Un mal día lo tiene cualquiera

"El cristal de la balconera estaba agrietado, pero no se cambiaba porque todavía separaba el interior del exterior...". Un cuento de Antonio Cárdenas.

09 DE OCTUBRE DE 2015 · 09:41

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La caldera se apaga de vez en cuando, pero no se puede decir que no funcione. La escuálida pensión del anciano recomendaba retrasar la aparición del técnico. La vajilla que había sobrevivido al uso era la medio rota. El cristal de la balconera estaba agrietado, pero no se cambiaba porque todavía separaba el interior del exterior. Las persianas suben y bajan con asistencia manual, ¿para qué repararlas? La radio solo sintoniza tres de las dos emisoras que escucha el anciano. De las cuatro bombillas de la lámpara del comedor, una ilumina a la perfección. A la lavadora solo le funciona el programa corto, basta hacer cuatro lavados para tener el equivalente a uno largo.

Así funcionaba la casa del anciano, aguantándose todo por los pelos, hasta que en un solo día la caldera se deprendió de la pared y cayó patio de luces abajo con precipitación suicida; la vajilla sucumbió derrotada contra el gres de la cocina; los cristales de la balconera se emanciparon gracias al azote del viento; las persianas cayeron convencidas por la gravedad; la televisión, que llevaba años apagada, explotó e incendió el sofá; la lavadora se desembarazó del bombo que salió rodando por el pasillo; la radio perdió la onda de sus emisoras y la única bombilla de la casa dio el chispazo final.

¿Y qué decir del anciano? El anciano amaba todos los objetos de su casa y éstos le premiaron su fidelidad, escogiendo dejar de funcionar el mismo día que lo hizo él.

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