La tumba de Cervantes

Siempre se ha creído que Cervantes fue enterrado en el convento madrileño de las monjas trinitarias en la calle primeramente llamada Cantarratas y ahora Lope de Vega.

23 DE OCTUBRE DE 2015 · 11:00

Estatua a Miguel de Cervantes en la Universidad de Peking. Foto: Jens S. Knudsen (flickr,cc),Miguel de Cervantes estatua escultura Don Quijote de La Mancha
Estatua a Miguel de Cervantes en la Universidad de Peking. Foto: Jens S. Knudsen (flickr,cc)

Miguel de Cervantes Saavedra, uno de los mayores valores de la literatura universal, nació en Alcalá de Henares (Madrid), el 29 de septiembre de 1547 y en Madrid murió el 23 de abril de 1616. El genio, con un pie en el estribo, estaba inmerso en la redacción final de su última obra, PERSILES Y SIGISMUNDA. Francisco Rico, uno de los grandes especialistas en la obra de Cervantes, dice: “la dedicatoria del PERSILES es la prosa más espléndida que se ha escrito en español; no hay palabras para decir lo bella y sencilla que es esa prosa”. La novela fue publicada por su viuda en 1617, un año después de la muerte del autor. A la edición de Madrid siguieron de inmediato otras en Barcelona, Valencia, Pamplona y Bruselas.

Siempre se ha creído que Cervantes fue enterrado en el convento madrileño de las monjas trinitarias en la calle primeramente llamada Cantarratas y ahora Lope de Vega. Con unos cuatro siglos de atraso la comunidad de Madrid decidió buscar los restos del escritor en la referida Iglesia trinitaria.

Se nombró un equipo de treinta personas compuesto de antropólogos, historiadores, forenses, alpinistas y expertos en momias. El proyecto consistía en inspeccionar con microcámaras los 33 nichos de la cripta; en caso de no hallar los restos de Cervantes se intentaría acceder al sepulcro doble situado frente al altar de la Inmaculada. Un especialista introduciría una microcámara desde uno de los nichos hasta el interior del doble sepulcro. Aquí es donde se sospecha que pudieron estar inhumados los restos del genio, teniendo en cuenta que el templo primitivo fue modificado en 1673.

Para identificar lo que quede del cuerpo del autor del Quijote se siguió un dibujo que figura en las NOVELAS EJEMPLARES, realizado cuatro años antes de su muerte.

Cervantes utilizaba gafas. Era “algo cargado de espaldas” debido a problemas óseos que afectaron su columna vertebral. Al decir de él que era “no muy ligero de pie” refiere a una enfermedad llamada hidropesía, retención de líquidos que provoca hinchazón en el abdomen y en los tobillos. La dentadura fue también tenida en cuenta. Está escrito que Cervantes tenía “los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene más de seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros”. Su pecho presentaba dos heridas de arcabuz y una tercera en el brazo. Se cree que padecía una posible diabetes que derivaba en arterioesclerosis y le ocasionaba un cansancio general. Y, como señal más destacada y visible era manco de la mano izquierda, causada por uno de los arcabuzazos.  Como está escrito, “herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”.

La aplicación del ADN a los restos de Cervantes se hizo imposible. Javier Sampedro, en un profundo análisis sobre el tema publicado en el diario EL PAÍS (15-2-2015), dice que la identificación de Cristóbal Colón fue posible gracias a los restos de su hermano Diego, ambos hijos de la misma madre, en la isla de la Cartuja. “Pero en el caso de Cervantes no hay nada con lo que comparar: ni madre, ni hijo, ni otro familiar cercano o lejano cuyos restos estén localizados con la misma fiabilidad”.

No obstante estas y otras dificultades el equipo investigador emprendió su tarea. El inicio de la búsqueda estaba previsto para mediados de diciembre del pasado año. Trece monjas viven en el convento ubicado junto al edificio de la iglesia donde se busca al padre del Quijote. Estas pidieron a los investigadores aplazar los trabajos, que romperían la rutina diaria dada la cercanía de la Navidad.

Finalmente, el sábado 17 de enero de este 2015 dio comienzo la búsqueda con la retirada de escombros de la iglesia donde se cree que pudo ser enterrado Miguel de Cervantes. Entre los treinta especialistas que iniciaron los trabajos, después de varios meses de trámites administrativos y el período navideño, se encontraba el alpinista Asier Izaguirre, encargado de introducir en algún nicho el cableado de las microcámaras. En esta ocasión, Izaguirre no tenía delante los impresionantes ocho-miles del Himalaya que suele escalar, sino una misteriosa bóveda funeraria.

El martes 20 de enero los medios de comunicación informaron que los investigadores habían descubierto en la cripta funeraria del convento seis enterramientos hasta entonces desconocidos. Una semana después apareció un trozo de madera con las iniciales M.C. Se creyó identificar a Miguel Cervantes, pero pronto se llegó a la conclusión de que aquel trozo de madera no significaba nada.

Una media docena de ataúdes fueron descubiertos en los primeros días de febrero. Examinados por el equipo que dirigía la arqueóloga Almudena García Rubio, supervisada por el presidente de la Sociedad Científica Arazandi Francisco Etxeberría, se comprobó que los ataúdes conservaban la madera y los herrajes en buen estado.

Y llegó el día. El 17 de abril, el prestigioso antropólogo forense Etxeberría gritó ¡Eureka! Con un trozo de cráneo entre las manos que dejó reposar junto a tres fragmentos de una mandíbula desdentada y deteriorada tal vez a consecuencia de la diabetes.

Restos mortales del príncipe de las letras habían aparecido cuatro siglos después de su enterramiento. Francisco Etxeberría  anunció eufórico: “hemos identificado el grupo donde estaban Cervantes y su esposa Catalina de Salazar. Fragmentado, mezclado, pero ahí lo tenemos, en la cripta”.

El Museo de Historia de Madrid presentó de abril a septiembre una exposición sobre los trabajos llevados a cabo para la identificación de los restos del grande, del sabio, del único: Miguel de Cervantes Saavedra.

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