Lutero según Lucien Febvre: un destino reformador alemán desde una mirada francesa

Uno de los temas álgidos del 500 aniversariode la Reforma,  es el que tiene que ver con el papel desempeñado por el reformador Lutero.

09 DE JULIO DE 2015 · 17:00

Lucien Febvre,
Lucien Febvre

Se acercan vertiginosamente las celebraciones por los 500 años de la Reforma Protestante, y luterana en particular, en 2017. Proliferan por doquier, los preparativos académicos y eclesiásticos para conmemorar esa fecha tan importante para la historia de Occidente y de la cristiandad.

Las múltiples interpretaciones de los sucesos se actualizarán y debatirán apasionadamente durante estos años y se vislumbran nuevas perspectivas de análisis que cuestionarán de raíz mucho de lo discutido en estos casi cinco siglos de controversia. La figura de Martín Lutero estará muy visible y su legado, una vez más, será revisado por defensores y detractores por igual.

Buena parte de ellos se ocupará de establecer distinciones históricas, ideológicas, culturales y religiosas a fin de llegar a algunas conclusiones parciales. Uno de los temas álgidos es el que tiene que ver con el papel desempeñado por el reformador como parte del proceso de surgimiento de un rostro diferente para el cristianismo ante las puertas de la tan traída y llevada modernidad.

¿Qué hemos de celebrar, entonces, la emergencia de una experiencia personal de cambio espiritual o la instalación de un nuevo régimen eclesiástico en el continente “cristiano” dividido y desgarrado por las corrientes teológicas que buscaban airear la vida de fe de las personas y comunidades? ¿O, acaso, como siempre se ha dicho, seguiremos enfrascados en discusiones inútiles sobre la superioridad de una u otra manera de entender la fe y la doctrina? Quien escribe estas líneas ha comenzado ya un periplo que abarca una antología de textos alusivos a Lutero, así como la traducción de algunos ensayos que analizan su huella. Para comenzar una nueva serie de artículos, se rescata el presente, redactado en 2001, ahora con algunas modificaciones, dedicado a una de las mejores biografías existentes.

 

No juzgamos a Lutero. ¿Qué Lutero, además, y según qué código? ¿El nuestro?, ¿o el de la Alemania contemporánea? Prolongamos sencillamente, hasta los extremos confines de un tiempo presente que estamos mal preparados para apreciar con sangre fría, la curva sinuosa, y que se bifurca, de un destino póstumo.[1]

 

 

Biografía de la Reforma Protestante: el caso de Lucien Febvre

1. La biografía de Lutero en el contexto de la Reforma

Acometer la biografía del Reformador por antonomasia, cuyo nombre es sinónimo, para algunos, de rebelión, de protesta, plenamente justificadas, y para otros, el extremismo, la pasión insana por el cisma, es un gran doble riesgo.

Primero, como en cualquier biografía, porque la reconstrucción de una vida lejana en el tiempo implica sumergirse en el cúmulo de las interpretaciones previas acerca del ambiente y de las mentalidades de su época, y segundo, porque biografiar la Reforma Protestante, sobre todo si se es historiador, implica tomar un partido, no sólo metodológico, en cuanto a la relación entre la macro y la microhistoria, sino también en cuanto a la postura religiosa o ideológica propia.

Me atrevería a decir que existen pocos personajes famosos tan vilipendiados como Lutero (o Calvino, dentro de los grandes nombres de la Reforma), a causa de las biografías tan tendenciosas de las que han sido objeto, pergeñadas por autores católicos que sienten la obligación de demostrar que su influencia ha sido perniciosa. Hay que decir, también, que muchos de los biógrafos protestantes han incurrido en excesos que no le hacen ningún favor, ni al personaje, ni a la realidad, por su interés panegirista a ultranza.

 

Lutero según Lucien Febvre: un destino reformador alemán desde una mirada francesa

La Reforma Protestante es uno de esos episodios de la historia universal que partieron en dos las circunstancias en las cuales se dio como fenómeno, como realidad. Esto es algo que nadie discute, pero a la hora de exponer los cruces de caminos entre los grandes sucesos históricos, sujetos continuamente a análisis, y las vidas personales, irrepetibles, de todos quienes fueron contemporáneos de dichos sucesos, pero, sobre todo, de quienes fueron protagonistas directos de los mismos, afloran una serie de mitos, preconceptos y deformaciones.

Mitos, porque las figuras y personalidades originales, se desfiguran para servir de tiempo completo a la causa que los ha hecho famosos; preconceptos, porque entran, sin más, a la categoría de personajes predestinados a cumplir la función que el gran suceso les ha asignado; y deformaciones, porque sus vidas reales, auténticas, se vuelven prácticamente inaccesibles por lo sepultadas que quedan bajo la montaña de dogmas, orgullos, estructuras e intereses creados alrededor de los sucesos convertidos en instituciones o monumentos.

Al decir esto, no trato de ubicar la biografía de Martín Lutero que el historiador francés Lucien Febvre publicó en 1927, dentro del conjunto de intentos de desmitificación que periódicamente vemos a nuestro alrededor. Lo que pretendo señalar es cómo resulta imprescindible conocer exhaustivamente los marcos históricos que ayuden a explicar el surgimiento de un personaje. Ésa fue una de las razones que llevaron al libro de Febvre, a quien conocía ya como un atento investigador de los sucesos relacionados con las reformas religiosas del siglo xvi en Europa.

Mi primer contacto con él fue “Una puntualización. Esbozo de un retrato de Juan Calvino”, recogido en un libro de ensayos acerca de Erasmo, la Contrarreforma y el mundo moderno,[2] en donde ensaya una semblanza del reformador francés con peculiar perspicacia.

En dicho libro, Febvre, como buen francés, trata, en tres trabajos, de puntualizar algunos aspectos mal conocidos (y entendidos) acerca de la Reforma en su país, oscurecida por lo sucedido en Alemania y en Suiza, pero que para Febvre fue un episodio relevante, entre otras cosas porque el propio Calvino nació en Francia. Para tal fin, en su esbozo, no sigue a Calvino hasta Ginebra, sino que se concentra en el tiempo que pasó en Estrasburgo, años fundamentales para su formación y consolidación como dirigente eclesiástico.

 

2. ¿Cuestión de idiosincracias?

En esa misma línea, es seductora la posibilidad de leer cómo un francés acometía la biografía del reformador alemán, sobre todo por la clásica oposición de caracteres, tiempos y circunstancias, tan repetida por la historiografía: Lutero, el pobre sajón, apasionado, violento, arrebatado, fundador del movimiento y cabeza de una rebelión incontenible; Calvino, el frío, el cerebral, quien sólo vino a consolidar una obra ya iniciada. El propio Febvre anota algo al respecto, refiriéndose al estilo de ambos:

 

Idiosincrasia alemana: amontonamiento, acumulación, minucia; Alberto Durero y la liebre del Albertina. Todos los pelos del animal descritos minuciosamente, uno por uno (se podrían contar), con una especie de candor y de ingenuidad en su aplicación que es imposible ponerse frente a esta asombrosa obra maestra sin conmoverse profundamente. Y digo Durero. Pero aun artistas menores: un Hans Baldung, pongamos, un Schongauer antes que éste. Y, digámoslo también, en nuestro terreno de hoy, un Lutero.

Idiosincrasia francesa: eliminación, esclarecimiento, elección. No busquemos más, repitámoslo: Juan Calvino.[3]

 

 

Lutero según Lucien Febvre: un destino reformador alemán desde una mirada francesa

Ya en la biografía de Lutero, Febvre no deja de incluir, con relativa frecuencia, las observaciones sobre la idiosincrasia alemana, junto a —eso sí— la minuciosa descripción del ambiente, de las mentalidades y de la situación específica. No obstante, hay un momento en el que se detiene y lo dice expresamente, refiriéndose al énfasis que puede guiar a un historiador u observador de lo que pasaba en Alemania: “Sí, ironizar es fácil.

Pero el francés que ha nacido malicioso, o el anti-luterano que se mofa, ¿son buenos guías para comprender a un Lutero, y a través de él la Reforma alemana, y más lejos aún a través de él, uno de los aspectos más impresionantes del germanismo en la historia?” (226).

Justamente, la irrupción del germanismo en un momento tan crucial en la historia de Europa, se le presenta a Febvre para colocar, rigurosamente, la vida de Martín Lutero, no tanto al servicio de dicho movimiento ligado al elemento racial-nacionalista, sino como la posibilidad de llevar a cabo un corte transversal, diacrónico, en la marcha de dicho movimiento, para encontrarse con una vida específica, personal, irrepetible: la de un monje agustino que poco a poco va saliendo del anonimato para verse a sí mismo, muchas veces a su pesar, al frente de un gran movimiento de renovación eclesiástica, con consecuencias políticas y sociales inimaginables.

El “hombre alemán” de la fecha clave, 1517, para cuyo surgimiento contribuirá sustancialmente (94), será su colaborador anónimo cuando el movimiento sea visto como la irrupción del nacionalismo germano contra las imposiciones transnacionales del papado de la época. Febvre siempre será un francés muy atento a los riesgos de la explosión de la veta nacionalista en la lucha de Lutero, pero restringirá la conciencia de dicho impulso en la mente de un Lutero dominado por las preocupaciones religiosas.

Sin embargo, el historiador-biógrafo, al poner su atención en este hecho, logra exponer la forma en que Lutero ya desde su época fue tomado como estandarte de nacionalistas como Hutten, quien sin ambages se dirigió a él, diciéndole cosas tales como: “En cuanto a mí, Martín, acostumbro a menudo a llamarte Padre de la Patria.

Y eres digno de que te erijan una estatua de oro, digno de que te consagren una fiesta diaria, tú que has osado el primero hacerte el vengador de un pueblo alimentado de criminales errores” (131). Con singular habilidad, Febvre logra aislar este tipo de excesos de las metas que conscientemente alimentaba Lutero, y con ello logra superar los lugares comunes que explican a Lutero como un efluvio incontrolable de la naturaleza germánica que sólo buscaba venganza por los oprobios recibidos.

Con todo, Febvre no deja de introducir elementos que apoyarían la idea del aparente revanchismo alemán de la época de Lutero, interiorizado por él y expresado de la siguiente manera: “Es ist khein vercahter Nation denn die Deutsch! ¡No hay ninguna nación más despreciada que la alemana! Italia nos llama bestias; Francia e Inglaterra se burlan de nosotros; todos los demás también” (104).

La Reforma en Alemania, mostrará ampliamente Febvre, surge del alma de Lutero, quien contagió a sus paisanos y contemporáneos de la pasión que lo movió, y pudo darle cauce a la protesta que se venía gestando en los corazones de los cristianos europeos desde varios siglos atrás.

Asimismo, demuestra que no es lo mismo historiar que biografiar la Reforma, puesto que antes y después de él, muchos historiadores pasan de un plumazo por la personalidad y los conflictos interiores de Lutero, dándolos por entendidos, atribuyéndoles todo o despreciándolos porque, supuestamente, la marcha de los acontecimientos es tan inevitable que no obliga a detenerse en la persona de sus protagonistas, simples peones al servicio de la Historia, con mayúscula. Sin caer en el error contrario, Febvre acompaña a su personaje y nos deja una lección de rigor que consigue colocarse por encima de la filiación personal, de las simpatías del historiador y de los vaivenes interpretativos, siempre cambiantes.

De modo que, viniendo de un francés, esta biografía tiene un valor doble: primero, porque es testimonio del esfuerzo de alguien que trató de comprender dos de las vertientes fundamentales de la Reforma Protestante, la calvinista y la luterana, y segundo, porque se atreve a traspasar los límites del idioma y de la nacionalidad, aplicando el rigor propio de la perspectiva historiográfica al tema de estudio.

Ambas virtudes hacen que la lectura del libro sea un auténtico paseo por la historia de un siglo, el xvi, tan convulsionado por sucesos que transformaron radicalmente la visión del mundo que se tenía hasta ese momento, de un país, Alemania, y de una persona, Lutero, que requieren, todos ellos, una revisión amplia, dados los malos entendidos de que han sido objeto.

 

Construir la vida de Lutero: los primeros tiempos

1. Algunos aspectos metodológicos

Aunque este punto podría identificarse casi por completo con una indagación acerca de la metodología que utiliza Febvre para construir la vida de su personaje, y sin dejar de incluir elementos estrictamente metodológicos que expresamente aparecen a lo largo del libro, lo que se pretende, más bien, es destacar la manera en que el biógrafo se ubica ante un monumento histórico visitado muchas veces y de distintas maneras, y que ha sido institucionalizado por un organismo religioso oficial, de carácter nacional, y por toda una tradición religiosa repartida en varios países.

Con el paso de los años y de los correspondientes debates dogmáticos, dicha tradición se ha transformado en algo muy diferente a lo que su fundador hubiera imaginado, aspecto que el biógrafo no descuida y al que le dedica toda una sección, la final del libro (“Luterismo y luteranismo” (255-263).

Dos cosas saltan a la vista: la renuncia a la minucia biográfica, al lado de la voluntad de asumir el destino reformador de Lutero como principio. A cada paso de la vida de Lutero, y sobre todo en aquellos aspectos que se han vuelto lugares comunes, Febvre se deslinda de la obsesión por contar el detalle con minuciosidad y casi morbo. Calificando su libro no como una biografía, sino como un juicio, Febvre puntualiza claramente cuál es su intención:

 

Dibujar la curva de un destino que fue sencillo pero trágico; situar con precisión los pocos puntos verdaderamente importantes por los que pasó; mostrar cómo, bajo la presión de qué circunstancias, su impulso primero tuvo que amortiguarse y su trazo primitivo desviarse; plantear así, a propósito de un hombre de una singular vitalidad, el problema de las relaciones del individuo con la colectividad, de la iniciativa personal con la necesidad social, que es, tal vez, el problema capital de la historia: tal ha sido nuestro intento (9).

 

Así, la soberbia del historiador se somete ante las características de la empresa que tiene por delante: biografiar en la vida de un hombre clave, un episodio fundamental de la historia de Occidente, de Europa y de Alemania, amén de la historia de la Iglesia. En este punto es donde Febvre polemizar con los autores que le han precedido, especialmente con aquellos que chocan frontalmente con su objetivo.

En las palabras que preceden a la segunda edición de la obra (1944, ¡en plena guerra mundial!), Febvre da cuenta de lo sucedido en 1933: al celebrarse los 450 años del natalicio de Lutero, la propaganda alemana habló del surgimiento de un “nuevo Lutero”, inaccesible para los franceses, los extranjeros.

El biógrafo reacciona: “Un Lutero tal, que deberíamos considerar sin validez casi toda la literatura que fue consagrada antes de 1933 al Reformador. Un Lutero en el que se quiere que veamos no a una personalidad religiosa sino, esencialmente, una personalidad política cuyo estudio imparcial estaría calificado para comunicarnos “una comprensión nueva de la verdadera naturaleza del pueblo alemán” (14). Lutero ahora era objeto de manipulación por parte del nazismo.

Otro biógrafo, cuyo nombre no menciona Febvre, plegándose a la línea sociopolítica de interpretación de los hechos, dominada por el ambiente político de la época, llega a decir que “las cuestiones que planteaba la historia de aquel que era llamado antes el Reformador, no pertenecían, ‘por inesperada que esta afirmación pueda parecer, al dominio religioso, sino al dominio social, político, incluso económico’”.

Y añadía, agrega Febvre, que “la doctrina misma es lo menos interesante que hay en la historia de Lutero y del luteranismo” y que es infantil (Idem). Contra estas afirmaciones, Febvre va a apuntar una observación que le va a guiar durante todo el desarrollo de su libro: la doctrina de Lutero reviste tal interés, que es imprescindible “para una justa comprensión de la psicología colectiva y de las reacciones colectivas de un pueblo, el pueblo alemán, y de una época, la de Lutero, a la que siguieron muchas otras: todas ellas teñidas igualmente de luteranismo” (Idem).

Este enfoque, el de la importancia de la doctrina de Lutero, es de crucial relevancia para Febvre, pues en la biografía se va conformando de acuerdo, en gran medida, con las experiencias del ex-monje agustino. No se trata de una relación mecánica, pero en la personalidad de Lutero aparecen muchas claves para comprender su pensamiento.

 

Lutero según Lucien Febvre: un destino reformador alemán desde una mirada francesa

 

2. El debate con otros biógrafos

Febvre dedica dos secciones de la primera parte a refutar a Henri Suso Denifle (Lutero y el luteranismo, I, 1904), un dominico tirolés de origen belga muy interesado en demostrar la falacia de los motivos que tuvo Lutero para encabezar la lucha reformista. Su tesis central consiste en que ninguna de las razones clásicas que se han reconocido fueron la chispa que prendió la mecha de la revuelta: ni la prohibición para leer la Biblia, ni los abusos del Vaticano, ni la venta de las indulgencias.

Basándose en frases sueltas que cita a placer, y en el encadenamiento de sucesos seleccionados para mostrar las sórdidas motivaciones de Lutero, Denifle intenta denostar a Lutero atacándolo, según él, desde sus cimientos.

Para ello, pretende conocerlo mejor que nadie. Febvre, quien no simpatiza con los defensores a ultranza ni con los descalificadores a rajatabla, se indigna con Denifle, sobre todo por un aspecto metodológico y vital: a la hora de descender a las profundidades del alma del personaje, es imposible conocer completamente su personalidad, a menos que uno mismo sea el biografiado. Dice al respecto:

 

Estos hombres, quiero decir Denifle y sus partidarios, saben a ciencia cierta con qué violencia los deseos impuros turbaron sin cesar a un ser que no dijo nada de ello a nadie. Eso sí que es penetración. En cuanto a los campeones patentados de la inocencia luterana, admirémoslos igualmente: con una seguridad igualmente magnífica, proclaman la lilial (sic) candidez de un ser tan secreto como la mayoría de los seres: a los otros, que se confiesan, ¿habría que creerlos ciegamente? En todo caso, no caigamos en el ridículo de acudir en ayuda del primero ni del segundo partido. No sabemos. No tenemos ningún medio de bajar, retrospectivamente, a los repliegues íntimos del alma de Lutero (44-45).

 

Impuros o no, los motivos inconfesados de Lutero así se quedarán. La erudición medievalista de Denifle, reconocida por Febvre, no es suficiente para explicar lo que sucedía en el alma de Lutero. Cuando discute su argumentación, Febvre se lanza justamente contra aquellos principios de investigación que enuncia el propio Denifle. Por ejemplo, en su intento por explicar lo que pasaba por la mente de Lutero antes de 1517, Denifle estableció lo siguiente: “Hasta ahora, principalmente sobre las afirmaciones posteriores de Lutero se ha edificado su historia de antes de la caída.

Ante todo, habría que hacer la crítica de estas afirmaciones” (33). Febvre saluda este principio como “inatacable y saludable”, pero se pregunta: ¿qué contenían tales afirmaciones tan discutibles?, y responde: “Dos cosas: ataques contra la enseñanza dada en la Iglesia cuando Lutero estaba todavía dentro de ella, y explicaciones de los motivos por los que se había separado de esta enseñanza” (33-34).

Acto seguido, pasa a discutir, aceptando, cuando las hay, las pruebas documentales de Denifle, su argumentación acerca de la lectura de la Biblia, de la imagen bienhechora de Dios, y del concepto de justificación que se manejaba en los tratados dogmáticos que seguramente leyó Lutero.

Pero su conclusión es sorprendente: luego de afirmar que la obra de Denifle ha sido olvidada, al igual que sus argumentos, y que se ha unido a la multitud de libros de su tipo, Febvre reconoce su valor como detonante de un debate que puso en guardia a los luterólogos, “sacándolos de sus viejos hábitos”.

Su libro, en cambio, se suma al debate y trata de mostrar a los lectores cómo “muchas otras imágenes, y muy diferentes, han pretendido representar el aspecto, trazar el retrato fiel y sintético del Reformador, sin que en una materia así la palabra certidumbre pueda ser pronunciada por nadie que no sea un tonto” (39). Denifle le sirve, pues, como ejemplo, no sólo de lo que no se debe de hacer, sino también de la diversidad de intentos con pretensiones de fidelidad absoluta a la verdadera vida de Lutero.

Un folleto sobre las 8 rutas turísticas sobre Lutero puede verse aquí.

 

[1] L. Febvre, Martín Lutero: un destino. Trad. de Tomás Segovia. México, Fondo de Cultura Económica, 1980. 286 pp. (Breviarios, 113), pp. 274 y 226. En el cuerpo del texto todas las referencias de este libro irán entre paréntesis.

[2] L. Febvre, “Una puntualización: esbozo de un retrato de Juan Calvino”, en Erasmo, la Contrarreforma y el mundo moderno. [1957] Barcelona, Orbis, 1985. (Biblioteca de historia, 14), pp. 138-153. Se trata del texto de una conferencia pronunciada en São Paulo, Brasil, en septiembre de 1949.

[3] Ibid, p. 141.

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