Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha

Se ha dicho que Cervantes escribió el segundo tomo de su magistral obra en respuesta al tal Avellaneda, pero no fue así. El glorioso manco llevaba muy adelantado su trabajo cuando tuvo conocimiento de este Quijote apócrifo.

16 DE OCTUBRE DE 2015 · 08:00

Campo de Criptana, Ciudad Real. Foto: M.Peinado (flickr,cc),Don Quijote de La Mancha
Campo de Criptana, Ciudad Real. Foto: M.Peinado (flickr,cc)

La primera parte de EL QUIJOTE escrita por Miguel de Cervantes fue publicada en Madrid por Juan de la Cuesta en 1605. La segunda parte tiene fecha de 21 de octubre de 1615. Un año antes, 1614, aparece el titulado SEGUNDO TOMO DEL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, impreso en Tarragona en la imprenta de Felipe Roberto y firmado por un tal Alonso Fernández de Avellaneda.

Se ha dicho que Cervantes escribió el segundo tomo de su magistral obra en respuesta al tal Avellaneda, pero no fue así. El glorioso manco llevaba muy adelantado su trabajo cuando tuvo conocimiento de este Quijote apócrifo. Fue en Zaragoza, en el curso de su tercera salida, que le lleva por tierras de Castilla y Aragón camino de Barcelona. Don Quijote y Sancho cenan y duermen en una venta que los cervantistas han localizado entre Utebo y Zaragoza, en las afueras de la capital.

A través de una pared en la habitación que ocupaban Don Quijote y Sancho escuchan a dos hombres, Don Jerónimo y Don Juan, que se disponen a leer un capítulo del falso Quijote. Aluden al caballero desamorado y la desaparición de Dulcinea. Atento a la conversación, a Don Quijote le sube la fiebre, le hierve la sangre. “Lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo: Quienquiera que dijere que Don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar, a Dulcinea del Toboso, yo le haré entender con armas iguales que va muy lejos de la verdad; porque la sin par Dulcinea del Toboso ni puede ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión, el guardarla con suavidad y sin hacerse fuerza alguna” (Segunda parte, capítulo LIX).

Así era Don Quijote y con tal fiereza reaccionaba cuando alguien ponía en duda su amor y fidelidad a Dulcinea.

Al escuchar tales palabras, los dos caballeros pasan a la habitación que ocupaban Sancho y Don Quijote. Prorrumpen en exclamaciones de alegría al hallarse en presencia del auténtico Don Quijote, lo abrazan y le entregan un ejemplar del falso libro. “Le tomó Don Quijote, y sin responder palabra, comenzó a ojearle, y de allí a un poco se lo volvió, diciendo: “En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor dignas de reprensión”.

Unos capítulos más adelante, el LXII, narra la visita de Don Quijote a una imprenta de Barcelona. Aquí vuelve a encontrarse con Avellaneda. Para Don Quijote, tocar una imprenta era como tocar el espejo de su propia vida. El hidalgo manchego había alimentado su soledad en la Mancha con la lectura. Los libros fueron sus amigos fieles. Es fácil imaginar su estado de ánimo en la imprenta. Allí todo le sorprende y maravilla. Dialoga amigablemente con los artesanos hasta que pasando adelante, “vio que asimismo estaba corrigiendo otro libro; y preguntando su título, le respondieron que se llamaba “la segunda parte del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha , compuesta por un tal, vecino de Tordesillas”.

Descompuesto quedó el verdadero Don Quijote. Habían mentado la soga en la casa del ahorcado. Se trataba del Quijote de Avellaneda. El falso Quijote quedó pronto olvidado. El dramaturgo y novelista francés Alaín René Lesage (1668-1747) hizo una traducción libre del falso Quijote con la intención de rehabilitar a su autor, lo que supuso un intento inútil. Ahora, en el libro que estoy comentando, Luís Gómez dice que “la posteridad no ha ratificado este intento, de modo que el Quijote apócrifo sigue considerado como un caso de piratería literaria. Se han publicado en España, desde el siglo XVIII, más de 20 ediciones del libro, de las cuales nada menos que siete han aparecido desde el año 2.000”.

De esta edición de la Real Academia Española se ha imprimido una tirada mínima. El cervantista Francisco Rico, hablando en la presentación de la obra, dijo que este ejemplar no saldrá a librerías. “Es inútil –dijo-, publicar para vender 500”, que son los números de esta tirada que se enviará a universidades, centros especializados y estudiosos de todo el mundo. “Es un sistema valiente frente a la realidad –añadió- porque cada vez se leen menos libros”.

A todo esto, ¿quién fue el tal Alonso Fernández de Avellaneda? Si es cierto lo que afirmó Dostoyevski, que sobre el hombre de este mundo pesan demasiados enigmas, el más grande de todos los enigmas en la literatura española es no haber identificado la personalidad de Avellaneda después de cuatro siglos de averiguaciones infructuosas. El periodista y escritor Juan Canovaggio dice que bajo el seudónimo de Avellaneda “se ha creído encontrar hasta 40 personajes de diversa condición”. El prestigioso cervantista Martín de Riquér pensó que podría tratarse del soldado–escritor Jerónimo de Pasamonte, amigo de Lope de Vega. Más recientemente el erudito abulense Arsenio Gutiérrez Palacios ha manifestado tener argumentos para concluir que el Quijote atribuido a Avellaneda fue en realidad escrito por Alonso Fernández de Zapata, cura que tomó el apellido Avellaneda de un pueblo del partido de Piedrahita.

Nada es seguro. Continuamos moviéndonos en el terreno de las teorías y las hipótesis. El cervantista Luís Gómez Canseco es uno de los contados especialistas en el Quijote de Avellaneda. Publicó una edición del libro el año 2000 y varios estudios complementarios, sin llegar a encontrar “una salida de este laberinto”. Francisco Rico, quien llama al tal Avellaneda “un representante vulgar de la literatura y el pensamiento vulgar de la época”, añade que “a la repetida pregunta sobre su identidad efectiva se han dado docenas de respuestas. Ni las mejor argumentadas tienen fuerza de convicción”.

Resumido, el contenido del Quijote de Avellaneda se inicia con la llegada a la aldea de Don Quijote, recuperado ya de su locura, de unos caballeros granadinos que se dirigen a Zaragoza para participar de un torneo. Uno de ellos, Álvaro Tarfe, se hospeda en la casa que en aquél entonces habitaba Don Quijote. Tanto y tan bien le habla del torneo que cuando los granadinos abandonan el lugar Don Quijote, llamado aquí el CABALLERO DESAMORADO, se dirige a Zaragoza en busca de nuevas aventuras, después de renunciar al amor de Dulcinea. Fracasado en Zaragoza, el Caballero si dirige a Madrid, en busca del gigante Poramidón de Tajayunque. Después de más aventuras, en las que vuelve a ser objeto de nuevas burlas, la obra de Avellaneda termina con un recorrido por Salamanca, Ávila y Valladolid, esta vez con el nombre de CABALLERO DE LOS TRABAJOS.

La edición de Editorial Zeus, de 1968, dice en un prólogo sin firma que el Quijote de Avellaneda “sólo puede aspirar a novela de segunda línea”. Menéndez y Pelayo emitió este juicio acerca de su autor: “si bien no es un escritor pornográfico es de lo peor olientes que pueden encontrarse”. Según Canavaggio, “el Quijote apócrifo sigue considerado un caso de piratería literaria”.

Pese a esos juicios negativos, Gómez Canseco ofrece tres razones para leer el libro de Avellaneda: “el mero cotilleo para saber quién vertió tanta mala baba sobre Cervantes”, el interés de Cervantes por acabar cuanto antes la segunda parte de su Quijote tras haber visto el de Avellaneda y el propio Avellaneda, “un enemigo digno de Cervantes, pero que adoraba el Quijote”.

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