y la imaginación de sociedades enteras. Asimismo, como agregan Millet y De Robert, las rebuscadas ideas teológicas, patrimonio de los expertos eclesiásticos, comenzaron a difundirse y a ser motivo de debates en los lugares más “vulgares”.

Lutero mismo lo expresó, en su peculiar estilo: “No son las letras de la lengua latina las que hay que escrutar para saber cómo se debe hablar el alemán, que es lo que hacen los asnos; hay que preguntar a la madre en su casa, a los niños en las calles, a los hombres comunes en los mercados, y tener en cuenta su boca para saber cómo hablan para traducir según eso; entonces comprenden y observan que se habla alemán entre ellos”.3

Estas perspectivas coinciden, en sus líneas generales, con los análisis de diversos estudiosos de la historia de la lectura en Occidente en el sentido de que las reformas religiosas contribuyeron a modificar el ámbito de la lectura como se conoció hasta entonces y al surgimiento de una nueva “cultura bíblica” que progresivamente se afianzaría con un perfil propio durante los siguientes siglos. Para ellos, y más de allá de cualquier forma de idealización o de mitificación, la lectura, como acción cultural derivada de los diversos movimientos reformistas del siglo xvi, derivó hacia nuevas prácticas, en parte porque “la eclosión de la Reforma coincidió con una revolución de los medios de comunicación”.4

El nuevo arte generado por la imprenta “modificó las condiciones del movimiento de las ideas, acelerando la circulación de los textos y reduciendo el coste de cada copia”.5 No obstante, estos autores insisten en que este impacto cultural se consolidaría mediante una larga gestación de casi 80 años debido al enorme grado de analfabetismo que existía.

Apenas los impresores burgueses advirtieron las posibilidades del negocio de la lectura, la proliferación de panfletos y otros textos comenzó su expansión en Alemania, Italia, Francia y los Países Bajos, centros difusores de libros. Lo que otros enfoques denominan “la construcción de un público lector” fue resultado de los ímpetus morbosos que atraían a los lectores hacia los documentos prohibidos, con todo y el temor que producía la censura eclesiástica en todas sus manifestaciones.

Además, el surgimiento de las lenguas nacionales al que, como ya se ha dicho, contribuyeron las traducciones bíblicas, influyó de manera directa en el surgimiento de ese público ávido de novedades. La denominada “guerra de los panfletos” dio origen a una mayor conciencia de la función del libro en la expansión de las ideas protestantes. Entre 1520 y 1525 circularon por toda Alemania miles de pasquines de pocas hojas, ilustrados en ocasiones. Se había establecido un público lector casi cautivo para ese tipo de prensa.

Aquí es donde entró en juego, inevitablemente, la práctica de la libre interpretación de las Escrituras, esto es, la apertura a la polisemia como régimen de acercamiento hermenéutico al texto sagrado, con todas sus implicaciones: “El libre examen de las Escrituras, cualesquiera que fueran los motivos teológicos por los que fue concebido, tuvo como consecuencia literaria la transformación de los cristianos en lectores. La experiencia protestante es impensable sin esta experiencia de la lectura”.6

Esta fue una transformación profunda de la cultura bíblica, pues implicó la transformación de los individuos creyentes en lectores-de-tiempo-completo-de-un-solo-texto, una categoría cultural que modificó radicalmente el rostro de las sociedades en las que se incubó con mayor fuerza la Reforma. Las subculturas de la Reforma Protestante, que en América Latina se han encarnado con características nuevas e inesperadas, son una muestra amplia de la fuerza formativa e informativa de los textos bíblicos, visible en los nombres de las personas, poblaciones, negocios propios, instituciones y, por supuesto, iglesias o denominaciones religiosas. […]

El elemento social, a su vez, cobró especial relevancia al momento de clasificar a los lectores, como sucedió en Inglaterra con Enrique VIII. En 1543, cuando por fin cedió a las presiones para autorizar la impresión de la Biblia, se distinguieron tres categorías de personas y de lecturas: “Los nobles y los hidalgos podían no sólo leer, sino mandar leer en voz alta las Escrituras en inglés para sí y para todos los que vivían bajo su techo. Bastaba con la presencia de un miembro de la nobleza para autorizar el libre acceso a las Escrituras”.7

En el otro extremo de la pirámide social, “estaba totalmente prohibida la lectura de la Biblia en inglés” a mujeres, artesanos aprendices, y oficiales “al servicio de personas de rango igual o inferior al de los pequeños propietarios, los agricultores o los peones”.8

4. Constatación intelectual y literaria del impacto de la Reforma

Un repaso amplio del universo cultural protestante tendría que abarcar la filosofía, la literatura, la política real y las demás artes humanas encuadradas en sus contextos específicos. Así lo ha hecho Giorgio Tourn desde Italia, en I protestanti. Una cultura (2013), al pasar revista desde John Locke hasta Nelson Mandela, sin olvidar a Jonathan Edwards, Immanuel Kant, Soren Kierkegaard, Pestalozzi, Schleiermacher, Florence Nightingale, Darwin o Wellhausen.

El inventario es en sí mismo, impresionante, pues allí desfilan los nombres de rigor, más aquellos que sin alcanzar gran fama contribuyeron al desarrollo de la herencia de la Reforma en sus más diversas manifestaciones. Antes, este autor italiano había publicado los tomos correspondientes a la revolución (de los orígenes a Calvino) y a la sociedad (de Coligny a Guillermo de Orange), en estricto orden cronológico. Rubem Alves se ha referido a este legado con palabras más críticas:

Vemos ahí que el nombre [protestante] no tiene poder designatorio unívoco. El nombre invoca recuerdos de represión y de violencia, pero también de amor y de belleza: Bach, Grunewald, Durero, Leibniz, Albert Schweitzer, Martin Luther King, Bonhoeffer, Paulo Wright. Fue en el protestantismo que estos hombres, con sus visiones y gestos, nacieron, vivieron y murieron. ¿Por qué no creer, entonces, que el vientre que un día dio a luz, vuelva a hacerlo? Los muertos pueden renacer.9

…para hablar alguna cosa sobre la Reforma, me pregunto fijamente: “¿Después de escuchar a Bach qué más puede decirse sobre ella?” […]10

La nueva cultura religiosa influida por la Reforma, sin eliminar del todo el elemento sobrenatural, vehiculó la negociación con lo sagrado de tal manera que su enjundia ideológica, propagandística y libertaria acabaría por incorporar una serie de elementos que caracterizarían lo protestante como algo ligado a la educación, las letras y a la gramática. Así lo explicó Holl al asociar estos elementos como parte de lo más característico del legado protestante.11

Leszek Kolakowski, por su parte, ha abordado los aspectos filosóficos de la reforma luterana, sin olvidar sus posteriores desarrollos ni mucho menos la subjetividad religiosa que recreó:

La fe —de acuerdo con la idea de Lutero y con el ejemplo de Abraham— no es una convicción sino la completa transformación del hombre interior; el asentimiento a lo absurdo, al escándalo, a lo imposible; trascender todo lo expresable como algo dirigido por igual a todos los hombres, a la comunidad; la superación de la razón y la suspensión de la ley moral. Vivir en la fe significa rescatar la plenitud de la subjetividad, cuya única referencia es la referencia a la subjetividad divina.12

Charles Möeller, en su monumental estudio sobre la literatura y el cristianismo no ha dejado de señalar el énfasis religioso de autores de origen protestante que, siendo figuras consagradas, no abandonaron jamás los hilos conductores de la fe que conocieron en sus años formativos. Hablo específicamente de André Gide, Jean Paul Sartre y hasta de Ingmar Bergman, en el cine.13

Luis Rivera-Pagán, desde América Latina, se ha empeñado en desbrozar las relaciones existentes entre teología y literatura, considerando seriamente las diferencias entre autores católicos (los más) y protestantes (en número sumamente reducido). Rubem Alves advirtió el “faltante protestante” en la cultura latinoamericana desde los años 70:

Yo esperaría, por otra parte, que el protestantismo hubiese hecho alguna contribución a la literatura brasileña. Hemos buscado una gran novela... pero en vano [...] lo que sucede es que la literatura no puede sobrevivir en medio de esta obsesión didáctica, porque su vocación es estética, contemplativa, y su valor es tanto más grande mientras más grande es su capacidad para producir estructuras paradigmáticas a través de las cuales las figuras y ligámenes ocultos de lo cotidiano son observados. Los literatos protestantes no pueden huir del hechizo de sus hábitos de pensamiento. Sus novelas son sermones travestidos y lecciones de escuela dominical enmascaradas. Al final, la gracia de Dios triunfa siempre, los creyentes son recompensados y la impiedad es castigada. El último capítulo no necesita ser leído.14

 

Himno del ángel parado en una pata

Acaso en parte, desde Chile y otros países ha surgido ya un germen más visible de que atenúe dicha falta. Carlos Monsiváis, Hernán Rivera Letelier (especialmente con Himno del ángel parado en una pata, 1996, retrato fidelísimo y desgarrador de la experiencia pentecostal) y Antonio Ramos Revillas (El cantante de muertos, 2011), son un ejemplo de la respuesta desde un protestantismo transfigurado, pero vigente al fin.

 

En el caso del primero, la pertenencia a una vertiente histórica del protestantismo de la Reforma lo ubicó en la esfera de lo satírico sin perder nunca de vista la identidad religiosa heterodoxa. Gonzalo Báez-Camargo, Laura Jorquera y Alberto Rembao son ejemplos de nombres de una generación ya ida que nunca negoció Carlos Montemayor, también desde México, encarnó temporalmente la herencia protestante en las letras.

Otros autores, como José Revueltas, Sergio Pitol y Hernán Lara Zavala han reconocido el elemento religioso protestante, exógeno o no, histórico o no, ligado nutriciamente a la Reforma o no, para hacerlo visible en diversos momentos de la vida del país.

Vicente Leñero es un caso aparte, pues sin ser protestante. Imposible olvidar algunos poemas de Jorge Teillier, donde lo evangélico es ya una presencia insoslayable, sin olvidar el énfasis casi apocalíptico de la misma, pero en un contexto chileno bien definido:

Fin del mundo

El día del fin del mundo
será limpio y ordenado
como el cuaderno del mejor alumno.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación,
y la banda del Regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años en la plaza.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos,
para volver llorando a sus casas
sin saber qué decir a sus madres
y yo grabaré mis iniciales
en la corteza de un tilo
pensando que eso no sirve para nada.

Los evangélicos saldrán a las esquinas 
a cantar sus himnos de costumbre. 
La anciana loca paseará con su quitasol. 
Y yo diré: “El mundo no puede terminar 
porque las palomas y los gorriones 
siguen peleando por la avena en el patio”.15

 

***

 

Valparaíso Evangélico (www.valparaisoevangelico.org) es una entidad que ha organizado, durante todo el mes de octubre de este año, por segunda vez, una serie de actividades que culminará el próximo sábado 31 con un concierto en la Plaza Sotomayor, además de la presentación de la obra de las iglesias de esa ciudad en una Feria social. Esta conferencia formó parte de dichas actividades encaminadas a obtener, en los próximos meses, el nombramiento oficial de Valparaíso como “Capital evangélica y protestante de Chile”.

1 O. Millet y P. de Robert, op. cit., p. 274.

2 Mario Miegge, Martin Lutero (1483-1546). La Riforma protestante e la nascita delle società moderne. Turín, Claudiana, 2013, p. 30. Versión propia.

3 M. Lutero, Epístola sobre el arte de traducir. Obras, tomo 6, Ginebra, Labor et Fides, 1964, p. 165, cit. por O. Millet y P. de Robert, p. 78.

4 Jean-François Gilmont, “Reformas protestantes y lectura”, en Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, dirs., Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, Taurus, 2001, p. 376.

5 Idem.

6 Javier Alcoriza y Antonio Lastra, “El carácter literario del puritanismo inglés”, en John Bunyan, El progreso del peregrino. Madrid, Cátedra, 2003 (Letras universales, 351), p. 12.

7 J.-F. Gilmont, op. cit., p. 387. Énfasis agregado.

8 Idem.

9 R. Alves, “Encontros e desencontros do protestantismo e do catolicismo”, en Dogmatismo e tolerância. São Paulo, Paulinas, 1982, p. 104.

10 “Rubem Alves e a Reforma Protestante”, en http://resistenciaprotestante.blogspot.cl/2007/08/rubem-alves-e-reforma-protestante-rubem_2331.html.

11 K. Holl, op. cit., pp. 114-117.

12 L. Kolakowski, “El sentido filosófico de la Reforma”, en Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas. Trad. de R. Bilbao. Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1973 (Biblioteca de filosofía, antropología y religión), p. 139.

13 Cf. Charles Möeller, Literatura del siglo xx y cristianismo. Madrid, Gredos, 1954-1995.

14 R. Alves, “Las ideas teológicas y sus caminos por los surcos institucionales del protestantismo brasileño”, en P. Richard, ed., Materiales para una historia de la teología en América Latina. San José, Departamento de Investigaciones Educativas, 1981, pp. 345-346. Recogido también en Dogmatismo y tolerancia [1982]. Bilbao, Ediciones Mensajero, 2007 (La barca de Pedro, 23).

15 Jorge Teillier. [] Sel. y nota de Hernán Lavín Cerda. México, UNAM, 2012 (Material de lectura, serie Poesía moderna, 148), p. 28, www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf5/jorge-teillier-148.pdf.

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